Sirva este post para dar las gracias después de estos meses a las señoras que todos los sábados, antes de que empiecen los oficios vespertinos, dejan sus casas y la comodidad del descanso merecido después de todo el trabajo de la semana para ir a la Iglesia y limpiarla.
Precisamente, este es el trabajo de muchas de ellas, limpiar casas ajenas, más en esos momentos su trabajo se convierte en algo con un valor inmenso: dan esplendor a la casa de Dios. Ellas barren, friegan los suelos, limpian los iconos, los que tienen cristal y se besan con una mezcla de alcohol y perfume, ponen las flores a la Madre de Dios… De manera que verdaderamente, cuando los fieles entran en nuestra pequeña Iglesia pueden encontrarse con ese anticipo de la sala del banquete de las bodas eternas.
Por eso su trabajo, aunque no siempre se vea y se valore, es tan necesario y útil. La iglesia es el lugar de la presencia gloriosa de Dios en medio de su pueblo, es la Tienda del encuentro del Nuevo Testamento, el lugar donde los querubines acompañan a Cristo que se dirige a su gloriosa pasión, a ofrecerse en sacrificio voluntariamente aceptado por nuestra salvación. Desde luego cuando uno no entra en una Iglesia que esté verdaderamente impecable es imposible pensar en esa presencia gloriosa de Cristo.
No se puede ni pensar en una iglesia sucia, destartalada, con manchas de cera por todas partes, con restos de ceniza de los incensarios, con floreros llenos de flores secas y aguas en descomposición, con telarañas en las lámparas… es algo impensable, ¿es esa la morada de Dios entre los hombres, la puerta del paraíso?
Por eso también es una llamada de atención a como se encuentra a veces el Santuario, el lugar en el que ellas no pueden entrar y que queda reservado a la limpieza que realizan los varones. En muchos casos la diferencia es más que notable siendo éste el lugar más sagrado de toda la Iglesia, allí donde se realiza el sacrificio místico, el trono de Dios.
Quede esto no sólo para la reflexión y sea un toque de atención. Libros en orden, ornamentos en su sitio, candeleros limpios, incensarios sin restos de ceniza, manteles limpios…
Y todo para que aquellos que entran en nuestras Iglesias y como decíamos antes sientan que es un hecho real la presencia gloriosa de Cristo en medio de nosotros.
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