El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Una realidad crucial para el hombre: De cómo vivimos aquí depende nuestra existencia cuando muramos.
Epulón era rico, banqueteaba todo los días, no le faltaba de nada.
Lázaro no tenía ni lo más imprescindible para vivir, estaba enfermo y nadie, salvo los perros que le lamían las llagas, se compadecían de él.
Los dos mueren, porque la muerte iguala al hombre, todos nacemos y todos ricos y pobres morimos.
El rico va al reino del Hades, a los infiernos
Lázaro, va al seno de Abraham, al cielo.
Ante esta parábola que nos propone el Señor en el Evangelio lo fácil sería pensar que la riqueza de uno lo llevó al infierno y la pobreza del otro lo condujo al cielo, más esto es un error y es el mismo Evangelio el que nos da ejemplos de que hay ricos que pueden salvarse, como Zaqueo al que el mismo Cristo le dijo: “Hoy la salvación ha entrado en esta casa”.
No son las cosas materiales las que condenan o salvan al hombre, sino el uso bueno o malo que se hacen de ellas.
Puede haber un rico que reconozca el poder de Dios y su soberanía sobre la Creación, que lo reconozca como el origen de todos los bienes, y a su vez puede haber un pobre que maldiga a Dios por su situación y que sólo piense en la adquisición de las riquezas.
Esto es algo crucial para los hombres, su relación con las cosas materiales, donde está puesto su corazón, cuál es el centro de su vida. Aquél que tiene su corazón puesto en Dios, da igual que sea pobre o rico, su vida será de acuerdo con el Evangelio y con los mandamientos del Señor que será el centro de sus vidas. Sin embargo el hombre que no tiene a Dios en su corazón, da igual que sea pobre o rico, las cosas materiales lo llenarán totalmente y no habrá espacio para Dios en su corazón.
Epulón tenía riquezas y creyó que los bienes eran para su disfrute, para él sólo, su corazón estaba lleno de egoísmo, las riquezas eran su dios y eran causa de su ceguera que le impedía ver las necesidades de su prójimo. La causa de su condena era su egoísmo.
Lázaro, como Job, no maldice a Dios por su situación, todo lo afronta con paciencia, no murmura contra Dios ni contra los ricos. Su salvación es mantener su amor a Dios y al prójimo y su fe en Dios, su única riqueza.
Los Padres nos dicen que la riqueza es un don de Dios que este ha de utilizar de forma correcta para su salvación y la forma correcta de la utilización de la riqueza es la de asistir a aquellos que más lo necesiten, ayudar al prójimo pues lo que a ellos les sobra es lo que a otros les falta.
Esta es la causa de la desastrosa situación que hoy vive el hombre en esta sociedad dominada por el egoísmo de unos pocos que permiten la miseria de muchos. Según las palabras de San Basilio el Grande, los ricos que se reservan para si las riquezas se asemejan a un barco lleno atestado de gente en alta mar esperando a que llegue la primera tormenta para hundirse.
La pobreza no es en sí misma un acontecimiento negativo, teniendo como dice San Pablo comida y manta, o sea lo imprescindible para vivir. El hombre que vive con aquello que es lo verdaderamente necesario y aun así desprendido de esto según el ejemplo que nos dan los Santos Padres iluminados por Dios, vive ligero de equipaje para entrar en el Reino de los Cielos. El hombre pobre y sencillo de corazón, como Lázaro, descubre la providencia de Dios en su vida, vive en una continua gratitud a Aquél que sostiene todas las cosas.
El Padre Paisios el Aghiorita, en medio de su pobreza más absoluta en medio de la Santa Montaña de Athos, no tenía nada para comer, y en la víspera de la Ascensión cuando desfallecía en medio de la enfermedad, un pájaro se levanto del mar dejando caer delante de él un pescado para que comiera y recuperara sus fuerzas.
Dios ve en nuestros corazones, que es lo que prevalece en nuestras almas si el amor a la riqueza o el amor a Aquél que es único bien del hombre, su Creador y Señor.
Hay una realidad sobre la que nos conviene meditar y es sobre la existencia del cielo y del infierno, de un premio y un castigo eterno. Cada uno es el que se labra su destino eterno porque Dios quiere que todos los hombres se salven más el hombre libremente elige su condenación o busca su salvación por ello y aunque nos duela hemos de decir que las oraciones de la Iglesia sirven para aquellos que murieron buscando esa salvación no para los que libremente llevaron una vida contraria a los mandamientos de Dios.
Es un tema del que no gusta hablar ni predicar, incluso en los entierros parece que cuando se hace el panegírico del difunto todos estemos en camino de la bienaventuranza, pero será según las obras de cada uno, cada uno recogerá el fruto de sus pecados o de su piedad.
Esta es la vida que hemos de aprovechar, esta es la lucha del atleta en el estadio como nos dice San pablo para obtener la victoria. Más esta victoria sólo la obtendremos tras duros días de entrenamiento en la palestra. El que ha vivido en medio de la molicie no puede correr y pierde la carrera. El que día tras días se ha entrenado corre y al final obtiene su victoria. Aquél que ha trabajado por la adquisición del Espíritu y ha llorado sus pecados buscando su salvación la encontrará y será ciudadano del Reino eterno.
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