Dios y Hombre verdadero. (Discurso 29, 19 - 20).
Fue envuelto en pañales, pero, al resucitar, arrojó las vendas de la sepultura.
Fue reclinado en un pesebre, mas después fue celebrado por los ángeles (Lc 2, 7), señalado por la estrella y adorado por los magos (Mt 2, 2).
¿Por qué te maravillas de lo que has visto con los ojos, mientras no observas lo que es percibido con el nous (ojo espiritual) y con el corazón?
Fue obligado a huir a Egipto; pero convierte en fuga el andar errante de los egipcios.
No tenía ni aspecto, ni belleza humana (Is 53, 2) entre los judíos; pero, según David, era hermoso de rostro por encima de los hijos de los hombres (Sal 45, 3); y también en la cima del monte, a manera de fulgor, resplandece y llega a ser más luminoso que el sol (Mt 17, 2), vislumbrándose así el esplendor futuro.
Fue bautizado (Mt 3, 16) como hombre, pero carga sobre sí los pecados como Dios; no porque tuviese necesidad de purificación, sino para que las mismas aguas produjesen la santidad.
Fue tentado como hombre, pero consiguió la victoria como Dios. Nos manda tener confianza en Él como en Aquél que ha vencido al mundo.
Sufrió hambre (Mt 4, 1 - 2), pero sació a muchos miles de personas (Mt 14, 21) y Él mismo se ha convertido en pan que da la vida y el Cielo (Jn 6, 41). Padeció sed (Jn 19, 28), pero exclamó: si alguno tiene sed, venga a mí y beba (Jn 7, 37): y también prometió hacer manar, para aquellos que tienen fe, fuentes de agua viva.
Experimentó la fatiga (Jn 4, 6), pero se hace reposo de los que están cansados y oprimidos (Mt 11, 28).
Se sintió extenuado por el sueño (Mt 8, 24), pero camina ligero sobre el mar, increpa a los vientos y salva a Pedro que estaba a punto de ser sumergido por las olas (Mt 14, 25).
Paga los impuestos con un pez (Mt 17, 23), pero es el Rey de los recaudadores. Es llamado samaritano y poseído del demonio (Jn 8, 48), pero lleva la salvación a aquél que, bajando de Jerusalén, fue asaltado por unos ladrones. Es reconocido por los demonios (Mc 1, 24; Lc 4, 34), pero expulsa a los demonios y empuja a legiones de espíritus malignos a arrojarse al mar (Mc 5, 7) y ve al príncipe de los demonios, casi como un relámpago, precipitarse desde el cielo (Lc 8, 18).
Es agredido con piedras, pero no es apresado (cfr. Jn 8, 59).
Ruega, pero acoge a los demás que piden. Llora, pero enjuga las lágrimas. Pregunta dónde ha sido sepultado Lázaro, pues efectivamente era hombre; pero resucita a Lázaro de la muerte a la vida, porque en efecto era Dios.
Es vendido, y a poco precio: por treinta siclos de plata (Mt 16, 15); pero mientras tanto redimía el mundo a gran precio: con su sangre (1P 1, 19; 1Co 6, 20). Es conducido a la muerte como una oveja (Is 53, 7), pero Él apacienta a Israel y ahora también al mundo entero.
Está mudo como un cordero (Sal 57, 71), pero Él es el mismo Logos, anunciado en el desierto por la voz de aquél que gritaba (Jn 1, 23). Fue abatido y herido por la angustia (Is 53, 4 - 5), pero vence toda enfermedad y sufrimiento (Mt 9, 35).
Es bajado de la cruz en donde fue suspendido, pero nos restituyó a la vida con la cruz, y da la salvación también al ladrón (que pende de la cruz) y oscurece todo lo que se descubre.
Se le da a beber vinagre y se le nutre con hiel (Lc 23, 33 Mt 27, 34), pero ¿a quién? A Aquél que transformó el agua en vino (Jn 2, 7). Saboreó aquel gusto amargo, Aquél que era la misma dulzura y todo lo apetecible (Cant 16).
Confía a Dios su alma, pero conserva la facultad de tomarla de nuevo (Jn 10, 18). El velo se rasga (y las potencias superiores se manifiestan) y las piedras se despedazan, pero los muertos resucitan (Mt 27, 51).
Él muere, pero devuelve la vida y derrota a la muerte con su muerte.
Es honrado con la sepultura, pero resucita de la tumba.
Desciende a los infiernos, pero acompaña las almas a lo alto, y sube al cielo, y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos y a examinar las palabras de los hombres.
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