domingo, 16 de mayo de 2010

Sinaxario del Domingo de los Santos Padres (Traducido del Pentecostario griego)



En este día, el Séptimo Domingo de Pascua, festejamos el Primer Concilio Ecuménico en Nicea, [el] de los trescientos diez y ocho padres.

Estiquera de los Padres

Oh brillantes estrellas del firmamento espiritual,
iluminad mi mente con vuestros luminosos rayos.

Contra Arrio:

«El Hijo no comparte la esencia del Padre»,
dijo Arrio: que él no comparta la gloria de Dios.

Celebramos la presente fiesta por la siguiente razón: ya que Nuestro Señor Jesucristo, que se había revestido de nuestra carne, cumplió inefablemente todo el plan salvador y fue restaurado al trono de su Padre, los santos, queriendo mostrar que el Hijo de Dios verdaderamente se había hecho hombre, y que como el perfecto Dios-hombre había sido levantado [al cielo] y se había sentado a la derecha de la Majestad en lo alto, debido a que este Concilio había proclamado y confesado que él es de una misma esencia y de un mismo honor con el Padre, establecieron por esto la presente fiesta después de la gloriosa Ascensión, como presentando la asamblea de tantos padres que proclamaron esto: que aquel que fue levantado [al cielo] en la carne era Dios, y en la carne, hombre perfecto.

El Concilió fue celebrado bajo Constantino el Grande, en el vigésimo año de su reino. Cuando cesó la persecución, este gobernó al principio desde Roma, pero luego fundó esta muy bendita ciudad llamada por su nombre [es decir, Constantinopla] en el año 5.838 desde la fundación del mundo [esto es, 324 d. C.]. Entonces comenzó también la faena de Arrio. Este era originalmente de Libia, y tras llegar a Alejandría, fue ordenado diácono por Pedro Mártir, obispo de Alejandría. Entonces [Arrio] comenzó a decir blasfemias contra el Hijo de Dios, declarando que el llego a ser del no ser [es decir, que fue creado], que estaba lejos de la dignidad divina, y que era sólo por analogía que era llamado Sabiduría y Verbo de Dios--como si estuviera contraponiéndose al impío Sabelio, que decía que en la divinidad había una sóla persona y esencia, que se manifestó en un momento como el Padre, en otro como el Hijo, y en otro como el Espíritu Santo. Cuando Arrio pronunció estas blasfemias, el gran Pedro le rehusó el presbiterado, tras ver a Cristo sobre el altar como un infante, envuelto en un manto rasgado, y diciéndole que Arrio lo había rasgado. Pero Aquiles, que se convirtió en obispo de Alejandría después de Pedro, absolvió a Arrio de nuevo bajo juramento. Además lo ordenó presbítero, y lo puso a cargo de la Escuela de Alejandría. Tras la muerte de Aquiles, Alejandro se convirtió en obispo. Este, al hallar que Arrio decía las mismas y aún peores blasfemias, lo expulsó de la Iglesia, condenándolo en un concilio. Como dice Teodoreto, Arrio fue el primero en vomitar que Cristo era de naturaleza mutable, y que el Señor había asumido carne son mente o alma [humanas]. Arrio descarrió a muchos con su impiedad, escribe [Teodoreto], convenciendo a Eusebio de Nicomedia, Paulino de Tiro, Eusebio de Cesarea y a otros, y atacó a Alejandro. Pero Alejandro causó que muchos se levantaran a defenderle dando noticia de las blasfemias [de Arrio] a través de todo el mundo habitado.

Ya que la Iglesia estaba muy atribulada y no aparecía cura para el amor por las contiendas doctrinales, Constantino el Grande congregó a los padres de todo el mundo habitado en la ciudad de Nicea mediante transporte público. Él también estuvo presente allí. Y cuando los padres hubieron tomado sus asientos, Constantino también tomo el suyo como invitado--no en un trono real, sino un asiento muy por debajo de su rango. Cuando todos hubieron hablado contra Arrio, este y todos los que estaban de acuerdo con él fueron anatematizados, a la vez que el Verbo de Dios fue proclamado de una misma esencia y un mismo honor con el Padre. También proclamaron el santo Símbolo de fe [es decir, el Credo], redactándolo hasta las palabras «Y en el Espíritu Santo»; el resto fue completado por el Segundo Concilio [Constantinopla, 381 d. C.]. Además, el Primer Concilio también fijó la fecha de la Pascua, cuándo y cómo celebrarla, [especificando que] no [debe celebrarse] con los judíos, como había sido la costumbre [en algunos lugares]. [Los padres] establecieron veinte cánones acerca del orden en la Iglesia. Finalmente Constantino, igual de los apóstoles, confirmó el santo Símbolo de fe con letras de color escarlata.

De estos santos padres, doscientos treinta y dos eran obispos, y ochenta y seis presbíteros, diáconos y monjes; los presentes sumaban trescientos diez y ocho. Los más destacados eran Silvestre, obispo de Roma, y Metrófanes de Constantinopla, que estaba enfermo (estos fueron representados por delegados); Alejandro de Alejandría con Atanasio el Grande, que era arcediano en aquel entonces; Eustacio de Antioquía y Macario de Jerusalén; Osio, obispo de Córdoba; Paunucio el Confesor; Nicolás de Mira y Espiridión de Tremitunte, que habiendo convencido a un filósofo presente aduciendo como prueba al triple sol [luz, calor, energía], lo bautizó. Durante el Concilio, dos obispos de entre los padres fueron a morar con Dios, y Constantino el Grande colocó el decreto del Concilio en sus ataúdes, sellándolos seguramente. Luego halló que el decreto había sido confirmado también por ellos, y [que estaba] firmado con inefables palabras divinas.

Al acabar el Concilio, ya que la nueva ciudad había sido completada, Constantino el Grande invitó allá a todos esos santos hombres. Al congregarse y orar, decretaron que esta era la Reina de las ciudades, y la dedicaron a la Madre del Verbo por orden del Emperador. Y cada uno de los santos se marchó a su hogar.

Pero antes de que Constantino fuera a morar con Dios, dividió su reino con su hijo Constancio. Arrio vino ante el Emperador diciendo que había abandonado todo y que estaba unido con la Iglesia de Dios. Escribiendo sus herejías, se las colgó del cuello, y como si fuera obediente al Concilio las golpeaba con su mano diciendo que obedecía. Al Emperador le era indiferente, y ordenó al Patriarca de Constantinopla que recibiera a Arrio en comunión. El Patriarca en aquel entonces era Alejandro, sucesor de Metrófanes, que dudaba conociendo la duplicidad del hombre, y pidió a Dios que le revelara si le parecía que tuviera comunión con Arrio. Al llegar el momento de concelebrar con Arrio, su plegaria se hizo más ferviente. Pero mientras Arrio iba de camino a la Iglesia, le sobrevinieron fuertes dolores estomacales cerca de la columna en el foro, y entró a un baño público. Allí se reventó y se desparramaron todas sus vísceras por debajo, sufriendo así la evisceración de Judas por una igual traición al Verbo. Habiendo desgarrado al Hijo de Dios de la esencia del Padre, fue desgarrado él mismo y hallado muerto, y así la Iglesia de Dios fue librada de este daño.

Por las oraciones de los trescientos diez y ocho padres, portadores de Dios,
oh Cristo Dios, ten piedad de nosotros. Amén.

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