PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO
Mas él, queriéndose justificar a sí mismo, dijo a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Y Jesús, tomando la palabra, dijo: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y dio en manos de unos ladrones, los cuales le despojaron, y después de haberle herido, le dejaron medio muerto, y se fueron. Aconteció, pues, que pasaba por el mismo camino un sacerdote, y, viéndole, pasó de largo. Y asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó también de largo. Mas un samaritano, que iba su camino, se llegó cerca de él: y cuando le vio, se movió a compasión, y acercándosele, le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino; y poniéndole sobre su bestia, le llevó a una venta, y tuvo cuidado de él. Y otro día sacó dos denarios y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele, y cuanto gastares de más, yo te lo daré cuando vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de aquél, que dio en manos de los ladrones?" "Aquél, respondió el doctor, que usó con él de misericordia". Y Jesús le dijo: "Ve y haz tú lo mismo". (Lc 10, 29-37)
COMENTARIO DE LOS SANTOS PADRES
San Cirilo. Alabado el doctor de la ley por el Salvador, porque había respondido bien, se llenó de soberbia, no creyendo que habría alguien que pudiera ser su prójimo; como si no hubiese quien pudiera compararse con él en justicia. Por esto dice: "Mas él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?". Le asediaban, por decirlo así, alternativamente los vicios. Después de la falacia con que había preguntado, tentando, cae en la arrogancia. Al preguntar: "¿Quién es mi prójimo?", ya se muestra vacío del amor del prójimo; y por consecuencia se muestra vacío del amor dino, porque no amando al hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no se ve
San Ambrosio. Respondió también que no conocía a su prójimo, porque no creía en Cristo; y quien no conoce a Cristo, desconoce la ley, porque ignorando la verdad, ¿cómo puede conocer la ley que anuncia la verdad?
Teofilato. El Salvador no determina el prójimo por las acciones o por las dignidades, sino por la naturaleza. Como si dijese: No creas que, aunque seas justo, no tienes prójimo. Todos los que tienen la misma naturaleza que tú, son tus prójimos. Hazte tú, pues, prójimo de ellos (no por el lugar, sino por el afecto), y cuídalos. Y a este fin adujo el ejemplo del samaritano. Por esto sigue: "Y Jesús, tomando la palabra dijo: Un hombre bajaba", etc.
San Agustín, De quaest. Evang. 2, 19. Este hombre representa a Adán y a todo el género humano. Jerusalén, ciudad de la paz, representa la Jerusalén celestial, de cuya felicidad había caído. Jericó quiere decir luna, y significa nuestra mortalidad, porque nace, crece, envejece y muere.
San Agustín, Hypognosticon lib. 3. O Jerusalén, que se interpreta visión de la paz, representa el paraíso; porque antes que el hombre pecara, estaba en la visión de la paz, esto es, en el paraíso. Todo lo que veía era paz y alegría; pero bajó de allí (como humillado y abatido por el pecado) hacia Jericó, esto es, al mundo, en donde todo lo que nace, desaparece como la luna.
Teofilato. No dice que bajó, sino que bajaba, porque la naturaleza humana siempre tendía a descender; y no en parte, sino con todo lo pasible de la vida.
San Basilio ex illius Ethicis. Para comprender esto conviene examinar los lugares. Jericó está situado en los valles de la Palestina, mientras Jerusalén lo está en la altura, ocupando la cumbre del monte. Bajaba, pues, el hombre de las alturas al valle, cuando fue cogido por los ladrones que habitaban el desierto. De donde sigue: "Y dio en manos de los ladrones".
San Juan Crisóstomo. En primer lugar debemos deplorar la desgracia de este hombre, que, solo e indefenso, cae en manos de los ladrones, y que, despreocupado e incauto, eligiera aquel camino, donde no podía evadir las manos de los ladrones; pues no podía ahuyentar el inerme a los armados, el imprevisor a los malvados, el incauto a los bandidos. Tanto más, cuanto que la malicia siempre está armada de engaños, cercada de crueldad, fortificada de artificios y dispuesta a la perversidad de hacer daño.
San Ambrosio. ¿Quiénes son esos ladrones sino los ángeles de la noche y de las tinieblas, en manos de los que no hubiera caído, de no exponerse a su encuentro, apartándose de los mandamientos celestes?
San Juan Crisóstomo. Al principio, pues, del mundo, empleó el demonio su astucia en tentar al hombre, contra quien ejerció el virus del engaño e hizo el blanco de su malicia.
San Agustín, ut sup. Cayó, pues, en poder de los ladrones, esto es, del diablo y sus ángeles, que por la desobediencia del primer hombre despojaron al género humano del ornato de la inocencia; y le hirieron, incapacitándolo para el buen uso de su libre albedrío. Por esto sigue: "Los cuales le despojaron, y, después de haberle herido, se fueron". Le hicieron una llaga, induciéndole al pecado; y a nosotros más, porque al pecado que hemos contraído añadimos muchos pecados.
San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2, q. 19. O despojaron al hombre de la inmortalidad; y, cubriéndolo de llagas (inclinándolo al pecado), lo dejaron medio muerto, porque por la parte que puede entender y conocer a Dios es hombre vivo; mas por la parte que sucumbe y es oprimido por el pecado es hombre muerto; y esto es lo que se añade: "Dejándole medio muerto".
San Agustín, Hypognosticon lib. 3. Estaba medio muerto el movimiento vital (esto es, el libre albedrío), herido el cual no era suficiente para volver a la vida eterna que había perdido. Por esto se encontraba tendido, porque no le bastaban sus propias fuerzas para levantarse, sino que necesitaba un médico para sanar (esto es, a Dios)
Teofilato. O se dice medio muerto el hombre después del pecado, porque su alma es inmortal, pero su cuerpo mortal; de modo que la mitad del hombre sucumbe a la muerte. O porque la naturaleza humana esperaba conseguir la salvación en Cristo, y así no morir enteramente. O porque la muerte, que había entrado en el mundo por el pecado de Adán, debía ser vencida por la redención de Cristo.
San Ambrosio. O nos despojan de los vestidos de la gracia espiritual, que hemos recibido, y después nos hieren; porque, si guardamos íntegros los vestidos que hemos recibido, no podremos sentir las llagas de los ladrones.
San Basilio. Puede entenderse también que le robaron después de haberlo herido. Las heridas siempre se hacen antes del despojo, para que conozcamos que el pecado precede siempre a la pérdida de la gracia.
San Juan Crisóstomo. Este hombre, a saber, Adán, estaba tendido sin auxilio saludable, traspasado por las heridas de sus pecados, a quien ni el sacerdote Aarón, pasando, pudo socorrer con el sacrificio. Pues sigue: "Y aconteció que pasaba por el mismo camino un sacerdote, y cuando le vio, pasó de largo", etc. Ni aun su hermano, que era levita, pudo curarle por medio de la ley. Por esto sigue: "Y así mismo, un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, también pasó de largo".
San Agustín, ut sup. En el sacerdote y en el levita se representan los dos tiempos, el de la Ley y el de los Profetas; en el sacerdote la ley, por la cual se instituyeron el sacerdocio y los sacrificios; en el levita los vaticinios de los profetas, en cuyo tiempo no pudo curarse la humanidad, porque la ley daba a conocer los pecados, pero no los perdonaba.
Teofilato. Dice: "Pasó", porque la ley vino y duró hasta el tiempo ya marcado; y no pudiéndole curar pasó. Nótese también que la ley no había sido dada en la previsión de que curase al hombre, porque al principio el hombre no podía recibir el misterio de Cristo; por eso dice: "Aconteció, pues, que cierto sacerdote", como acostumbramos a decir de aquellas cosas que no se hacen premeditadamente.
San Agustín, De Verbo Dom., serm. 37. O porque el hombre, que bajaba de Jerusalén a Jericó, era israelita; y entonces puede entenderse que el sacerdote que pasó cerca de él era su prójimo por la raza y que el levita que le despreció era también de su raza.
Teofilato. Acaso el primer pensamiento de ellos fue de compasión, pero después, vencidos por la dureza, retrocedieron; esto significa lo que dijo: "Pasó de largo".
San Agustín ut sup. Pero un samaritano, lejano por la raza, próximo por la misericordia, hizo lo que sigue: "Mas un samaritano, que iba su camino, llegó a él", etc. Nuestro Señor Jesucristo quiso ser representado por ese samaritano. En efecto, samaritano quiere decir guarda, y de El se dice: "No dormitará ni dormirá el que guarda a Israel" (Ps 120, 4), porque resucitando de entre los muertos ya no muere (Rm 6,9) Finalmente, cuando se le dijo: "Porque samaritano eres, y tienes demonio" (Jn 8,48); negó que tuviese demonio, puesto que expulsaba a los demonios; pero no negó que era el guarda del enfermo.
Expositor Griego. Cristo se llama aquí samaritano oportunamente; porque hablando a un legista, que se enorgullecía con la ley, quiso manifestar que ni el sacerdote, ni el levita, ni los que vivían en la ley, cumplían las prescripciones de la misma, pero que El vino a consumarlas.
San Ambrosio. Este samaritano también bajaba: "¿Quién es, pues, el que baja del cielo y que sube al cielo, sino el Hijo de Dios que está en el cielo?" (Jn 3,13)
Teofilato. Dice "yendo de camino", como para especificar que había venido a curarnos.
San Agustín Hypognosticon lib. 3. Vino en semejanza de carne de pecado (Rm 8,3), por tanto cerca de él, para semejarse a él.
Expositor Griego. O vino junto al camino, porque fue verdaderamente viador, no desviador, bajando a la tierra para nuestro bien.
San Ambrosio. Viniendo, pues, se hizo nuestro prójimo, tomando nuestra naturaleza; y nuestro vecino, por el don de la misericordia. De donde sigue: "Y cuando le vio se movió a compasión", etc.
San Agustín ut sup. Viéndole tendido, sin fuerzas y sin movimientos, se movió a compasión. No halló mérito alguno en él, que le hiciese digno de ser curado; pero él condenó el pecado en la carne del pecado; por esto sigue: "Y acercándose, le vendó las heridas, echando en ellas aceite", etc.
San Agustín de verb. Dom. serm 37. ¿Qué cosa más distante, ni más apartada que Dios de los hombres, el inmortal del mortal, el justo de los pecadores, no lejos no por el espacio, sino por la desemejanza? Como tenía en sí dos bienes (la justicia y la inmortalidad), y nosotros dos males (la injusticia y la mortalidad), si hubiese tomado dos males, sería nuestro igual, y hubiera tenido necesidad de libertador para nosotros. Para ser, pues, no lo que nosotros, sino estar cerca de nosotros, no se hizo pecador como nosotros, sino que se hizo mortal como nosotros; tomando sobre sí la pena, no la culpa, y borrando la pena y la culpa.
San Agustín, de quaest. evang. 2, 19. El vendaje de las heridas representa la represión de los pecadores; el óleo es el consuelo de la buena esperanza, dada por el perdón para la reconciliación de la paz; el vino es exhortación para obrar fervientemente en el Espíritu.
San Ambrosio. O liga nuestras heridas con una ley más austera; así como con el óleo reanima, perdonando el pecado, y con el vino excita el arrepentimiento, anunciando el juicio.
San Gregorio, 20, Moral., cap. 8 super Job 29, 25. O el vino es el rigor de su justicia y el óleo la dulzura de la misericordia. El vino baña las llagas corrompidas, el óleo reanima las que deben curarse. Debe, pues, mezclarse la dulzura con la severidad y temperar la una con la otra, para que no se llenen de úlceras los súbditos con la excesiva aspereza, ni se relajen con la excesiva benignidad.
Teofilato. O de otro modo: El óleo representa su naturaleza humana y el vino su naturaleza divina, la cual sola nadie podría soportar; por eso obró ciertas cosas como hombre y otras como Dios, y derramó el óleo y el vino, salvándonos con su humanidad y divinidad.
San Juan Crisóstomo. También derramó el vino (esto es, la sangre de su pasión), y el óleo (esto es, la unción del crisma), para que se nos diese el perdón por medio de su sangre y se confiriese la santificación por medio de la unción del crisma. El Médico celestial liga las heridas abiertas, que reteniendo en sí mismas la medicina, por sus efectos saludables se restituyen a su salud primera. Derramado que hubo el vino y el óleo, lo colocó sobre un jumento; por ello sigue: "Y poniéndole sobre su jumento", etc.
San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2, cap. 19. Su jumento es la carne en la que se dignó venir a nosotros. Ser puesto sobre el jumento es creer en la encarnación de Cristo.
San Ambrosio. O nos pone sobre la bestia, cargando con nuestros pecados y sufriendo por nosotros (Is 53); porque el hombre se había hecho semejante a la bestia (Ps 48) Nos puso sobre su jumento a fin de que no seamos ya como el caballo o el mulo (Ps 31); y así, por la asunción de nuestro cuerpo, destruyó la enfermedad de nuestra carne.
Teofilato. También puede entenderse que nos colocó sobre su bestia, esto es, sobre su cuerpo, porque nos hizo miembros suyos y participantes de su cuerpo. La ley no admitía a todos, porque se dice: "Los mohabitas y ammonitas no entrarán en la Iglesia de Dios" (Dt 23,3); mas ahora todo el que teme a Dios en toda nación es recibido por El, queriendo creer y formar parte de la Iglesia; por esto dice que lo llevó a un hospedaje.
San Juan Crisóstomo. La Iglesia es un hospedaje, colocado en el camino de la vida, que recibe a todos los que vienen a ella, cansados del viaje o cargados con los sacos de sus culpas, en donde, dejando la carga de los pecados, el viajero fatigado descansa, y, después que ha descansado, se repone con saludable alimento. Y esto es lo que dice con aquellas palabras: "Y tuvo cuidado de él". Todo lo que es contrario, perjudicial y malo está fuera, mientras que dentro del hospedaje se halla el descanso completo y toda salubridad.
San Basilio. Y se díce bien que puesto sobre el jumento lo llevó al hospedaje, porque ninguno entrará en la Iglesia si no se une al cuerpo de Cristo por medio del santo Bautismo.
San Ambrosio. Mas como este samaritano no podía permanecer mucho en la tierra, debía volver al lugar de donde había bajado. Por eso sigue: "Y al día siguiente sacó dos denarios", etc. ¿Cuál es este día siguiente, sino acaso el de la resurrección del Señor, del que se ha dicho: "Este es el día que hizo el Señor" (Ps 117,24)? Los dos denarios representan los dos Testamentos, que llevan impresa en sí la imagen del Rey inmortal, con cuyo precio se curan nuestras heridas.
San Agustín, de quaest. evang. 2, 19. Los dos denarios también representan los dos preceptos de caridad que recibieron los apóstoles del Espíritu Santo para predicar la promesa de la vida presente y de la futura.
Orígenes in Lucam hom. 34. Los dos denarios me parece que son el conocimiento del misterio por el que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre; conocimiento que el ángel de la Iglesia recibe como recompensa para que cure con todo celo al hombre que se le ha confiado, a quien El había curado también algún tiempo. Y se promete pagarle inmediatamente todo lo que gastare en su curación; por lo que sigue: "Y cuanto gastares de más, yo te lo daré cuando vuelva".
San Agustín ut sup. El hospedero fue el apóstol que gastó de más, ya sea por aquel consejo que da: "En cuanto a las vírgenes, no tengo mandamiento del Señor: mas doy consejo" (1Co 7,25); o porque también trabajó con sus manos para no gravar a alguno de los enfermos con la nueva del Evangelio (1Th 2,9), aunque le era lícito vivir del Evangelio (1Co 9,14) Los apóstoles gastaron también mucho de más, y en el transcurso del tiempo los doctores (que expusieron el Antiguo y Nuevo Testamento) por lo cual recibirán retribución.
San Ambrosio. Bienaventurado, pues, el hospedero, que puede curar las heridas de otro. Bienaventurado aquél a quien dice Jesús: "Y cuanto gastares de más, yo te lo daré cuando vuelva". Pero ¿cuándo volverás, Señor, sino en el día del juicio? Porque aunque estás siempre en todas partes, y aun cuando estando entre nosotros no te vemos, llegará tiempo en que toda carne te verá volver. Entonces darás lo que debes a los bienaventurados de quienes eres deudor. ¡Ojalá que nosotros seamos buenos deudores, que podamos pagar lo que hemos recibido!
San Cirilo.Una vez dicho esto, pregunta el Señor al doctor de la ley: "¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de este hombre que cayó en manos de los ladrones?". Y el doctor le respondió: "El que usó misericordia con él". Ni el sacerdote ni el levita se hicieron prójimos del paciente, sino aquel que se compadeció de él. Es inútil la dignidad del sacerdocio y el conocimiento de la ley, si no se confirma con las buenas obras; por esto sigue: "Pues ve, le dijo entonces Jesús, y haz tú lo mismo", etc.
San Juan Crisóstomo in eaden ex hom. ad hebraeo homil 10. Como diciendo: Si ves alguno abatido, no digas: "Es un necio", sino que, sea gentil o judío, si necesita auxilio, no caviles; tiene derecho a tu favor, cualquiera que sea el daño que le haya sobrevenido.
San Agustín de doctr.christ. 1, 30. Vemos por esto que el prójimo es aquel a quien debemos prestar asistencia y misericordia, si la necesita, o a quien la deberíamos prestar si la necesitase. De lo cual se deduce que aquel de quien debemos recibirla es también nuestro prójimo; pues la palabra prójimo es relativa, y ninguno es prójimo sin reciprocidad. Pero ¿quién no ve que a nadie debe negarse el oficio de caridad, cuando dice el Señor: "Haced bien a los que os aborrecen" (Mt 5,44)? Además, es manifiesto que este precepto de amar al prójimo se extiende hasta los santos ángeles, que nos dispensan tantos beneficios de caridad. También el mismo Señor quiso llamarse nuestro prójimo, dando a entender que fue El quien ayudó al que estaba medio muerto tendido en el camino.
San Ambrosio. No es el parentesco el que hace el prójimo, sino la misericordia, porque la misericordia es según la naturaleza; y nada hay tan en armonía con la naturaleza, como favorecer a un consorte de naturaleza.
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