lunes, 22 de febrero de 2021

FARISEO Y PUBLICANO



    Una de las partes más difíciles de la vida cristiana es aprender a ser uno mismo ¿Cómo distinguir lo verdadero de lo falso en nuestra vida?¿Cómo saber si soy yo o una de las muchas máscaras tras las que nos escondemos? ¿Cómo descubrir la vida real, nuestra verdadera y profunda belleza? No la belleza exterior, llamativa, momentánea, que se disuelve y aja convirtiéndose en polvo, sino la belleza de Dios que se refleja en el hombre, la belleza de la providencia de Dios ... El éxito, el placer, los numerosos derechos humanos se han convertido en conceptos imprescindibles para el hombre contemporáneo que se atasca en este espacio de aspiraciones biológicas terrenales. No hay Misterio en su vida ... Misterio de Dios, Misterio del hombre, Misterio del Amor, Misterio de la muerte y de la vida.
    En vez de poner todos los tesoros de nuestro corazón a los pies del Salvador, crucificado por nosotros, corremos, escapamos, huimos; probamos los bueyes comprados", admiramos el campo de la vida, enterramos a nuestros muertos, escondemos la plata de nuestro Señor. La vida sin Dios es un camino a la muerte. Gracias a Dios, que Él tiene un conjunto de herramientas enorme, asombroso y diverso para sacarnos del encanto terrenal, para darle una nueva mirada al mundo, a los valores verdaderos, al verdadero sentido eterno de la vida.
A través de la enfermedad, del dolor, de la muerte de seres queridos; a través del colapso y la crisis, a través de los golpes de la vida o, por el contrario, a través de la alegría y la inspiración, a través de una visión de la armonía y la integridad del mundo, a través de la belleza de la naturaleza y el amor, podemos encontrarnos con Dios. “Tú nos creaste para ti, y nuestro corazón no conoce reposo hasta que descanse en ti”, exclama el beato Agustín. Así cada uno viene a la Iglesia con sus pensamientos, con sus problemas, con su vida, con sus anhelos.
    San Nectario de Óptina dijo: “Mira, qué belleza: el sol, el cielo, las estrellas, los árboles, las flores ... ¡Pero antes no había nada! ¡Nada! ¡Y Dios creó tal belleza de la nada! Así también ocurre con el hombre: cuando llegue sinceramente a la conciencia de que no es nada, entonces Dios comenzará a crear grandes cosas de él.
    Dos personas estaban en el templo muy cerca, pero la distancia entre ellos era enorme, distancia espiritual: la fealdad del orgullo y la belleza de la humildad, cielo y tierra, vida y muerte.
    El fariseo se pone en un pedestal, se tira flores y se aplaude. ¡Bravo por mí! “Dios, te doy gracias porque YO no soy como otras personas: ladrones, delincuentes, adúlteros, drogadictos, borrachos, mendigos, corruptos, lujurioso, mentirosos. YO soy un verdadero cristiano ortodoxo. YO voy a la iglesia con regularidad, enciendo velas, y escribo pomélnics, y hago el ayuno... (Ssshhhhhh…. os diré un secreto: YO pago el diezmo) YO,YO, YO, YO…
    Y el publicano ni siquiera tenía nada que decir en su propia defensa. Es un publicano, un pecador, sólo puede ponerse en manos de Dios y desde lo más profundo de su corazón decir: “¡Oh Dios, ten piedad de mí, pecador! ". Dos mundos, dos personas, separadas por un abismo.
    San Silouan el Athonita, decía de sí mismo: “Cuando todavía estaba en el mundo, la gente me elogiaba y pensaba que era bueno. Pero cuando llegué al monasterio, conocí a gente buena de verdad y me di cuenta de que yo no valía absolutamente nada comparado con ellos ¡así es como puedes cometer un error, enorgullecerte y morir! "

    Y en el Patericón se nos dice: "¡Es imposible para un cristiano regocijarse verdaderamente sin lágrimas y sin dolor!" El camino de las lágrimas es por el que va el publicano, golpeándose en el pecho con arrepentimiento y por ello es justificado frente a la arrogancia y la soberbia del fariseo, pues dice el Señor: “Todo el que se enaltece será humillado, más el que se humilla será enaltecido”, dice el Señor (Lc 18:14). “Huyamos de la soberbia de la soberbia del fariseo y aprendamos de la humildad del publicano” pidiendo con insistencia a Dios: “Ábrenos las puertas de la Misericordia”, tal y como dicen los hermosos textos de la liturgia del Triodio.
Contando las supuestas buenas acciones del fariseo en la calculadora del corazón: oró, ayunó, arrojó un euro en la gorra de un mendigo en la calle, pagó el diezmo, sólo comió pan y agua durante los miércoles y viernes… más la soberbia y el orgullo, igual a muerte.
    Un suspiro de arrepentimiento que brota del corazón, lágrimas de dolor por los pecados más humildad, igual a el tesoro del arrepentimiento y la salvación. Mientras el corazón experimenta el dolor del arrepentimiento, estamos vivos, en paz, inspirados, íntegros y decididos. Por lo tanto, no es casualidad que los ancianos de Optina dijeran: “¡Hay humildad, hay de todo! ¡no hay humildad, no hay nada! "
    La parábola de hoy es como un cuchillo, como un bisturí, cortando nuestros corazones, y después de dos milenios, es tan actual como en aquellos días cuando Cristo la pronunció. Definitivamente debemos ver a este fariseo desafortunado en nosotros mismos, en nuestro corazón de donde debe ser expulsado. El camino de nuestra vida ha de estar guiado, por el contrario, por la oración sincera del publicano: ¡Oh Dios, ten piedad de mí, pecador! Esta es la única manera de llegar hasta Dios.
    El mundo considera la humildad, la mansedumbre, el arrepentimiento, el llanto como signos de debilidad e inferioridad. Y el orgullo, la arrogancia, la exaltación, el egoísmo como necesarios para la vida. Así el hombre quita a Dios, quita al prójimo y se pone a el mismo como su ídolo al que adorar.
    Comenzamos el Triodio, no cese de brotar de la fuente de nuestro corazón la oración humilde del publicano: ¡Oh Señor, ten piedad de mí pecador!

No hay comentarios: