“Por la Cruz vino la alegría al mundo”
La institución de la veneración de la Santa Cruz en el tercer domingo de la gran cuaresma tiene sus razones históricas, además del aspecto espiritual inherente al esfuerzo del ayuno. La Iglesia desarrolló el aspecto litúrgico usando un simbolismo dirigido a la atención de los fieles para sostenerlos en su camino hasta el día de la resurrección.
La letanía con la cruz que tiene lugar en la Iglesia en este día data probablemente del siglo VIII, cuando, en la ocasión de la construcción de una Iglesia en Apamea, cerca de la actual ciudad de Hama en Siria, se hizo una procesión con una parte de la Santa Cruz del Señor desde Jerusalén hasta dicho lugar.
La Iglesia constató que, llegando a la tercera semana de la Gran Cuaresma, unos fieles se sentían aburridos de ayunar y cansados de la lucha y del esfuerzo asumido, tanto a nivel corporal como espiritual. Para que no dejaran este aprendizaje y no cayeran en la tentación de abandonar la lucha, la Iglesia elevó la Santa Cruz ante sus ojos en la letanía que tiene lugar durante el oficio de este domingo. La Cruz está dispuesta sobre una bandeja, rodeada por flores, además de tres velas encendidas. Cuando la letanía llega al centro de la Iglesia , cantamos: “Ante Tu Cruz, nos prosternamos, Soberano nuestro; y Tu Santa Resurrección, glorificamos”, afirmando que la pasión del Señor es una misma con la resurrección. Al terminar la letanía, los fieles se acercan a la cruz para venerarla y besarla. El sacerdote les ofrece una flor para que recuerden que “por la Cruz vino la alegría al mundo” (Horológion de Pascua), y así logran adquirir la fortaleza para continuar el camino.
La Iglesia presenta la imagen del Señor sufriendo para que se acerquen a Él todos los extenuados en el camino, y que puedan apreciar en este oficio anticipadamente una fragancia del Viernes Santo, y tener, pues, más ánimo y coraje para perseverar.
La flor simboliza a Cristo resucitado de entre los muertos. Ofrecerla a los fieles les inspira sobre que, cuanto más sufren, Cristo resucitado está con ellos. Tener la flor en la mano significa que estamos con alegría bajo el yugo de Cristo.
Las tres velas encendidas sobre la bandeja simbolizan a la Santa Trinidad. La cruz puesta en medio de ellas indica que nuestra salvación se hizo por la voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo juntos, aunque la muerte fue la suerte del Hijo encarnado únicamente; y que la pasión del Hijo de Dios era intrínseca a las intenciones de la Santa Trinidad desde antes de toda eternidad.
La lectura del evangelio expresa el significado de la cruz. Para nosotros, la cruz no es un motivo de tristeza sino de alegría. El Crucificado sobre la madera es el Señor de la gloria. Este tercer domingo aparece como si saltara hasta la Pascua. No somos una Iglesia afligida, tampoco lloramos a Cristo crucificado. Nadie impuso a Cristo morir, sino que Él se entregó, y eso, en su camino hacia la victoria. En consecuencia, no nos abandonamos a nuestros dolores personales, enfermedades y tristezas. Todo esto fue permitido por Dios para nuestra santificación y nuestro triunfo sobre ello. En nuestra Iglesia, no existe una santificación del sufrimiento. Dios quiere la curación, y, por lo tanto, se instituyó la Santa Unción de los enfermos como uno de los sacramentos de la Iglesia. La curación en el evangelio es una de las señales del reino de Dios. Bienaventurado quien puede glorificar a Dios mientras está sufriendo o dolorido.
Hermano, la cruz que sufres a diario no la has elegido. Se forma a partir de las condiciones de tu trabajo, de tu casa, de la vida social donde te encuentras; es quien te envidia, te persigue, te molesta. Puede ser tu esposa, tu marido, tu hijo, tu empleado, o uno de los colaboradores. No haces una cruz para ti, sino que la ves ante ti, y en ti. Aceptas todo esto porque es el contexto en el cual vas a salvarte. Ten paciencia y consiéntete con los asuntos y las personas. Sigue al Señor adonde vaya, ya que Él fue hasta la muerte. Entonces, si mueres de toda pasión destructiva en ti, mientras estás mirando a Jesús, entonces Le estás siguiendo hasta la resurrección.
Experimentarás, pues, no solamente la resurrección en el Último Día, sino tu resurrección cotidiana del pecado.
El ayuno es una prueba de nuestra paciencia y nuestro amor a Cristo. No te preocupes porque el diablo esté intentando seducirte, pero, sí, lucha, no te dejes caer. Mira al rostro de Cristo que se entregó por ti y se reveló Hijo de Dios en la cruz. Tú puedes ser hijo por la gracia. Si eres hijo, deja, pues, todo lo que impide la realización de esta adopción filial. Sepárate de lo que te distrae de Jesús, según lo que dijo en el evangelio hoy: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Tu programa es anular el pecado que cometiste, enfrentar la tentación con determinación, y desecharla antes que se acerque a ti.
Tenemos que aprender que el cristianismo implica esfuerzo. Pero si hacemos este esfuerzo, lo amaremos por saber que nos cansamos para Cristo. Esto empieza como cansancio y después deviene en alegría. Esto es el misterio de la cruz y de la resurrección. Lo que ocurrió al Señor de muerte y de triunfo nos afecta a nosotros. Matamos al pecado y nos levantamos. La victoria de Cristo sobre la muerte se realizó cuando aceptó la muerte; y nosotros, si participamos con el Señor en su pasión para lograr matar nuestras pasiones, nos volvemos simultáneamente partícipes de Su victoria. Mejor dejar el amor a uno mismo, a toda pasión funesta, a toda esclavitud a este mundo. La peor esclavitud es que el hombre se aferre a sí mismo. No te dejes manejar por tu pensamiento nacido de tus pasiones; no te glorifiques. Extermina toda pasión en ti y todo egoísmo; acepta las dificultades que encuentras en esta vida, y sigue en pos del Señor. Una vida crucificada es una vida que el pecado no puede alcanzarte para herirte. Nuestros sentidos y pensamientos deben estar atraídos hacia Cristo. De este modo, el ayuno será activo en nuestra vida. Esto es la profundidad de la cruz.
El sensible espiritualmente siente que está abandonado. En el ayuno decimos: “Ten piedad de mí, yo el caído”. Ante la luz divina, estás seguramente caído. Por eso, espera y te salvarás cuando se realice tu esperanza. Pero, mientras te concentres sobre tu esperanza, te salvas. Te salvas antes de recibir, por haberte entregado tú mismo a la misericordia de Dios. Amén.
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