Comunicado de la Comunidad sagrada de la Santa Montaña
Karyes, 30 diciembre 2006
La reciente visita del Papa Benedcito XVI al Patriarcado ecuménico, en la fiesta patronal de San Andrés (30 noviembre 2006), después la visita de S. B. el arzobispo de Atenas, Monseñor Christodoulos (14 de diciembre 2006), ha provocado una multitud de impresiones, análisis y reacciones. No nos detendremos a hablar sobre lo que la prensa secularizada ha juzgado positivo o negativo, para insistir sólo sobre lo que concierne a nuestra salvación, en virtud de la cual nosotros hemos salido del mundo para vivir en la soledad de la Santa Montaña.
Como monjes de la Santa Montaña, respetamos el Patriarca ecuménico, a la jurisdicción del cual nosotros pertenecemos. Honoramos y veneramos nuestro santo patriarca ecuménico Bartolomé y nos alegramos de todo lo que hace con amor en Dios y con dolor por la Iglesia. Somos especialmente sensibles a su defensa firme e infatigable de los derechos inalienables del patriarcado ecuménico, y haciéndolo en circunstancias desfavorables. Añadamos a esto su preocupación para anunciar al mundo entero el mensaje de la Iglesia Ortodoxa. También nosotros, monjes de la Santa Montaña, honoramos la muy santa Iglesia de Grecia, de donde la mayor parte de nosotros hemos nacido, y respetamos su beatísimo primado.
A la vez, los acontecimientos que se produjeron durante las recientes visitas del papa al Phanar y de S. B. el arzobispo de Atenas al Vaticano, han provocado una profunda pena en nuestros corazones. Deseamos y luchamos, toda nuestra vida, para conservar el depósito de los santos Padres que nos han legado los santos fundadores de nuestros monasterios y los bienaventurados padres de eterna memoria que nos han precedido. Nos esforzamos en vivir, en la medida que podemos, el misterio de la Iglesia y de la fe ortodoxa inmaculada, conforme a lo que nos enseñan cada día los oficios divinos, las Escrituras sagradas y, en general, la doctrina de los santos Padres que está fijada en sus escritos y en las decisiones de los concilios ecuménicos. Ellas son la “niña de nuestros ojos”, guardamos nuestra conciencia dogmática, que se edifica por los combates agradables a Dios de los santos confesores de la fe y por los esfuerzos que llevaron a cabo en la lucha contra las diferentes herejías. Entre ellos, pensamos en nuestro padre entre los santos Gregorio Palamas, a los santos monjes mártires de la Santa Montaña y en el santo mártir Cosme el Protos, de quien veneramos piadosamente las reliquias y de los que celebramos solemnemente la santa memoria (se refieren a los monjes athonitas muertos por orden del emperador Miguel III, por su oposición a la unión con Roma, firmada al concilio de Lión en 1274).
Tememos callar cada vez que surge un problema que concierne al legado de los Padres. Sentimos profundamente nuestro deber en relación a los venerables padres y hermanos de toda la Santa Montaña y respecto del piadoso pueblo fiel de la Iglesia, que considera el monaquismo athonita como el guardián inflexible de las tradiciones sagradas.
La visita del Papa al Phanar por una parte, y por otra la visita al Vaticano del arzobispo de Atenas, puede aportar alguna cosa útil “según el mundo”. Sin duda, muchos acontecimientos se han producido durante estas visitas, que no están de acuerdo con las disposiciones de la eclesiología ortodoxa, y ha sido decididos acuerdos que no serán útiles ni a la Iglesia ortodoxa, ni a los cristianos heterodoxos.
Primero de todo, el papa fue recibido como si él fuese el obispo canónico de Roma. Durante la ceremonia, el papa lleva el Omophor y el patriarca ecuménico lo saluda con estas palabras: “Bendito sea quien viene en nombre del Señor”, como si se tratara de Cristo Nuestro Señor. Acto seguido, el papa bendice a los fieles reunidos y se le canta “Ad multos annos”, por ser “muy santo” y “beatísimo obispo de Roma”. Por otra parte, la presencia del papa com el Omophor durante la Divina Liturgia ortodoxa, la recitación del “Padre Nuestro”, el beso litúrgico con el patriarca, son expresiones que superan las simples plegarias comunes. Y todo esto, cuando la institución papal no ha cedido nada sobre sus enseñanzas heréticas y sobre su política. Al contrario, dicha institución, de forma notoria, da ánimos al unitianismo y reafirma los dogmas relativos a la primacía e infalibilidad, yendo aún más lejos con las plegarias comunes inter-religiosas y el hegemonismo pan-religioso del papa de Roma que se transparenta en ellas. Respecto a lo que se refiere a la recepción del papa al Phanar, estamos particularmente afligidos por el hecho que todos los medios no han cesado de repetir la misma información errónea, según la cual los troparios cantados en ese momento han sido compuestos por uno o varios monjes de la santa Montaña. Aprovechamos la ocasión para informar a los piadosos cristianos ortodoxos que el compositor no es ni puede ser un monje de la Santa Montaña.
De inmediato, la tentativa de S. B. el arzobispo de Atenas de cerrar relaciones con el Vaticano a nivel de cuestiones sociales, culturales y bioéticas, así como el objetivo de defender el conjunto de raíces cristianas de Europa (estos mismos temas se encuentran también en la declaración común del papa i del patriarcado en la reunión del Phanar) pueden parecer inocentes, incluso positivas. En efecto, apuntan a hablar sobre las relaciones humanas en la paz. Por tanto, es importante que, paralelamente, todo esto no dé la impresión que Occidente y la ortodoxia se apoyan hoy sobre las mismas bases, o nos conduzca a olvidar la distancia que separa la tradición ortodoxa de lo que habitualmente se presenta como el llamado “espíritu europeo”. La Europa (occidental) lleva el peso de una serie de instituciones y actos anti-cristianos, como las cruzadas, la inquisición, el tráfico de esclavos y la colonización. Lleva sobre sí la carga de su trágica división con el cisma del protestantismo, la de las guerras mundiales devastadoras y también del humanismo antropocentrista, como así mismo su ateísmo. Todo esto es fruto de las desviaciones teológicas de Roma en relación a la ortodoxia. Una detrás de la otra, las herejías papistas y protestantes han alejado del mundo occidental el humilde Cristo de la ortodoxia, y han entronizado en Su lugar al hombre orgulloso. El santo obispo Nicolas d’Ochrid y Jitcha escribía después de estar en Dachau: “Entonces, ¿qué es Europa? El papa y Lutero… Esto es Europa, íntimamente, ontológicamente, e históricamente”. El bienaventurado padre Justin Popovitch: “El concilio Vaticano II constituye el renacimiento de todos los humanismos europeos… pues el concilio ha insistido en su adhesión al dogma de la infalibilidad papal”, y añade: “indudablemente, las autoridades y los poderes de la cultura y de la civilización europeas (occidentales) combaten a Cristo”. Es por todo esto que es importante anunciar el humilde ethos de la ortodoxia y sostener las verdaderas raíces cristianas de la Europa unida; las raíces que Europa tiene durante los primeros siglos del cristianismo, en la época de las catacumbas y de los siete concilios ecuménicos. Es deseable para la ortodoxia de no cargar sobre sí los pecados de otros; aún más, a todos los europeos que se han descristianizado en reacción a las desviaciones del cristianismo occidental, no se les ha de dar la impresión que la ortodoxia atada a éste. Eso sería impedir dar testimonio de la ortodoxia está como la auténtica fe en Cristo y única esperanza de los pueblos de Europa. Es evidente que los católicos romanos se han mostrado incapaces de renunciar a las decisiones de los concilios tardíos (y según ellos “ecuménicos”), que han legitimado el Filioque, el primado del papa, la infalibilidad del papa, la autoridad temporal del papa, la Gracia creada, la Inmaculada concepción de la Madre de Dios, el uniatismo. A pesar de todo esto, nosotros, ortodoxos, seguimos haciendo las visitas “protocolarias”, dando al papa los honores debidos a un obispo ortodoxo y transgrediendo una serie de cánones que prohíben las plegarias comunes, mientras el diálogo teológico hace aguas continuamente y, después de haber sido recuperado de las profundidades, se hunde de nuevo. Todas las señales conducen a la conclusión que el Vaticano no se orienta hacía un rechazo de sus doctrinas heréticas. Sino únicamente hacía su reinterpretación, en otras palabras, hacía su encubrimiento. La eclesiología católico-romana varía de una encíclica a otra; después de una pretendida eclesiología “abierta” de la encíclica “Ut Unum Sint”, hasta el exclusivismo eclesiológico de la encíclica “Dominus Jesus”. Conviene señalar que estas dos vías católico-romanas son contrarias a la eclesiología ortodoxa. La consciencia que la Santa Iglesia Ortodoxa tiene de sí misma en tanto que única Iglesia Una, Santa, católica y Apostólica, no reconoce las iglesias y confesiones heterodoxas como “Iglesias Hermanas”. Sólo las iglesias locales ortodoxas participando de la misma fe son “las Iglesia Hermanas”. Ninguna aplicación del término “Iglesias Hermanas” fuera de las Iglesias ortodoxas es teológicamente inadmisible. El “Filioque” es promovido, por parte católico-romana, como una expresión legítima de la enseñanza sobre la procesión del Espíritu Santo, y presentado teológicamente como equivalente a la doctrina ortodoxa según la cual esta procesión es “solo del Padre”. Esta posición católico-romana es desafortunadamente defendida por algunos de nuestros propios teólogos.
Además, el pontífice continúa presentando la primacía papal como un privilegio inalienable, lo que se deduce del reciente abandono del título de “patriarca de Occidente” por el actual papa Benedicto XVI; esto surge también en su mención del ministerio universal del apóstol Pedro y de sus sucesores durante su homilía en la catedral patriarcal, así como en un reciente discurso que incluía la frase siguiente: “… al seno de la comunión con los sucesores de los apóstoles, donde el sucesor del apóstol Pedro garantiza la unidad visible, la comunidad ucraniana católica (es decir uniata), ha preservado viva la tradición sagrada en toda su integridad” («Katholiki » N°3046/18.4.2006).
El uniatismo es de nuevo reforzado y reafirmado de formas diferentes y variadas, a pesar de desmentidos ocasionales del papa. Esta actitud desprovista de sinceridad, es testimonio, entre otros ejemplos, por la ingerencia provocadora del anterior papa, Juan Pablo II, que llevó el diálogo católico-ortodoxo de Baltimore al fracaso, así como la carta enviada por el papa actual al cardenal Ljubomir Husar, arzobispo uniata de Ucrania. En esta carta del 22. 2. 2006, es puesto en relieve lo que sigue: “Es imperativo que aseguremos la presencia de los dos grandes portadores de la única tradición (el latino y el oriental)... la misión que la Iglesia greco-latina ha iniciado , estando en plena comunión con el sucesor del apóstol Pedro es doble: de una parte, ha de preservar de forma visible la tradición oriental de la Iglesia católica; por otra parte, ha de favorecer la unión de las dos tradiciones, testimoniando que ellas pueden no únicamente coordinarse entre ellas, sino que ellas constituyen también una unidad profunda en su variedad”. Vistos bajo este ángulo, los intercambios de amabilidad, así como las visitas del papa al Phanar y la del arzobispo de Atenas al vaticano, sin la previa unidad en la fe, terminan por crear, por una parte, falsas impresiones de unidad y, haciendo esto, alejan del mundo heterodoxo la perspectiva de la Iglesia ortodoxa como verdadera Iglesia. Por otra parte, tienen por consecuencia debilitar la conciencia dogmática de muchos ortodoxos. Más aún, empujan a algunos piadosos fieles ortodoxos, inquietos de lo que pasa de forma inoportuna y contraria a los santos cánones, a irse del cuerpo de la Iglesia y a crear nuevos cismas.
Asimismo, con amor por nuestra ortodoxia, pero con sentimiento de dolor por la unidad de la Iglesia, y con el objetivo de preservar la fe ortodoxa de todas las innovaciones, proclamamos a todos, lo que fue proclamado por la synaxis doble de nuestra santa Comunidad de la Santa Montaña el 9/22 de abril de 1980: “Creemos que nuestra santa Iglesia ortodoxa es la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica, poseyendo la plenitud de la Gracia y de la Verdad, y, por ésta razón, una sucesión apostólica ininterrumpida. Por el contrario, la “Iglesias” y “confesiones” de Occidente, habiendo alterado la fe del evangelio, de los apóstoles y de los Padres respecto de muchos puntos, están privados de la Gracia santificante, de los verdaderos misterios y de la sucesión apostólica... El diálogo con los heterodoxos – si tiene como fin informarles sobre la fe ortodoxa, a fin de que volviéndose receptivos a la iluminación divina y que sus ojos se abran, vuelvan a la fe ortodoxa-, no es condenable.
“Bajo ningún aspecto, el diálogo teológico no ha de ser acompañado de plegarias comunes, de participación en asambleas litúrgicas y cultuales comunes, así como otros actos que den la impresión que nuestra Iglesia ortodoxa reconoce los católicos-romanos como siendo plenamente una Iglesia y el papa como obispo canónico de Roma. Tales acciones confunden el pleroma ortodoxo, y a la vez a los fieles católicos romanos se les da la falsa impresión respecto de lo que de ellos piensa la ortodoxia... “Por la Gracia de Dios, la Santa Montaña permanece fiel, - como todo el pueblo ortodoxo del Señor-, en la fe de los santos apóstoles y de los santos Padres, y también en el amor debido a los heterodoxos, que son realmente ayudados cuando los ortodoxos, por su consecuente posición ortodoxa, les muestran la amplitud de su enfermedad espiritual y les indican el modo de sanar. “Los intentos de unión del pasado abortados nos enseñan que para una unión durable y de acuerdo a la voluntad de Dios, en la verdad de la Iglesia, es necesaria una preparación y un camino diferentes a los que fueron seguidos en el pasado y que, parece, son seguidos en nuestros días”.
Como monjes de la Santa Montaña, respetamos el Patriarca ecuménico, a la jurisdicción del cual nosotros pertenecemos. Honoramos y veneramos nuestro santo patriarca ecuménico Bartolomé y nos alegramos de todo lo que hace con amor en Dios y con dolor por la Iglesia. Somos especialmente sensibles a su defensa firme e infatigable de los derechos inalienables del patriarcado ecuménico, y haciéndolo en circunstancias desfavorables. Añadamos a esto su preocupación para anunciar al mundo entero el mensaje de la Iglesia Ortodoxa. También nosotros, monjes de la Santa Montaña, honoramos la muy santa Iglesia de Grecia, de donde la mayor parte de nosotros hemos nacido, y respetamos su beatísimo primado.
A la vez, los acontecimientos que se produjeron durante las recientes visitas del papa al Phanar y de S. B. el arzobispo de Atenas al Vaticano, han provocado una profunda pena en nuestros corazones. Deseamos y luchamos, toda nuestra vida, para conservar el depósito de los santos Padres que nos han legado los santos fundadores de nuestros monasterios y los bienaventurados padres de eterna memoria que nos han precedido. Nos esforzamos en vivir, en la medida que podemos, el misterio de la Iglesia y de la fe ortodoxa inmaculada, conforme a lo que nos enseñan cada día los oficios divinos, las Escrituras sagradas y, en general, la doctrina de los santos Padres que está fijada en sus escritos y en las decisiones de los concilios ecuménicos. Ellas son la “niña de nuestros ojos”, guardamos nuestra conciencia dogmática, que se edifica por los combates agradables a Dios de los santos confesores de la fe y por los esfuerzos que llevaron a cabo en la lucha contra las diferentes herejías. Entre ellos, pensamos en nuestro padre entre los santos Gregorio Palamas, a los santos monjes mártires de la Santa Montaña y en el santo mártir Cosme el Protos, de quien veneramos piadosamente las reliquias y de los que celebramos solemnemente la santa memoria (se refieren a los monjes athonitas muertos por orden del emperador Miguel III, por su oposición a la unión con Roma, firmada al concilio de Lión en 1274).
Tememos callar cada vez que surge un problema que concierne al legado de los Padres. Sentimos profundamente nuestro deber en relación a los venerables padres y hermanos de toda la Santa Montaña y respecto del piadoso pueblo fiel de la Iglesia, que considera el monaquismo athonita como el guardián inflexible de las tradiciones sagradas.
La visita del Papa al Phanar por una parte, y por otra la visita al Vaticano del arzobispo de Atenas, puede aportar alguna cosa útil “según el mundo”. Sin duda, muchos acontecimientos se han producido durante estas visitas, que no están de acuerdo con las disposiciones de la eclesiología ortodoxa, y ha sido decididos acuerdos que no serán útiles ni a la Iglesia ortodoxa, ni a los cristianos heterodoxos.
Primero de todo, el papa fue recibido como si él fuese el obispo canónico de Roma. Durante la ceremonia, el papa lleva el Omophor y el patriarca ecuménico lo saluda con estas palabras: “Bendito sea quien viene en nombre del Señor”, como si se tratara de Cristo Nuestro Señor. Acto seguido, el papa bendice a los fieles reunidos y se le canta “Ad multos annos”, por ser “muy santo” y “beatísimo obispo de Roma”. Por otra parte, la presencia del papa com el Omophor durante la Divina Liturgia ortodoxa, la recitación del “Padre Nuestro”, el beso litúrgico con el patriarca, son expresiones que superan las simples plegarias comunes. Y todo esto, cuando la institución papal no ha cedido nada sobre sus enseñanzas heréticas y sobre su política. Al contrario, dicha institución, de forma notoria, da ánimos al unitianismo y reafirma los dogmas relativos a la primacía e infalibilidad, yendo aún más lejos con las plegarias comunes inter-religiosas y el hegemonismo pan-religioso del papa de Roma que se transparenta en ellas. Respecto a lo que se refiere a la recepción del papa al Phanar, estamos particularmente afligidos por el hecho que todos los medios no han cesado de repetir la misma información errónea, según la cual los troparios cantados en ese momento han sido compuestos por uno o varios monjes de la santa Montaña. Aprovechamos la ocasión para informar a los piadosos cristianos ortodoxos que el compositor no es ni puede ser un monje de la Santa Montaña.
De inmediato, la tentativa de S. B. el arzobispo de Atenas de cerrar relaciones con el Vaticano a nivel de cuestiones sociales, culturales y bioéticas, así como el objetivo de defender el conjunto de raíces cristianas de Europa (estos mismos temas se encuentran también en la declaración común del papa i del patriarcado en la reunión del Phanar) pueden parecer inocentes, incluso positivas. En efecto, apuntan a hablar sobre las relaciones humanas en la paz. Por tanto, es importante que, paralelamente, todo esto no dé la impresión que Occidente y la ortodoxia se apoyan hoy sobre las mismas bases, o nos conduzca a olvidar la distancia que separa la tradición ortodoxa de lo que habitualmente se presenta como el llamado “espíritu europeo”. La Europa (occidental) lleva el peso de una serie de instituciones y actos anti-cristianos, como las cruzadas, la inquisición, el tráfico de esclavos y la colonización. Lleva sobre sí la carga de su trágica división con el cisma del protestantismo, la de las guerras mundiales devastadoras y también del humanismo antropocentrista, como así mismo su ateísmo. Todo esto es fruto de las desviaciones teológicas de Roma en relación a la ortodoxia. Una detrás de la otra, las herejías papistas y protestantes han alejado del mundo occidental el humilde Cristo de la ortodoxia, y han entronizado en Su lugar al hombre orgulloso. El santo obispo Nicolas d’Ochrid y Jitcha escribía después de estar en Dachau: “Entonces, ¿qué es Europa? El papa y Lutero… Esto es Europa, íntimamente, ontológicamente, e históricamente”. El bienaventurado padre Justin Popovitch: “El concilio Vaticano II constituye el renacimiento de todos los humanismos europeos… pues el concilio ha insistido en su adhesión al dogma de la infalibilidad papal”, y añade: “indudablemente, las autoridades y los poderes de la cultura y de la civilización europeas (occidentales) combaten a Cristo”. Es por todo esto que es importante anunciar el humilde ethos de la ortodoxia y sostener las verdaderas raíces cristianas de la Europa unida; las raíces que Europa tiene durante los primeros siglos del cristianismo, en la época de las catacumbas y de los siete concilios ecuménicos. Es deseable para la ortodoxia de no cargar sobre sí los pecados de otros; aún más, a todos los europeos que se han descristianizado en reacción a las desviaciones del cristianismo occidental, no se les ha de dar la impresión que la ortodoxia atada a éste. Eso sería impedir dar testimonio de la ortodoxia está como la auténtica fe en Cristo y única esperanza de los pueblos de Europa. Es evidente que los católicos romanos se han mostrado incapaces de renunciar a las decisiones de los concilios tardíos (y según ellos “ecuménicos”), que han legitimado el Filioque, el primado del papa, la infalibilidad del papa, la autoridad temporal del papa, la Gracia creada, la Inmaculada concepción de la Madre de Dios, el uniatismo. A pesar de todo esto, nosotros, ortodoxos, seguimos haciendo las visitas “protocolarias”, dando al papa los honores debidos a un obispo ortodoxo y transgrediendo una serie de cánones que prohíben las plegarias comunes, mientras el diálogo teológico hace aguas continuamente y, después de haber sido recuperado de las profundidades, se hunde de nuevo. Todas las señales conducen a la conclusión que el Vaticano no se orienta hacía un rechazo de sus doctrinas heréticas. Sino únicamente hacía su reinterpretación, en otras palabras, hacía su encubrimiento. La eclesiología católico-romana varía de una encíclica a otra; después de una pretendida eclesiología “abierta” de la encíclica “Ut Unum Sint”, hasta el exclusivismo eclesiológico de la encíclica “Dominus Jesus”. Conviene señalar que estas dos vías católico-romanas son contrarias a la eclesiología ortodoxa. La consciencia que la Santa Iglesia Ortodoxa tiene de sí misma en tanto que única Iglesia Una, Santa, católica y Apostólica, no reconoce las iglesias y confesiones heterodoxas como “Iglesias Hermanas”. Sólo las iglesias locales ortodoxas participando de la misma fe son “las Iglesia Hermanas”. Ninguna aplicación del término “Iglesias Hermanas” fuera de las Iglesias ortodoxas es teológicamente inadmisible. El “Filioque” es promovido, por parte católico-romana, como una expresión legítima de la enseñanza sobre la procesión del Espíritu Santo, y presentado teológicamente como equivalente a la doctrina ortodoxa según la cual esta procesión es “solo del Padre”. Esta posición católico-romana es desafortunadamente defendida por algunos de nuestros propios teólogos.
Además, el pontífice continúa presentando la primacía papal como un privilegio inalienable, lo que se deduce del reciente abandono del título de “patriarca de Occidente” por el actual papa Benedicto XVI; esto surge también en su mención del ministerio universal del apóstol Pedro y de sus sucesores durante su homilía en la catedral patriarcal, así como en un reciente discurso que incluía la frase siguiente: “… al seno de la comunión con los sucesores de los apóstoles, donde el sucesor del apóstol Pedro garantiza la unidad visible, la comunidad ucraniana católica (es decir uniata), ha preservado viva la tradición sagrada en toda su integridad” («Katholiki » N°3046/18.4.2006).
El uniatismo es de nuevo reforzado y reafirmado de formas diferentes y variadas, a pesar de desmentidos ocasionales del papa. Esta actitud desprovista de sinceridad, es testimonio, entre otros ejemplos, por la ingerencia provocadora del anterior papa, Juan Pablo II, que llevó el diálogo católico-ortodoxo de Baltimore al fracaso, así como la carta enviada por el papa actual al cardenal Ljubomir Husar, arzobispo uniata de Ucrania. En esta carta del 22. 2. 2006, es puesto en relieve lo que sigue: “Es imperativo que aseguremos la presencia de los dos grandes portadores de la única tradición (el latino y el oriental)... la misión que la Iglesia greco-latina ha iniciado , estando en plena comunión con el sucesor del apóstol Pedro es doble: de una parte, ha de preservar de forma visible la tradición oriental de la Iglesia católica; por otra parte, ha de favorecer la unión de las dos tradiciones, testimoniando que ellas pueden no únicamente coordinarse entre ellas, sino que ellas constituyen también una unidad profunda en su variedad”. Vistos bajo este ángulo, los intercambios de amabilidad, así como las visitas del papa al Phanar y la del arzobispo de Atenas al vaticano, sin la previa unidad en la fe, terminan por crear, por una parte, falsas impresiones de unidad y, haciendo esto, alejan del mundo heterodoxo la perspectiva de la Iglesia ortodoxa como verdadera Iglesia. Por otra parte, tienen por consecuencia debilitar la conciencia dogmática de muchos ortodoxos. Más aún, empujan a algunos piadosos fieles ortodoxos, inquietos de lo que pasa de forma inoportuna y contraria a los santos cánones, a irse del cuerpo de la Iglesia y a crear nuevos cismas.
Asimismo, con amor por nuestra ortodoxia, pero con sentimiento de dolor por la unidad de la Iglesia, y con el objetivo de preservar la fe ortodoxa de todas las innovaciones, proclamamos a todos, lo que fue proclamado por la synaxis doble de nuestra santa Comunidad de la Santa Montaña el 9/22 de abril de 1980: “Creemos que nuestra santa Iglesia ortodoxa es la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica, poseyendo la plenitud de la Gracia y de la Verdad, y, por ésta razón, una sucesión apostólica ininterrumpida. Por el contrario, la “Iglesias” y “confesiones” de Occidente, habiendo alterado la fe del evangelio, de los apóstoles y de los Padres respecto de muchos puntos, están privados de la Gracia santificante, de los verdaderos misterios y de la sucesión apostólica... El diálogo con los heterodoxos – si tiene como fin informarles sobre la fe ortodoxa, a fin de que volviéndose receptivos a la iluminación divina y que sus ojos se abran, vuelvan a la fe ortodoxa-, no es condenable.
“Bajo ningún aspecto, el diálogo teológico no ha de ser acompañado de plegarias comunes, de participación en asambleas litúrgicas y cultuales comunes, así como otros actos que den la impresión que nuestra Iglesia ortodoxa reconoce los católicos-romanos como siendo plenamente una Iglesia y el papa como obispo canónico de Roma. Tales acciones confunden el pleroma ortodoxo, y a la vez a los fieles católicos romanos se les da la falsa impresión respecto de lo que de ellos piensa la ortodoxia... “Por la Gracia de Dios, la Santa Montaña permanece fiel, - como todo el pueblo ortodoxo del Señor-, en la fe de los santos apóstoles y de los santos Padres, y también en el amor debido a los heterodoxos, que son realmente ayudados cuando los ortodoxos, por su consecuente posición ortodoxa, les muestran la amplitud de su enfermedad espiritual y les indican el modo de sanar. “Los intentos de unión del pasado abortados nos enseñan que para una unión durable y de acuerdo a la voluntad de Dios, en la verdad de la Iglesia, es necesaria una preparación y un camino diferentes a los que fueron seguidos en el pasado y que, parece, son seguidos en nuestros días”.
(Firmado por) todos los representantes y superiores de la Synaxis común de los veinte monasterios de la Santa Montaña del Athos.
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