sábado, 31 de julio de 2010

1 de Agosto: La procesión de la Santísima Cruz en Constantinopla


San Juan Crisóstomo: Homilia LV sobre el Evangelio de San Mateo

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: el que quiera venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24).

Entonces. ¿Cuándo? Después de que Pedro había dicho: No quiera Dios que esto suceda, y había oído aquel Retírate de mí, Satanás. No le pareció suficiente a Jesús con increpar a Pedro; sino que anhelando demostrar con abundancia lo absurdo de sus palabras y la utilidad que de su Pasión se seguiría, dijo: Tú, Pedro, me dices: No quiera Dios que esto suceda; mas Yo te digo que no sólo sería dañoso para ti el impedirme padecer, aun cuando te pese mi Pasión, sino que ni siquiera podrías alcanzar tu salvación, si tú mismo no estás preparado para morir. Y para que no pensara que el padecer era indigno de Cristo, no sólo con las anteriores palabras, sino también con las que siguen, le enseña la utilidad de su Pasión.

En Juan dice: Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho frutos-Pero ahora, tratando más largamente del asunto, habla no únicamente de su acabamiento por la muerte, sino que extiende la doctrina a sus discípulos. Como si les dijera: tan grande es la ganancia de la Pasión que si vosotros no queréis morir, os será perjudicial; mas sucederá lo contrario si estáis preparados para ese bien. Así lo declara con lo que sigue. Pero ahora lo examina por un solo lado. Observa cómo impone una obligación estricta. Pues no dice: Queráis o no, es necesario que padezcáis semejante Pasión. Sino ¿qué es lo que dice? Si alguno quiere venir en pos de mí. No lo obligo; no le impongo una necesidad; lo dejo al arbitrio de cada uno. Y por esto digo: Si alguno quiere. Os invito a bienes y no a males, ni a cosas difíciles, ni a suplicios y penas, para que fuera necesario obligaros. La naturaleza misma de la cosa es suficiente para atraer. Y con decirles esto, más los animaba. Quien pone obligación, con frecuencia más bien aparta de la obra; pero quien la deja al arbitrio del oyente, más lo atrae. Puesto que más fuerza tiene la simple exposición de la empresa que no la violencia. Por eso les decía: Si alguno quiere. Como si les dijera: grandes son los bienes que os ofrezco, y tales que espontáneamente se corre hacia ellos.

A la verdad, si alguno ofreciera oro y un tesoro tal vez, no llamaría con violencia. Pues si a esas cosas se va sin violencia, mucho más se irá a los bienes celestes. Si la naturaleza misma de la cosa no te persuade a que corras a ella, ya no eres digno de recibirla; y si la recibes, no sabrás apreciar lo que recibes. Por eso Cristo no obliga, sino exhorta y es indulgente con nosotros. Y como los discípulos murmuraban mucho, comentando lo dicho y se turbaban, les dice: no es el caso de turbarse y comentar. Si creéis que lo que dije, si os aconteciere, no es fuente de bienes innumerables, yo no os obligo, no os hago violencia, solamente invito al que quiera.

No penséis que seguirme es hacer eso que ahora hacéis al seguirme. Necesitaréis de muchos trabajos y pasar por muchos peligros, si habéis de seguirme. No por haberme confesado ahora, oh Pedro, vayas a pensar que sólo te esperan coronas y que con solo pensar lo que has pensado te basta para la salvación y que en adelante has de vivir contento como si ya todo estuviera acabado. Como Hijo de Dios que soy, puedo eximirte de experimentar los males, pero por bien tuyo no quiero hacerlo, para que tú pongas algo de tu parte y así seas mejor probado. Ningún Prefecto de juegos, cuando estima mucho a un atleta quiere coronarlo gratis, sino que anhela que éste lo gane con su propio trabajo, sobre todo porque lo estima. Así Cristo quiere que aquellos a quienes especialmente ama brillen con su propio mérito y por sola su gracia.

Advierte, además, cómo hace un discurso en nada pesado. Puesto que no circunscribe los males a solos los discípulos, sino que, extendiendo su enseñanza a todo el orbe, dice: Si alguno quiere, ya sea mujer o varón, príncipe o subdito, quienquiera que por este camino echare. Al parecer dice una sola cosa, pero en realidad son tres: negarse a sí mismo, tomar su cruz, seguirlo. Junta dos cosas, en tanto que la otra la pone aparte. Veamos en primer lugar qué sea negarse a sí mismo. Pero ante todo qué sea negar a otro. Y así sabremos qué sea negarse a sí mismo. Quien niega a otro, ya sea su hermano o su criado u otro cualquiera, no se presenta, no lo auxilia, no se entristece, no se aflige, puesto que se trata de uno que le es extraño.

Quiere, pues, Cristo que en esa forma, es decir, en forma alguna, perdonemos a nuestro cuerpo; de modo que aun cuando lo azoten, lo empujen, lo quemen o le hagan otra cosa cualquiera no lo perdonemos. Porque esto es verdaderamente perdonarlo. Así los padres, cuando entregan sus hijos a los maestros, es cuando verdaderamente los perdonan, advirtiendo al profesor que nada les perdone a los niños. Así, Cristo no dijo que no se perdone uno a sí mismo, sino lo que es más duro: Niegúese a sí mismo. Es decir, que sea para sí como un extraño, de manera que se entregue a los peligros y certámenes, y esté en tal disposición como si fuera otro el que padeciera. No dijo simplemente negarse, sino abnegarse. Y con este pequeño aditamento da a la sentencia una gran fuerza. Porque abnegarse es mucho más que simplemente negarse.

Y tome su cruz. Es una consecuencia de lo anterior. No vayas a pensar que conviene abnegarse únicamente cuando se trate de palabras, injurias y oprobios. Por eso dice hasta dónde conviene negarse a sí mismo: es decir hasta la muerte, y muerte la más oprobiosa. Y para significarlo no dijo: niegúese a sí mismo hasta la muerte, sino tome su cruz, o sea hasta la muerte más vergonzosa; y no una ni dos veces, sino por toda la vida. Como si dijera: lleva contigo perpetuamente semejante muerte y permanece cada día dispuesto a morir. Puesto que muchos despreciaron las riquezas, los placeres, la gloria, pero no despreciaron la muerte, sino que tuvieron temor a los peligros, Yo, dice Cristo, quiero que mi atleta luche hasta la muerte y que soporte el certamen hasta derramar su sangre. De modo que conviene llevar con fortaleza la muerte, si es necesario morir, y aun la muerte más oprobiosa y execrable, y aunque sea por vanas sospechas: y en tales casos grandemente gozarse.

Y sígame. Como puede suceder que el que padece no siga a Cristo, no padece por El (así como los ladrones, los robadores de sepulcros, los hechiceros sufren y graves padecimientos), para que no creas que basta con soportar los dolores, añadió el motivo de soportarlos. ¿Cuál es? Que al sufrir todo eso, vayas en seguimiento de Cristo y por causa de El lo padezcas y así ejercites todas las virtudes. Porque eso significa: Sígame. De manera que no sólo demuestres fortaleza de ánimo en los padecimientos, sino además continencia, equidad y toda clase de virtudes. Esto es seguir a Cristo como conviene: procurar las demás virtudes y padecer por El todo. Hay quienes siguen al demonio y padecen las mismas cosas y por él aceptan la muerte; pero nosotros lo hacemos por Cristo y aun por nosotros mismos y por nuestro bien. Ellos lo hacen dañándose a sí mismos aquí y en la otra vida; pero nosotros lo hacemos para lucrar ambas vidas.

Entonces ¿cómo no sería el colmo de la desidia el no tener tan gran fortaleza cuanta muestran esos que perecen, cuando vamos a recibir tantas coronas? Y eso que a nosotros nos auxilia Cristo y a ellos nadie. Por otra parte, este fue el precepto que dio Cristo a los apóstoles cuando los envió a misión, di-ciéndoles: No vayáis a los gentiles. Os envío como ovejas en medio de lobos. Seréis llevados a los gobernadores y reyes? Pero ahora lo enunció más solemnemente y con mayor reciedumbre. Porque entonces hablaba sólo de la muerte, mientras que aquí menciona la cruz y una cruz perpetua. Puesto que dice: Tome su cruz, es decir: llévela siempre.

Tenía Cristo por costumbre poner los mandatos más importantes no al principio y como exordio de sus discursos, sino poco a poco y sin sentir, a fin de que los oyentes no se perturbaran con lo duro de las cosas. Aquí, como lo que decía parecía ser cosa difícil y molesta, observa cómo la hace fácil en lo que sigue, estableciendo premios superiores a los trabajos. Y no sólo premios, sino además castigos para los perversos. Y en los castigos se detiene más que en los premios, porque a muchos los hace prudentes más la amenaza de los castigos que los bienes del premio.

Sin embargo, advierte cómo en este pasaje comienza y acaba con lo mismo. Pues dice: El que quiera salvar su vida la perderá; y el que quiera perder su vida por mí, la hallara. Y también ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? Y no es que no os tenga compasión, sino que, por el contrario, os compadezco cuando tal cosa ordeno. Pues quien condesciende con su hijo lo pierde, mientras que quien no le deja pasar nada, ése lo salva. Que es lo mismo que dijo el sabio: Si castigas a tu hijo con la vara, no morirá; antes librarás su alma de la muerte? Y también: El que ama a su hijo tiene siempre dispuesto el azote para que al fin pueda complacerse en élA Y lo mismo se hace en el ejército. Pues si el capitán, por no molestar a sus soldados los mantiene siempre en el campamento, destruye a los mismos soldados y a otros muchos.

Pues bien: a fin de que tal cosa no os acontezca, dice Jesús, os conviene estar siempre preparados para una muerte continua. Porque vendrá luego una guerra terrible. No te estés quieto en casa. Sal al campo y pelea; y si caes en la pelea, habrás encontrado la vida. Si en estas guerras sensibles y de acá, quien está pronto y preparado para la muerte, es tenido como preclaro entre los demás y como invicto y temible para los enemigos; y sin embargo, si muere no puede el general resucitarlo, el general por quien pelea, mucho más en las batallas espirituales en que se tiene la esperanza de la resurrección, quien exponga a la muerte su vida, la encontrará: desde luego porque no será vencido prontamente; y además, porque, aun estando postrado lleva su alma una vida mejor.

Luego pues había dicho: Quien quiera salvar su alma la perderá y quien la pierda la salvará; y en ambos casos habló de la salud y de la perdición, para que nadie piense que aquella perdición y esta otra, ni aquella salud ni esta otra son iguales, sino que vea con claridad que hay tan gran diferencia entre aquella y esta salud cuanta hay entre aquella y esta perdición, la demuestra mediante los contrarios diciendo: Porque ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿Observas cómo la salvación que se logra fuera de lo conveniente es perdición, y perdición la peor de todas, como que ya no tiene remedio, pues nada hay que pueda redimirla?

Como si dijera Cristo: No pienses que quien así guarda su alma, evadiendo los peligros, la ha salvado; añádele si quieres que ha guardado todo el orbe y lo ha ganado. Porque ¿qué ganancia saca de todo eso, si ha perdido su alma? Si vieras tú a tus criados en delicias mientras tú estás entre males extremos ¿pensarías que por ser señor de ellos tú algo lograbas? ¡De ningún modo! Pues piensa así respecto de tu alma cuando mientras tu carne vive entre delicias y riquezas a ella le espera la muerte futura. ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma? Insiste en lo mismo. Como si dijera: ¿tienes acaso otra alma que des a cambio de la tuya? Si pierdes tus riquezas, las puedes suplir con otras; y lo mismo si pierdes tu casa o tus esclavos u otra cualquiera posesión que tengas. Pero si pierdes tu alma no podrás dar otra. Aun cuando poseas el mundo y seas rey del universo; aunque pongas en la balanza todas las cosas del orbe y al orbe mismo íntegro, no puedes redimir una sola alma.

Pero ¿es acaso admirable que así suceda respecto del alma, cuando aun en las corporales cosas lo mismo se puede observar? Aun cuando estés con mil diademas coronado, si tu cuerpo estuviere enfermo de una dolencia incurable, no lograrías, ni aun dando de regalo todo el reino, alcanzar la salud; y esto aun cuando añadieras otros muchos cuerpos y ciudades y riquezas. Pues piensa lo mismo acerca de tu alma; y con mayor razón tratándose del alma. Dejando, pues, todo lo demás, ocúpate de ella con todas tus fuerzas. No te preocupes de las cosas de los demás con descuido de ti mismo y de tus intereses, cosa que ahora todos hacen, pareciéndose a los que trabajan en las minas que ninguna utilidad ni riqueza sacan de semejante trabajo, sino muy grave daño, pues en vano se exponen a los peligros en bien de otros, sin obtener para sí ganancia de los sudores y aun de la muerte que muchas veces les acontece. Y actualmente tienen éstos muchos imitadores que andan en busca de riquezas para otros. Y hasta son más miserables que los dichos mineros, pues al fin de sus muchos trabajos les espera la gehenna. A los mineros la muerte les acarrea el término de sus sudores, pero a los otros les resulta el comienzo de sus padecimientos.

Y si dices que tú, siendo rico ya disfrutas de tus trabajos, muéstrame la alegría y gozo de tu alma y entonces te lo creeré. El alma es lo principal de todo lo que poseemos; y si el cuerpo engorda mientras ella enferma, de nada te sirve toda tu abundancia. Pues así como cuando la esclava se goza, su gozo de nada sirve a su ama que está moribunda, y así como en nada ayuda el ornato de los vestidos al cuerpo enfermo, así tampoco la riqueza al alma; sino que de nuevo te repetirá Cristo: ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? y continuamente ordenará que te ocupes en salvarla y que de sólo eso tengas cuidado.

Una vez que con tales palabras ha puesto terror, consuela a sus discípulos con estas otras: Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloría de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras. ¿Observas desde luego cómo una misma es la gloria del Padre y del Hijo? Pero si la gloria es una y la misma, queda claro que también la substancia es una. Pues si en una substancia la gloria es diferente, como dice Pablo que una es la gloria y resplandor del sol, y otra la de la luna y otra la de las estrellas y una estrella difiere de otra en claridad, siendo ellas de la misma substancia ¿cómo podría creerse que aquellos cuya gloria es una tengan una substancia diferente? Porque no dijo Cristo: en una gloria como la del Padre, para que por aquí tú sospecharas una diferencia de substancia; sino que con todo cuidado dice que vendrá en la mismísima gloria del Padre, de manera que creamos que es una y la misma de ambos. Entonces, oh Pedro ¿por qué temes la muerte cuando de ella oyes hablar? Porque en aquel día me verás en la gloria del Padre. Y si yo estaré en la gloria también vosotros estaréis en la gloria. Porque vuestras cosas no están circunscritas a los límites de la vida presente, sino que os espera una suerte mejor.

Pero Cristo, tras de anunciar esos bienes, no se detuvo ahí, sino que aun en esto mezcló cosas terribles y trajo a la memoria el juicio y la cuenta inevitable y la sentencia sin acepción de personas y el Juez que no se engaña. Mas no permitió que su discurso fuera solamente de cosas tristes, sino que mezcló con ellas la buena esperanza. Porque no dijo: entonces castigará a los pecadores, sino: Entonces dará a cada uno según sus obras. Y lo dijo no únicamente para recordar el castigo a los pecadores, sino también las coronas y premios a los buenos. De manera que dijo esto para alegrar y confortar a los buenos. Sin embargo, yo, cuando oigo esto, siempre me lleno de terror, pues no pertenezco al número de los que serán coronados; y pienso que hay también otros que comparten conmigo semejantes angustias y terrores. Pero ¿a quién no atemorizarán estas cosas si entran en su conciencia? ¿a quién no pondrán miedo, hasta persuadirlo de que necesitamos vestirnos de saco y cilicio, mucho más que el pueblo de los ninivitas? Puesto que no se nos habla de la destrucción de la ciudad ni de una común desgracia, sino del eterno suplicio y del fuego que jamás se extingue.

Por este motivo yo alabo y admiro a los monjes que viven en el desierto: es decir, además de otras causas, también por estas palabras. Porque los monjes, después de la comida, mejor dicho después de la cena, pues no conocen la comida, pues saben que el tiempo presente es de luto y de ayuno, en una palabra, después de la cena, cuando dan gracias a Dios, repiten la dicha sentencia. Y si queréis oír el himno que cantan, para que también vosotros lo recitéis con frecuencia, os repetiré su íntegro canto, que es como sigue: Bendito seas, oh Dios, que me alimentas desde mi juventud y das alimento a toda carne. Llena de gozo y alegría nuestro corazón a fin de que teniendo siempre suficiencia de todas las cosas, abundemos en toda buena obra en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien contigo sea la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo, por todos los siglos. Amén. Gloria a ti, oh Señor. Gloria a ti, oh Santo. Gloria a ti, oh Rey que nos has concedido el alimento en alegría. Llénanos del Espíritu Santo, para que seamos aceptos en tu presencia y no quedemos avergonzados el día en que darás a cada uno según sus obras.

Semejante himno debe causar admiración todo él, pero sobre todo su final. Puesto que la mesa y los alimentos hacen pesados y disolutos, semejante sentencia la pusieron los monjes como un freno del alma en ese tiempo de esparcimiento, trayendo así a la memoria el día del juicio. Lo aprendieron sin duda de lo que sucedió a los hijos de Israel, tras de la mesa aquella bien abastecida: Comió y engordó y dio coces el amado J Por lo cual dijo Moisés: Cuando hayas comido y bebido y estés harto acuérdate del Señor tu Dios.% Porque tras de comer se atrevieron a lo más inicuo. Cuídate, pues, tú de que no te suceda lo mismo. Pues aun cuando no inmoles a dioses de piedra y oro ovejas y terneros, guárdate de inmolar tu alma a la ira ni tu salud a la fornicación y a otras semejantes enfermedades del alma.

Temerosos los monjes de semejante precipicio, también por esto, en terminando su comida, o mejor dicho su ayuno -ya que su mesa es un ayuno continuo-, traen a la memoria aquel día tremendo y aquel juicio. Pues si ellos que continuamente se atormentan con saco, los ayunos, el dormir en el suelo y otras innumerables formas de penitencia, sin embargo, necesitan de semejante amonestación ¿cuándo podremos nosotros vivir con moderación, siendo así que colmamos nuestras mesas con infinitas ocasiones de naufragio espiritual, y ni al principio ni al fin hacemos oración?

Pues bien: para quitarnos esas ocasiones de naufragio, tomemos de nuevo ese himno y expliquémoslo por sus partes a fin de que cayendo en la cuenta del gran fruto que nos reporta, con frecuencia lo entonemos en la mesa y así reprimamos los asaltos del vientre y metamos en el hogar las costumbres y prácticas de los ángeles. Habría sido lo conveniente que vosotros, usándolo ya desde antes, hubierais sacado ya ese fruto. Pero, pues no lo anheláis, a lo menos oíd de nuestra boca esa melodía espiritual; y que cada cual, una vez terminada la comida, dé gracias comenzando de esta manera: ¡Bendito Dios! Así cumpliréis desde luego con la ley apostólica en que se nos manda: Y todo cuanto hacéis de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por élS> Y luego, para que la acción de gracias no sea solamente para ese día, sino de toda la vida, se dice: Que me alimentas desde mi juventud.

También aquí hay una enseñanza para la virtud. Pues quien es alimentado por Dios no debe andar solícito. Si tú, prometiéndote el rey darte el cotidiano alimento de su propia despensa, vivirías del todo confiado, mucho más debes estarlo pues es Dios quien te lo da y de El te viene todo como de una fuente: debes pues estar en absoluto libre de toda solicitud. Los monjes lo cantan para dejar ellos toda solicitud e inducir a lo mismo a sus discípulos. Y para que no creas que sólo por sí mismos dan esas acciones de gracias, añaden: Que da alimento a toda carne. Así dan gracias por el orbe entero; y como padres de todo el universo, alaban a Dios en lugar de todos y se incitan a la verdadera fraternidad. Puesto que no pueden aborrecer a aquellos por quienes dan gracias a Dios por el alimento que les ha proporcionado. ¿Observas la caridad introducida mediante la acción de gracias, que quita todo cuidado del siglo, tanto por lo que precede como por lo que sigue? Pues si da Dios alimento a toda carne, mucho más lo dará a quienes le están adheridos. Si a quienes andan envueltos en los cuidados del siglo alimenta, mucho más lo hará con los que están libres de tales cuidados.

Cristo confirma esto cuando dice: Vosotros valéis más que muchos pájaros Con semejantes palabras nos enseña que no hay que poner la confianza en las riquezas, ni en la tierra, ni en las simientes; porque no son ellas las que nos nutren, sino la palabra de Dios. Palabras son éstas con que se refuta a los maniqueos y valentinianos y a los que piensan como ellos. Porque no puede ser un Dios malo el que a todos, aun a los que de él blasfeman, les da bienes. Sigue luego la petición: Llena de gozo y alegría nuestros corazones. ¿De qué gozo habla? ¿acaso del secular? ¡No, de ninguna manera! Si semejante gozo quisieran los monjes, no habitarían las cumbres de las montañas ni los desiertos, ni se vestirían del saco de penitencia. Hablan de otro gozo que nada tiene de común con el de la vida presente, sino del gozo de los ángeles, del gozo de allá arriba. Y no lo

piden así simplemente, sino con abundancia. Pues no dicen danos, sino: llena. Ni dicen a nosotros, sino: a nuestros corazones. Porque este gozo lo es sobre todo del corazón. Pues los frutos del Espíritu son caridad, gozo, paz.H

Y porque el pecado introdujo en el mundo la tristeza, piden que mediante el gozo entre en ellos la justicia, pues de otro modo no se engendraría en ellos el gozo. Para que teniendo siempre suficiencia de todo, abundemos en buenas obras. Mira cumplida aquí aquella sentencia del evangelio. Danos hoy nuestro pan de cada díaX¿ Y buscan que se cumpla el efecto de su petición en vista de los bienes espirituales, pues dicen: para que abundemos en toda buena obra. No dicen para hacer sólo lo que debemos, sino aun mucho más de lo que ordenan los preceptos. Porque esto quiere decir lo de abundemos. Piden a Dios lo suficiente en las cosas necesarias; pero en cambio ellos no quieren obedecer en sólo lo que es suficiente, sino en todo con sobreabundancia. Esto es lo propio de los hombres de recto corazón, esto es lo propio de hombres dados a la virtud: obedecer en todo y siempre con plena generosidad.

Y luego, recordando su debilidad y confesando que sin el auxilio de lo alto nada perfecto pueden llevar a cabo, una vez que dijeron: Para que abundemos en toda buena obra, añaden: En Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien contigo sea la gloria, el honor, y el poder por todos los siglos. Amén. Ponen fin, co mo dieron principio, con la acción de gracias. Después, parece como si comenzaran de nuevo, pero continúan con el mismo discurso. Así lo hace Pablo al principio de su carta, como si terminara con la glorificación de Dios, diciendo: Por voluntad de Dios y Padre nuestro a quien sea la gloria por los siglos. Amén. Y luego introduce la materia de que va a tratar. Y también en otra parte: Y adoraron y sirvieron a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.

Pero no termina aquí su discurso, sino que sigue adelante. De manera que no acusemos pues a estos ángeles como si obraran mal cuando, una vez que han terminado con la glorificación, Y de nuevo comienzan un himno sagrado. No hacen sino seguir las tradiciones apostólicas al comenzar con la glorificación y terminar con ella y comenzar en seguida un himno nuevo.

Por esto dicen: ¡Gloria a ti, oh Señor! ¡Gloria a ti, oh Santo! ¡Gloria a ti, oh Rey que nos has dado el alimento con alegría. Porque es necesario dar gracias no únicamente por los beneficios grandes sino también por los pequeños. Y dan gracias por éstos para poner en vergüenza a los maniqueos y a todos los que aseguran que esta vida es mala. Porque no vayas a pensar que quienes se ejercitan en lo más alto de la virtud y desprecian el vientre, abominan de los alimentos, a la manera de los que a sí mismos se estrangulan; sino que te persuaden con sus oraciones suplicantes que de muchas cosas se abstienen, no porque aborrezcan a las criaturas de Dios, sino por ejercicio de virtud.

Observa, además, cómo tras de dar gracias por el alimento que se les ha concedido, piden cosas mayores y no se detienen en las del siglo, sino que traspasan los cielos y dicen: Llénanos del Espíritu Santo. Porque nadie puede proceder en modo preclaro, si no está lleno de esa gracia; así como no puede llevar a cabo nadie nada generoso y grande, si no disfruta de la gracia de Cristo. En consecuencia, así como una vez que dijeron: para que abundemos en toda buena obra, añadieron: en Cristo Jesús, así ahora, tras de decir: Llénanos del Espíritu Santo, añaden: para que seamos aceptos en tu presencia. ¿Observas cómo nada piden de las cosas de la tierra, tocantes a la vida presente, sino que por éstas tan sólo dan gracias, y en cambio acerca de las cosas espirituales no sólo dan gracias sino que añaden las súplicas? Porque dijo Cristo: Buscad primero el reino de los cielos y lo demás se os dará por añadidura!

Considera, además, otra virtud de los monjes. Pues dicen: Para que seamos aceptos en tu presencia y no seamos avergonzados. Porque no nos preocupamos de que algunos todo eso lo juzguen en desdoro nuestro; porque ni siquiera advertimos )o que los hombres burlando o reprendiendo dicen de nosotros, sino que una sola cosa anhelamos: que no seamos confundidos en el último día. Y después de eso traen a la memoria el río de fuego y los premios y recompensas. Y no dicen: para que no seamos castigados, sino para que no seamos confundidos. Porque para nosotros esto es más terrible que la gehenna: el aparecer como ofensores de Dios. Pero como a muchos de los más ignorantes esto no suele aterrorizarlos, añaden: Cuando des a cada uno según sus obras.

¿Observas en qué forma y cuánto nos ayudan esos ciudadanos del desierto, extraños y peregrinos, o mejor dicho, ciudadanos del cielo? Nosotros acá somos peregrinos y extraños del cielo y ciudadanos de la tierra; pero ellos al contrario. Y terminado ese himno, penetrados de compunción y derramando abundantes y fervorosas lágrimas, van a tomar el sueño; y no duermen sino tanto cuanto es necesario para un pequeño descanso. De las noches hacen días y pasan su vida en acciones de gracias y en el canto de los salmos. Ni sólo lo hacen los varones, sino también las mujeres que ejercitan ese mismo modo de vivir, superando su natural debilidad con la grandeza de su ánimo.

Avergoncémonos nosotros, los varones, al ver en ellas tan gran contingencia; y dejemos ya de impresionarnos con la codicia de las cosas presentes, que no son sino sombra, humo, sueño. Porque la mayor parte de nuestra vida parece carecer de sentido. La edad primera redunda en estulticia; la que ya se inclina a la ancianidad, embota nuestros sentidos. El tiempo intermedio es corto y en él gozamos de los deleites. Más aún: ni siquiera en este corto tiempo intermedio gozamos como se debe del placer, pues se interponen infinitos cuidados y trabajos que lo destruyen.

Os ruego, en consecuencia, que busquemos los bienes perdurables y eternos y aquella vida exenta de ancianidad. Porque también el que habita en la ciudad puede imitar la virtud de los monjes. Puede, aunque tenga mujer y viva en su casa, orar, ayunar, dolerse. Los primeros discípulos de los apóstoles vivían en ciudades y mostraban la misma piedad que quienes luego se retiraron al desierto; y aun otros que presidían oficinas como Priscila y Aquila. También los profetas tenían esposa y casa, como Isaías, Ezequiel, el gran Moisés. Pero eso en nada les impidió el ejercicio de la virtud. Pues también nosotros, imitando a éstos, demos continuas gracias a Dios, celebrémoslo con himnos continuos, cultivemos la continencia y las demás virtudes, y traigamos a la ciudad ese ejercitar las virtudes que florece en los montes, para que seamos aceptos ante Dios y aparezcamos como hombres honorables y alcancemos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo y vivificante, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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