martes, 10 de marzo de 2009

2° Domingo de Cuaresma.


En este domingo la lectura Evangélica relata la curación del paralítico en Cafarnaum. Tres Evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas concuerdan en sus relatos sobre la curación del paralítico. Marcos sitúa lo ocurrido en Cafarnaum, mientras que Mateo dice que Nuestro Señor realizó este milagro cuando vino a "Su ciudad." En efecto, así se llamaba Cafarnaum según el testimonio de San Juan Crisóstomo: "Jesús nació en Belén, fue criado en Nazareth mas vivió en Cafarnaum." Marcos y Lucas dicen que a causa del gentío que había en la casa donde estaba Jesús, los hombres que llevaban al paralítico en una camilla, no encontraban por donde ingresarlo, así que subieron a la azotea y lo bajaron con camilla y todo a través del techo. Cabe suponer que este techo estaba formado de tablones y pieles que servían en épocas calurosas para cubrir el patio interno de la casa, rodeado a los cuatro lados, de construcciones con techos planos a los que se subía fácilmente con escaleras. Solo una firme creencia pudo animar a los hombres que llevaban al paralítico a actuar con tanta audacia. Al ver la fe de aquellos hombres Cristo exclamó: "Ánimo hijo mío, tus pecados quedan perdonados," indicando con ello el nexo existente entre el pecado y la enfermedad. Según la enseñanza de la Palabra de Dios, las enfermedades son consecuencia de los pecados (Jn. 9:2; Santiago 5:14-15) y son enviadas por Dios en algunos casos para el castigo por los pecados (I Cor. 5:3-5, 11:30.) A menudo entre la enfermedad y el pecado existe una relación evidente como por ejemplo, las enfermedades surgidas del alcoholismo y el libertinaje. Por ello, para curar la enfermedad es necesario quitar el pecado, perdonarlo. Por lo visto, el paralítico se veía a sí mismo como un gran pecador y apenas esperaba ser perdonado. Esta es la razón por la que Nuestro Señor lo reconforta con las palabras: "¡Ánimo, hijo!" Los escribas y fariseos presentes, viendo en las palabras de Cristo una indebida apropiación de autoridad perteneciente sólo a Dios, lo condenaban en sus pensamientos por considerar Sus palabras una blasfemia. El Señor conocía los pensamientos de los fariseos y escribas y así se los hizo saber: "¿Qué es mas fácil, decir al paralítico: tus pecados quedan perdonados o decirle: levántate y anda?" Para una y otra cosa se requiere similar autoridad Divina. "Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, yo te lo mando (dice dirigiéndose al paralítico): Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa." San Juan Crisóstomo da una excelente explicación sobre la coherencia de este discurso: "Más el perdón es invisible y la curación visible; yo pues antepongo lo menos a lo más, a fin de que lo más e invisible quede demostrado por lo menos y visible." El milagro de la curación confirmó que Cristo, dotado con el poder Divino, no en vano dijo al paralítico: "Tus pecados te son perdonados." Sin embargo, no debe pensarse que Nuestro Señor realizó este milagro con el único deseo de convencer a los fariseos de Su Divina omnipotencia. Este milagro, como todos los demás, fue el acto de Su Divina bondad y misericordia. El paralítico dio testimonio de su completa recuperación al portar la camilla en la cual él había sido traído al Señor. El resultado de este milagro fue que el pueblo se asombró y alabó a Dios por conceder semejante poder a los humanos; es decir, es evidente que, como los fariseos, la gente común tampoco creía en Jesús como el Hijo de Dios, sino que lo consideraba sólo un hombre.

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