martes, 17 de marzo de 2009

Guía para el arrepentimiento


El arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados nos sanan ya que el pecado es enfermedad y al acercarnos al Misterio de la Confesión nos acercamos al mismo Cristo que es el médico de nuestras almas y cuerpos. Es esta la única manera adecuada de prepararse para recibir el Santísimo Cuerpo de Cristo y su Preciosísima Sangre, verdadera medicina y prenda de inmortalidad.

Es necesario acercarse a confesar los pecados después de haber examinado con detenimiento nuestras acciones. Para esto es útil tener un manual que nos ayude a hacer este examen. Esto también facilita el que podamos pedir consejo o resolver nuestras dudas con nuestro Padre Espiritual. Es muy importante tener este Padre que nos acompaña y guía en el camino de la fe y que con la ayuda del Espíritu Santo nos indica cual es el camino correcto por el que debemos de ir. Así mismo es necesaria una total confianza en él y el ser conscientes de que nos habla como si el mismo Cristo lo hiciera.

Cristo nuestro Señor instituyó este camino de salvación para el hombre arrepentido dentro de su Iglesia. Es un camino igual que el que recorre el Hijo Pródigo del Evangelio, que después de reconocer su pecado, vuelve arrepentido a la casa de su Padre para pedirle que se apiade de él y le conceda su perdón. La alegría del encuentro con el Padre nos es concedida por nuestro Dios-Hombre Jesucristo, el único Amante de la humanidad, por medio de este Santo Misterio.

Hemos de superar cualquier obstáculo y tentación que nos bloquee el camino que nos conduce hasta los brazos de nuestro Padre Misericordioso. En la Iglesia, delante del icono de nuestro Salvador, nos espera el sacerdote que como hombre y compañero de camino, comprende y tiene misericordia de sus hermanos, porque él también es pecador, animándonos al arrepentimiento y a la conversión del corazón

Hay que arrojar lejos de nosotros cualquier pensamiento que nos turbe o nos atemorice rechazándolo como tentación del maligno enemigo de los hombres que quiere que no nos acerquemos a confesar y pedir perdón por nuestros pecados, ya que así permanecemos en sus garras lejos de Dios. Hemos de ignorar cualquier cosa o persona que se interponga en nuestro camino, aún cuando sean buenas, para lograr lo que es verdaderamente necesario para nosotros que es nuestra reconciliación con Dios. Cuando estamos enfermos superamos todos los obstáculos necesarios para poder ir a un buen médico que nos libre de nuestra enfermedad. Así pues nada ha de impedirnos buscar el remedio a la enfermedad mortal del pecado, ni de tomar la medicinas a veces amarga de la penitencia, si sabemos que con ello quedaremos sanos.


Hemos de confesar detalladamente nuestros pecados y enuméralos cada uno por separado: San Juan Crisóstomo dice: "Uno no sólo debe decir: ‘he pecado’, o ‘soy un pecador’ sino que también debe declarar cada tipo de pecado, en que momento y como se pecó." San basilio el Grande nos dice: "La revelación de los pecados está sujeta a las mismas reglas como la declaración de una enfermedad física. El pecador está espiritualmente enfermo y su Padre Espiritual es su médico. De ésta manera se entiende que uno debe confesar o decir todos sus pecados de la misma manera que un enfermo físico dice o revela todos los síntomas de su enfermedad al médico del cual espera recibir su curación."

No menciones a nadie más ni involucres a otras personas en tu confesión, porque eso no es una confesión sino una acusación y es otro pecado más para ti. No trates de ninguna manera de justificarte durante la confesión culpando a tus "debilidades," "a las modas", "a las costumbres,".
En medio de las dificultades, en muchas ocasiones la gente viene a la Iglesia para pedir que se rece por ellas, por tal o cual problema. Antes de esto hemos de reconciliarnos con Dios para que Él, perdonando nuestras transgresiones acoja benevolente nuestras súplicas.

Cristo Resucitado nos espera y es su amor infinito el que nos da la bienvenida cuando nos acercamos a este Santo Misterio. Él nos ayuda a liberarnos de la pesada carga de nuestros pecados diciéndonos: Venid a mí los que estéis cansados y agobiados, pues yo os aliviaré (Mt. 11, 28)

A la hora de realizar el examen de nuestras acciones, palabras y pensamientos nos puede ser útil lo siguiente: examinar nuestra relación con Dios, con los otros, o sea con nuestros prójimos, con nosotros mismos, con nuestra pareja si estamos casados y con nuestros hijos si los tenemos.

Ponemos a continuación la invitación al examen de conciencia que nos ofrece San Nicodemo el Haghiorita en el Exomologuetarion. No nos avergoncemos nunca de confesar nuestros pecados, al contrario, avergoncémonos de los pecados cometidos que nos separan de Dios.

“Mira, hijo espiritual, Cristo está invisiblemente aquí presente, esperando tu confesión; no te avergüences, ni asustes, y no escondas ninguno de tus pecados; que tu corazón los confiese para que puedas recibir el perdón de ellos por medio del mismo Cristo. Si tú escondes alguno, sepas que el pecado no confesado, no solamente pesará sobre tu conciencia, sino que quedará escrito, y se descubrirá delante de los ángeles y de los hombres el día del Juicio Final. Y no sólo esto sino que a ese pecado no confesado añadirás aún otro más, el de sacrilegio. Así pues, ya que has venido al médico mira de curarte totalmente y no continuar enfermo, porque sino el mal permanecerá en ti. Has de saber, hijo mío, que según los criterios de este mundo el que revela sus pecados lo hace para ser castigado; pero según el criterio de la confesión el que revela sus pecados lo hace para ser perdonado.”

San Nicodemo Hagiorita: Exomologuetarión, Addendum “Cómo el Padre Espiritual ha de preguntar al que se confiesa por sus pecados” p 195; Ed Uncut Mountain Press, 2006, Tesalónika, Grecia (en inglés)

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