sábado, 22 de septiembre de 2007

1° Domingo de Lucas

El evangelista Lucas nos describe hoy la pesca milagrosa del lago de Genesaret.Los Apóstoes siguieron siendo pescadores pero... de hombres. Es un error creer que la invitación de Cristo a pescar almas, se dirige sólo a unos pocos que cumplen hasta hoy la tarea de la evangelización. El Señor, en la persona de Pedro se dirige a cada uno de nosotros. La Iglesia no eligió esta lectura para informarnos sobre el comienzo que el Mesías dio a su obra en la tierra y el alistamiento de sus colaboradores. Enfoca nuestra atención a la manera en que los cuatro pescadores aceptaron el llamado y respondieron inmediatamente a él. De esta manera tenemos todos un ejemplo paradigmático, un modelo de cómo deben aceptar las personas el llamado divino. La vida de la Iglesia está entrelazada con el llamado a la evangelización. Aquel “Id a hacer discípulos a todas las naciones” no se dirige exclusivamente a los Apóstoles, sino, a través de ellos, a todos los miembros de la Iglesia. El cristiano debe obrar conforme a la voluntad de Cristo, voluntad que se expresa en sus mandamientos, a través del Nuevo Testamento. Los cristianos son la sal de la tierra y la luz del mundo. La autolimitación o la indiferencia por la salvación del mundo, no sólo perjudica al mundo, sino a los cristianos mismos. Por otra parte, el testimonio de fe no tiene como única consecuencia la iluminación del mundo, sino también la revitalización de los cristianos mismos. “Quien ha tomado el gusto del cielo, fácilmente desprecia las cosas mundanas”, escribe San Juan Clímaco. Con la evangelización se fortalece internamente también, la sociedad evangelizadora. Cuando no se revela el anuncio del amor, se marchita, pero aun cuando se revele sin ser vivenciado, permanece meteoro. No basta la confesión de fe ortodoxa, se necesita su enlace y compromiso con la vida. La evangelización interna y externa es una función esencial e ineludible de la Iglesia. La evangelización externa puede ser considerada como el índice de su vitalidad y dinamismo. La ausencia de esta función revela la falta de vitalidad interna, mientras su presencia revela su vitalidad espiritual. Cabe señalar que la obra evangelizadora de la Iglesia no se realiza tan sólo por medio de su acción en el Tercer Mundo sino con toda su presencia en la sociedad contemporánea. Cuando la Iglesia vive el contenido de su fe, cuando cultiva el amor y la unidad, está dando testimonio cristiano. Esta presencia de la Iglesia no se corresponde sólo cuando la acción evangelizadora es obstaculizada, se corresponde también en los casos en que hay una prédica pletórica y una falta de vida espiritual, como acontece hoy. La evangelización y nuestro interés por el prójimo, significa el abandono de las preocupaciones mundanas, pero no la negación de la vida. Renuncia no significa abandonar las necesidades vitales básicas, como la familia o el trabajo. Lo que principalmente debemos dejar es nuestro encierro en una seguridad egocéntrica, que no nos permite abrirnos al prójimo para verlo como hijo de Dios, del mismo Dios en quien creemos y a quien adoramos. Dios no nos pide cosas exageradas y ajenas a la realidad. La renunciación y la auto-inmolación son presupuestos para la perfección espiritual y el progreso de cada cristiano. Escribe San Basilio Magno el siguiente ejemplo: “Supón que tienes dos hijas, la mundana y la celestial. Si no quieres darle todo a la mejor, al menos repártelo por igual entre ellas. No presentes muy rica tu vida mundana mientras dejas desnuda y vestida con harapos la celestial”. Cristo nos llama a todos para que seamos pescadores de almas. Espera que respondamos positivamente a su llamada y que tomemos la tarea espiritual. Espera que nosotros también le contestemos: “por tu palabra echaré la red”. Por más que dudemos de nuestras posibilidades, por más que nos decepcionemos de nuestros esfuerzos, la maravillosa pesca de Pedro será la mejor garantía para el éxito, la mejor prueba para un nuevo milagro. Nuestro entorno familiar, el ámbito de nuestro trabajo, la sociedad en la que vivimos y nos movemos, son las aguas profundas donde debemos echar las redes salvíficas de Cristo. Pero no debemos esperar ver los resultados, si no tenemos antes la fe de Pedro. No esperemos que entren otros al barco, si nosotros no somos cristianos correctos y concientes, porque, en ese caso, tendremos que confesar que “habiendo trabajado, nada hemos conseguido”.

No hay comentarios: