sábado, 13 de octubre de 2012

LA SANTA PROTECCIÓN DE LA MADRE DE DIOS


Hay imágenes que se te quedan grabadas de una manera indeleble, imágenes sobre todo de la infancia, de años pasados, y que van formando el bagaje que cada uno tenemos y que nos ha ido conformando hasta llegar a ser lo que somos.


Una de estas imágenes de aquella lejana infancia feliz es en casa de mis abuelos maternos, hace ya por lo menos treinta y tantos años, cuando el barrio de San Blas en Alicante, era un barrio de plantas bajas con patio y jardín, rodeado de huertos como el Canales o el de Frasquito por los que corríamos los críos al salir del colegio mordisqueando un trozo de pan con chocolate.

En casa de mis abuelos había un patio grande y hermoso, lleno de geranios, con dos rosales y un galán de noche. Una palmera crecía en una de las esquinas y en el centro había una gran mesa de mármol alrededor de la cual nos sentamos los nietos a desayunar en verano.

Al final de patio había un pequeño corral con conejeras y con gallinas y pollos que se alimentaban con alfalfa los conejos y con maíz y tomates los pollos que crecían hermosos haciendo que lo que hoy compramos en los supermercados parezca de todo menos pollo. Habían gallinas ponedoras, pero también estaba la gallina clueca, la que ponía los huevos y se le dejaban para que salieran los pollitos.

La gallina paseaba por el corral orgullosa de un nidada, con los pollitos a su alrededor piando continuamente. Pero había un momento en el que la gallina se paraba, quieta totalmente; los pollitos seguían picoteando a su alrededor pero ella había notado algo que no le gustaba. De pronto abría sus alas y todos los pollitos corría a ponerse debajo de ella entrando en el gallinero como un rallo.

Antes de que apareciera, antes de que nadie lo viera, ella había intuido el peligro y al momento un gato grande, quizás cansado de las ratas, aparecía por encima de la tapia del patio, solitario, viendo a ver si podía llevarse algo de aquel corral. Mi abuelo con la escopeta de perdigones cerca y avisado por el estrépito de la gallina le soltó más de un perdigonazo, pero aquel gato grande, erre que erre.

Un día de verano, la gallina dio la voz de aviso, corrieron como siempre los pollitos buscando refugio pero uno se quedo perdido, entretenido en una lombriz que salía de entre la tierra removida de las tomateras. El gato sigiloso y veloz, viendo al pollito fuera del alcance de la gallina, saltó sobre él y se lo llevo entre los dientes en un revuelo de sangre y plumas.

Esta imagen me ha venido hoy, nítida y clara, en esta fiesta de la Santa Protección de la Madre de Dios. Ella es nuestra Madre, la que nos cubre amorosa con sus alas, que nos conduce al lugar seguro, la que nos defiende de los ataques del enemigo, la que intuye el peligro antes de aparezca. Siempre vigilante, siempre alerta pendiente de sus hijos. Y cuando nosotros no vemos acosados por ese peligro, por esa dificultad y los que es peor, cuando el peligro es el tentador, el que odia a la humanidad, el demonio, corremos enseguida a ponernos bajo su santísima protección.

Más Ella, tiene que ver también a aquéllos, que dan la espalda a esa protección, los que se quedan rezagados, los que se hacen los valientes y piensan que a ellos no puede pasarles nada. A estos incautos y desgraciados , cuando menos lo esperan viene el demonio siempre presto para llevarse las almas a la perdición y se los lleva entre los dientes.

¡Santísima Madre de Dios, Sálvanos!

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