Imagen de Santiago que aparece en el "Codex Calixtinus"
Dios Omnipotente, admirable en sus Santos, ha querido en su providente sabiduría, que, mientras sus almas gozan en el cielo eterna ventura, sus cuerpos confiados á la tierra reciban por parte de los hombres singulares y religiosos honores.
Así Dios manifiesta admirablemente en ellos su providencia y misericordia, porque, al permitir que se realicen por esos cuerpos muchos prodigios divinos, provee á nuestro bien y á la gloria de los Santos en la tierra. Y en efecto, siempre que visitamos las reliquias de los bienaventurados habitantes del cielo, recordamos la maravillosa y esplendente serie de virtudes de que dieron ejemplo durante su vida, estimulándonos vivamente á imitarlas. Porque son los cuerpos de los Santos, en testimonio de San Juan Damasceno, otras tantas fuentes perennes en la Iglesia, de las que manan, como de salutíferos arroyos, los dones celestiales, los beneficios y aquellas gracias de que más necesitados estamos. Por lo cual no es de admirar que los cuerpos de muchos Santos que se hallaban como perdidos en las tinieblas del olvido, hayan sido devueltos á la luz precisamente en estos tiempos en que la Iglesia se ve agitada por encrespadas olas y en que los cristianos necesitan recibir más vivos alientos para la virtud. Y á este número deben añadirse el del Apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos Atanasio y Teodoro, cuyos cuerpos se encuentran en la catedral de la ciudad Compostelana.
Traslado de los restos del Apóstol Santiago
Seguía en tanto el curso de los tiempos, y los bárbaros primero los árabes después, bajo el imperio de Muza, invadieron la España y asolaron principalmente, con frecuentes excursiones, las marcas costeras, de modo que el sepulcro sagrado quedó sepultado bajo las ruinas de la capilla, permaneciendo oculto por largos años.
Llegadas estas nuevas á oídos del rey Alfonso, apresuróse á ir á venerar el sagrado sepulcro del Apóstol, mandó reedificar la antigua capilla con nueva forma, y dispuso que el suelo, en una extensión de tres millas, se destinara perpetuamente á la conservación del templo, en tanto que, como recuerdo de la aparición de la estrella fulgurante, la población más próxima á la cripta, tomaba el nombre, más adecuado y de auspicios mejores, de Compostela.
Numerosos milagros, además de aquel signo celeste, dieron brillo á la tumba del Apóstol, de forma que, no solo de los pueblos vecinos, sino de los más apartados lugares, acudieron las muchedumbres á orar cerca de los sagrados restos. Por lo cual el rey Alfonso III, siguiendo el ejemplo de su predecesor, emprendió la edificación de una iglesia más vasta, que sin embargo dejaba intacto el antiguo sepulcro, y después de que rápidamente la hubo llevado á buen término, adornóla con todo el lujo de la realeza.
A fines del siglo X las salvajes hordas de los árabes invadieron de nuevo á España, destruyeron numerosas ciudades, y después de una horrible matanza en los habitantes, llevaron á todas partes el exterminio por el hierro y el fuego. El emir Almanzor, de infausta memoria, que sabía cuán grande era el culto en el sepulcro de Santiago, concibió el proyecto de concluir con él, figurándose que, si lo lograba, quedaría por tierra el fortísimo baluarte de España, aquel en que España tenía puestas todas sus esperanzas. Ordenó, por tanto, á los jefes de sus hordas que marcharan directamente sobre Compostela, que atacaran la ciudad y entregaran á las llamas el templo y todo lo que pertenecía al culto; pero Dios contuvo el incendio devorador en los mismos umbrales del presbiterio é hirió á Almanzor y á sus tropas con amargas calamidades que les obligaron á alejarse de Compostela, pereciendo casi todos, incluso Almanzor, de muerte inesperada.
Quedaron, pues, alrededor del hipogeo las cenizas esparcidas, recuerdo de la ferocidad del enemigo, testimonio de la protección del cielo, y cuando España se vió libre de esos males, el obispo de Compostela Diego Pelaez hizo surgir la tierra, sobre las mismas ruinas del antiguo templo, otro aún mayor, cuyo esplendor y majestad acrecentó el sucesor de Diego Pelaez, Diego Gelmírez, recibiendo el título y honores de basílica. Pero el cuidado principal de aquel prelado fue el de reconocer la autenticidad de las reliquias que le habían sido trasmitidas y hacer inaccesible el sepulcro, levantando un nuevo muro. En aquella ocasión el obispo Gelmírez envió una partícula de los restos sagrados, acompañada de una carta, á San Atton, obispo de Pistoya; partícula arrancada de la cabeza, como se ha probado en una información reciente, que la titula apófisis mastoidea y aún lleva huellas de sangre, porque fue herida por la espada al separarse la cabeza del cuerpo. Y esa reliquia venerable, y que han hecho célebre los milagros obrados por ella y el culto tradicional que la han consagrado los de Pistoya, es hoy todavía objeto de especialísima veneración en aquella iglesia.
Urna con las reliquias del Santo Apóstol Santiago
No hay comentarios:
Publicar un comentario