sábado, 31 de julio de 2010

Sinaxario del 1 de agosto


El 1 de agosto la Santa Iglesia celebra la conmemoración de la Procesión de la Santa y Vivificante Cruz de nuestro Señor Jesucristo en Constantinopla.

Por las grandes enfermedades que ocurrían en la ciudad por estos días para alivio y curación de los enfermos y consuelo de los fieles se llevaba en procesión por las calles de la ciudad el Venerable Madero de la Cruz para la santificación de la misma y la bendición de las cisternas y depósitos de agua. La víspera, el día treinta y uno de julio la venerable y preciosa Reliquia era sacada del Tesoro Imperial y llevada hasta el altar de la Iglesia de la Divina Sabiduría quedando allí expuesta hasta la fiesta del la Dormición de la santísima Madre de Dios, siendo durante estos días llevada en procesión por toda la ciudad y ofreciéndola a la veneración de los fieles.

En este mismo día la Santa Iglesia celebra la conmemoración de los Santos Hermanos Macabeos, Abim, Antonio, Gurias, Eleazar, Eusebono, Alimo, Marcelo y con ellos su madre Solomonia y su maestro Eleazar. El Impío Antioco envió a Jerusalén al general Apolonio al mando de veintidós mil hombres, con la orden de helenizar la ciudad; en caso de que los judíos se resistiesen a aceptar las costumbres y dioses paganos de Grecia, debía matarlos sin piedad y sustituirlos por extranjeros. Eleazar. Era un anciano venerable, uno de los principales doctores de la Ley. Los perseguidores, pensando que el pueblo seguiría el ejemplo de Eleazar, trataron de hacerle apostatar por medio de halagos, amenazas y violencias, pero el anciano no cedió. Algunos de los que presenciaron la tortura, movidos de compasión, aconsejaron que se diese a Eleazar un poco de carne de res, que no estaba prohibida por la Ley a fin de que los judíos creyesen que había comido carne de puerco, y el rey quedaría satisfecho. Pero Eleazar se negó a admitir ese subterfugio, diciendo que los jóvenes se sentirían autorizados a violar la Ley, puesto que él, a los noventa años de edad, había adoptado los ritos de los gentiles. En seguida añadió que, si cometía semejante crimen, no escaparía vivo ni muerto de la mano vengadora del Todopoderoso.


Trasladado al sito de la ejecución, Eleazar exclamó antes de morir en la flagelación: "Señor, cuya vista escudriña lo más escondido de los corazones. Tú ves la tortura que estoy sufriendo. Pero mi alma se regocija de sufrir por causa de la Ley, pues yo te temo." Al martirio de Eleazar siguió el los siete Hermanos Macabeos: Abim, Antonio, Gurias, Eleazar, Eusebono, Alimo y Marcelo los cuales fueron cruelmente atormentados para hacerles renegar de la fe, pero prefirieron toda clase de martirios con tal de permanecer fieles a los mandatos de Dios hasta la muerte por ello fueron flagelados con azotes de cuero, para que hicieran lo que la santa religión prohíbe. Uno de ellos decía al impío rey Antíoco que pretendía alejarlos de la religión de sus padres: -"¿Qué pretendes de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que desobedecer las leyes que Dios les dio a nuestros antepasados". El rey lleno de rabia, mandó prender fuego debajo de sartenes y calderas, e hizo echar allí la lengua del que había hablado en nombre de los demás. Hizo que le arrancaran toda la piel de la cabeza, y que le cortaran las manos y los pies, en presencia de sus hermanos y de su madre. Cuando quedó completamente inutilizado, viendo que todavía respiraba, mandó el rey que lo echaran a un sartén que estaba sobre el fuego y allí lo tostaran. Aparte, mientras el humo de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos, junto con su madre, se animaban mutuamente a morir con generosidad y decían: "El Señor Dios cuida de todos nosotros y está presenciando lo que sucede. Siempre se cumplirá lo que prometió Moisés: Dios se compadece de sus amigos".


Cuando el primero pasó a la eternidad, llamaron al segundo, y después de arrancarle la piel de la cabeza y todos sus cabellos, le preguntaron: "¿Estás dispuesto a hacer lo que le prohibe su religión? ¿O quieres ser torturado en tu cuerpo, parte por parte?". Él respondió: "¡De ninguna manera y por ninguna causa haré jamás lo que prohíbe mi santa religión!". Y entonces lo torturaron del mismo modo que habían hecho con el primero. Antes de que le arrancaran la lengua dijo al rey: "Tú, injusto y criminal, nos privas de la vida presente. Pero el Rey de los cielos nos resucitará para la vida eterna a los que morimos por cumplir sus santas leyes". Luego llamaron al tercero. Este presentó la lengua para que la arrancaran y las manos para que se las cortaran, pero antes dijo: "Por bondad del Dios del cielo poseo esta lengua y estas manos. Pero por cumplir sus santas leyes renuncio a todo esto que es tan precioso y útil. Yo espero que en la eternidad me devolverá el Señor lo que he sacrificado por su amor". El rey y sus acompañantes estaban admirados y sorprendidos del valor de aquel muchacho que no tenía miedo a tan terribles dolores con tal de cumplir lo que le mandaba su santa religión. Lo maltrataron y asesinaron como a los otros dos. Hicieron pasar en seguida al cuarto hermano y lo maltrataron con feroces suplicios. Cuando ya estaba agonizante y cerca de su fin, exclamó: "Es preferible morir a manos de los hombres con tal de conseguir ser resucitado para la vida eterna. En cambio para los enemigos de Dios y de su religión no hay esperanza para la eternidad". En seguida llevaron al quinto hermano y se pusieron a atormentarlo. Él, mirando al rey le dijo: "¿Te imaginas que porque tiene un alto puesto de gobierno puede hacer todo lo que se te antoja? Pero no creas que Dios ha abandonado a quienes pertenecemos a la verdadera religión. Ya verás que pasado un poco de tiempo, nuestra santa religión triunfará, mientras a vosotros os sucederán cosas muy desagradables". Después de este, trajeron al sexto hermano el cual, cuando estaba a punto de morir a causa de tan terribles tormentos, exclamó: "No os hagáis ilusiones los que combatís contra la religión del verdadero Dios, pensando que nada malo os va a suceder por todo esto. A nosotros nos sirven estos sufrimientos para poder pagar nuestros pecados, pero a los que luchan contra Dios, les esperan males espantosos".


Admirable en todo aspecto y digna de todo glorioso recuerdo, fue aquella madre que al ver morir a todos sus hijos en el espacio de un solo día, padecía todo esto con valentía, porque tenía la esperanza puesta en los premios que Nuestro Señor tiene reservados para sus fieles amigos. Animaba a cada uno de ellos hablándoles en su lenguaje patrio, llena de generosos sentimientos y estimulándonos a sufrir con gran valor les decía: - Yo no sé cómo mi Dios me concedió el honor de ser madre de cada uno de vosotros. Qué honrada me siento al ver que ahora entregáis vuestro espíritu al Creador por defender sus santas leyes. Él en cambio os concederá la gloria eterna".


El rey Antiocho se propuso ganarse al más pequeño de los hermanos y le ofreció regalos y hacerlo rico y concederle altos empleos con tal de que abandonara la religión del Dios de Israel. Viendo que el muchacho no le hacía caso, el rey llamó a la madre y le pidió que tratara de convencer al joven para que salvara su vida renegando de su religión. Entonces aquella valerosa mujer se acercó a su hijo y le dijo: "Hijo: ten compasión de mí, por amor a tu madre no vayas a renegar jamás de la santa religión de nuestros antepasados. Recuerda que estás obedeciendo al Dios que creó los cielos y la tierra. No le tengas miedo a este verdugo que te quiere quitar la vida del cuerpo, porque si perseveras fiel, nos encontraremos todos juntos con tus hermanos en la vida eterna del cielo". Tan pronto como la madre terminó de hablar, el joven gritó: "¿Qué más esperáis? Jamás obedeceré al mandato del rey que pretende hacerme renegar de mi religión y que yo desobedezca a las leyes que Dios nos dio por medio de Moisés. Y tú rey, que es el causante de todos estos males que suceden en nuestro pueblo de Israel, ¡estate seguro de que no te vas a librar de los castigos del Dios! Nosotros sufrimos para pagar nuestros pecados y los pecados de nuestro pueblo, pero con esto estamos calmando la ira de Dios. Pero a ti rey criminal y malvado, te espera el terrible juicio de Dios y de Él no lograrás librarte. Y Dios todo lo ve y todo lo sanciona. Mis hermanos después de haber sufrido estos tormentos han ido a la vida eterna. Pero a los enemigos de la religión les espera el castigo merecido por sus pecados. Yo, como hicieron mis hermanos, ofrezco mi vida por mi patria y por mi religión, para que tenga misericordia de nuestro pueblo y retire de nosotros los castigos que merecemos". Al oír tales declaraciones el rey se llenó de furor y mandó que al séptimo y más joven de los hermanos lo atormentaran con mayor crueldad que a los demás. Y después de matarlo a él, hizo asesinar también a la santa y heroica madre.


Feliz familia que en un solo día conquistó el reino de los cielos proclamando con valor que es preferible morir antes que renegar de la verdadera religión, que nos enseñaron nuestros antepasados. Por sus intercesiones, Señor Jesucristo nuestro Dios, ten piedad de noso­tros y sálvanos. Amén.”

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