martes, 6 de julio de 2021

JUZGAR



Cuando vamos al misterio de la Confesión (Spovedanea), y nos ponemos delante del sacerdote, solemos iniciar la conversación diciendo que no tenemos pecados especialmente graves, pensando en los mandamientos “no matarás”, “no robarás” … El primer error que esto implica es que caemos en el orgullo del fariseo de la parábola evangélica y el segundo es que consideramos unos pecados más graves que otros y a la vez que dentro de un mismo pecado puede haber distintas categorías: no sería lo mismo robar mil euros, que robar cien, que robar cinco. si el confesor rasca un poco, siempre aparece un pecado terrible, que muchos incluso lo consideran un pasatiempo a la hora del café: juzgar.
Este pecado terrible está en las listas de confesión de la mayoría de los creyentes, incluso de los piadosos no comprendiendo que es una auténtica calamidad espiritual que supone la muerte del alma. Lo peor de todo es la escasa lucha que se presenta contra él, lo que hace que lo repitamos una y otra vez no entendiendo que juzgando nos ponemos en lugar de Cristo que es el único Juez y a la vez desoímos el mandato evangélico: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Lucas 6:37).
Ante este pecado, somos capaces hasta de justificarnos: "¡Lo dije por amor!" ¡Esto no es amor! El gran asceta San Isaac el Sirio dice: "El día en que abras la boca y condenes a tu hermano, todo el bien que hayas hecho se perderá".
Los Padres del Desierto tenían un miedo terrible a juzgar. San Juan Clímaco dice: “Un monje que no juzga entra en la celda de otro monje, ve suciedad y desorden en ella. ¿Y qué dice? Este hermano se dedica al trabajo espiritual y no tiene tiempo para sí mismo. Entra en la celda de otro y hay limpieza y todo está ordenado. Piensa: qué pureza tiene este hermano por dentro, la misma en su celda ". No juzgó ni a uno ni al otro. Nosotros, juzgaríamos a ambos.
El no juzgar, la oración, la pureza de corazón son los cimientos sobre los que se construye todo el trabajo espiritual.

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