"La voz de la sangre de tu hermano clama desde la tierra a mi.
Ahora pues, maldito seas tú de la tierra. que abrió su boca
para recibir de tu mano la sangre de tu hermano"
(Génesis 4:10-11)
De este modo habló Dios a Caín después de haber dado muerte a Abel. El benigno y manso Abel yacía en la tierra sin respirar y sin hablar. Más su voz clamaba al cielo ¿por qué clamaba ella? Clamaba la tierra, clamaba la naturaleza, pidiendo a Dios por justicia. Pedía, clamaba, porque no podía callar, estremecida por el crimen sucedido. Hay hechos que estremecen hasta a las naturalezas inanimadas. El Mismo Dios ejerce el juicio sobre ellos. Así fue el primer crimen de Caín. Y así muchos otros crímenes penosos. Así fue la acción aterradora del regicidio en Ekaterinburgo. ¿Por qué fue perseguido, calumniado y asesinado el Zar Nicolás II? Porque era el Zar, el Zar por la Misericordia de Dios. Él era el portador de la ideología ortodoxa, el Zar era el Servidor de Dios, era el Ungido por Dios al cual debía rendir cuentas por el pueblo que le había sido otorgado, por todas sus actitudes y hechos, no solo personales, sino como Gobernante.
Así creía el pueblo ortodoxo ruso, así enseñaba la Iglesia Rusa, así lo entendía y sentía el Zar Nicolás. Estaba totalmente impregnado con este concepto. La posesión de la tiara del Emperador la sentía como un servicio a Dios. Lo tenía en cuenta en todas sus decisiones importantes, ante todos los problemas responsables surgidos. Por eso era tan firme e inquebrantable en lo que consideraba que era la voluntad Divina y apoyaba firmemente aquello que era necesario para el Reino por él encabezado.
Cuando vió la imposibilidad de cumplir a conciencia su función gubernamental, quitó su corona imperial, a semejanza del príncipe San Boris, para no ser la causa de discordias y derramamientos de sangre para Rusia. El sacrificio personal del Zar no trajo ningún provecho para Rusia, sino que dió una mayor oportunidad para realizar impunemente crímenes, trajo un inconmensurable pesar y sufrimientos. En ellos él demostró su grandeza de corazón, semejante al justo Job. A pesar de ello la maldad del enemigo no disminuía. El Zar representaba un peligro para ellos, porque era el portador de la conciencia, del poder superior que tenía que ser obediente a Dios; de Él recibir la bendición y fuerza, y seguir los mandamientos de Dios. El Zar era la viva encarnación de la Providencia Divina, que actuaba en los designios de los imperios y pueblos y guiaba a los gobernantes fieles a Dios hacia hechos benévolos y provechosos. Por eso, él era intolerable con los enemigos de la fe, y con los que pretendian poner la mente humana y las fuerzas ante todo. El Zar Nicolás Segundo era un servidor de Dios por su concepto del mundo, por su convicción y sus actos, así era él ante la vista de todo el pueblo ortodoxo. La lucha contra él estaba internamente ligada a la lucha contra Dios y la fe. En esencia él se hizo mártir, permaneciendo fiel al Rey Celestial, y aceptó la muerte como la aceptaban los mártires.
El virtuoso Job gran sufriente fue el primer ejemplo de la imagen del Gran Mártir por nuestros pecados, el Salvador del mundo. Semejante a Job poseedor de grandes fortunas se volvió mendigo, el Hijo de Dios abandonó Su trono Celestial y en la "indigencia" no tuvo donde proteger Su cabeza. Como Job sufrió los reproches de sus amigos, así Jesucristo sufrió la difamación y calumnia de sus coterráneos y la traición de Judas. Como San Job fue agraciado nuevamente con fama y riqueza, del mismo modo, el Hijo de Dios resucitó de entre los muertos y ascendió a Su Trono Celestial, glorificado por Ángeles y acogido con honras por todo el mundo.
El vivo recuerdo de los padecimientos de Jesucristo vivió el Zar Nicolás en los días de su martirio. Todos sus allegados lo abandonaron y como los amigos de Job lo acusaron de crímenes no cometidos. Multitudes, que lo aclamaban hacía poco tiempo, lo recibían ahora con deshonra y: decían ¡crucifícalo! por doquier. Los amigos callaban por "temor judío." El Zar con su alma intrépida sobrellevaba todo sin rencor y con perdón. Con esto tenía más gloria en el mundo, que si hubiera hecho actos gloriosos en su reinado. Sobresaliendo desde la niñez por su devoción el Soberano trató en su vida de semejarse al santo Job y al jerarca Nicolás. "Nací el día del gran sufriente Job y estoy destinado a sufrir, " decía él mucho antes de sus días penosos. El Zar bebió hasta el fondo el cáliz de sus padecimientos. ¡Mas quien con Cristo padece, con El se glorifica! Sobre el Zar resplandece la corona de Gran Mártir, que siguió con su cruz al Hijo de Dios.
Homilia de san juan Maximovich con motivo del recuerdo de la muerte del Zar-Mártir Nicolás II.
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