Festejando hoy el triunfo de la Ortodoxia en este primer domingo de Cuaresma, recordamos con alegría tres eventos que aun pertenecen al futuro.
Cada vez que tenemos una fiesta o una alegría en la Iglesia, nosotros los ortodoxos, miramos primero hacia atrás, dado que nuestra vida presente depende de lo que aconteció en el pasado. Dependemos en primer lugar, por cierto, del primer y definitivo triunfo de Cristo mismo, crucificado y resucitado, que es el Señor y el dueño del mundo. Este es el primer triunfo de la Ortodoxia. Este es el contenido de todo nuestro recuerdo y de toda nuestra alegría. El Mesías que es Dios perfecto y al mismo tiempo hombre perfecto, seleccionó y eligió a doce hombres, les dio el poder de predicar sobre ese triunfo y los envió a todo el mundo a predicar y a bautizar, a construir la Iglesia, a anunciar el Reino de Dios. Y sabéis cómo esos doce hombres, muy sencillos por cierto, simples pescadores, salieron y predicaron. El mundo los odió, el Imperio Romano los persiguió y fueron bañados en su propia sangre.
Pero la sangre derramada fue otra victoria. La Iglesia creció, la Iglesia cubrió al universo con la verdadera fe. Después de una batalla desigual que duró trescientos años, entre el poderoso Imperio Romano y la indefensa Iglesia de Cristo, el Imperio Romano aceptó a Cristo como Dueño y Señor. Ese fue el segundo triunfo de la Ortodoxia. El Imperio Romano reconoció a aquel que crucificó y a aquellos que persiguió como portadores de la verdad, y su doctrina como la doctrina de la vida eterna. La Iglesia triunfó. Pero el segundo período de contratiempos y tribulaciones comenzó.
Los siglos siguientes trajeron muchos atentados tendientes a distorsionar la fe, de adaptarla a las necesidades humanas, de llenarla con un contenido humano. En cada generación hubo quienes no podían aceptar el mensaje de la Cruz, de la Resurrección y de la vida eterna. Intentaron cambiarlo y a esos cambios los llamamos herejías. Nuevamente hubo persecuciones. Nuevamente, Obispos Ortodoxos, monjes y laicos defendieron su fe y fueron condenados y enviados al exilio o fueron bañados en su sangre.
Después de cinco siglos de conflictos, persecuciones y discusiones, llegó el día que recordamos hoy. El día de la victoria final de la Ortodoxia, como la verdadera fe contra las herejías. Sucedió en el primer domingo de la Cuaresma del año 843 en Constantinopla. Después de casi cien años de persecuciones contra la veneración de los santos iconos, la Iglesia finalmente pudo proclamar que la verdad ha sido formulada, que la verdad estaba realmente en poder de la Iglesia, que la Iglesia estaba realmente en poder de la verdad. Desde entonces, el pueblo ortodoxo, en todo el mundo, se reúne en este domingo para proclamar al mundo su fe en esa verdad, su convicción que su Iglesia es realmente Apostólica, realmente Ortodoxa, que es en efecto realmente universal.
Este es el evento del pasado que conmemoramos hoy. Pero hagámonos una pregunta: ¿Todos los triunfos de la Ortodoxia pertenecen al pasado? Mirando el presente, algunas veces sentimos que el único consuelo consiste en recordar el pasado. ENTONCES la Ortodoxia era gloriosa, ENTONCES la Iglesia Ortodoxa era poderosa, ENTONCES dominaba. ¿Qué hay del presente?
Mis queridos amigos, si el triunfo de la Ortodoxia pertenece al pasado, si no hay nada que hacer más que conmemorar, entonces la Ortodoxia está muerta. Hoy reunidos todos aquí, Ortodoxos literalmente de los cuatro confines de la tierra, también proclamamos el triunfo de la Ortodoxia en el presente.
El hecho que estamos aquí, es un triunfo por sí mismo. Este es el evento más hermoso, que todos nosotros, con todas nuestras diferencias, con todas nuestras limitaciones, con todas nuestras flaquezas, podemos reunirnos para decir que pertenecemos a la fe Ortodoxa, que somos uno en Cristo y en la Ortodoxia. Vivimos muy lejos de los centros tradicionales de la Ortodoxia. Nos consideramos Ortodoxos y sin embargo estamos en el Occidente, tan lejos de las gloriosas ciudades que fueron los grandes centros de la fe Ortodoxa por siglos: Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén. Esas ciudades están tan lejos, y sin embargo tenemos la sensación que algo como un milagro ha sucedido, que Dios nos ha enviado aquí, tan lejos en el Occidente, no sólo para establecernos aquí, para incrementar nuestros ingresos, para construir nuestra comunidad.
Él nos ha enviado como embajadores de la Ortodoxia, para que esta fe, nuestra fe, pueda seguir siendo verdadera y realmente universal. Nuestra fe Ortodoxa nos obliga a creer que no es por accidente sino por divina providencia, que ha llegado a todos los países, a todas las ciudades, a todos los continentes del mundo. Después de aquella debilidad histórica de nuestra religión, después de la persecución del Imperio Romano, de los turcos, del ateísmo sin Dios, después de todas las tribulaciones que tuvimos que atravesar, hoy comienza un nuevo día. Algo nuevo está por suceder.
Es el futuro de la Ortodoxia que tenemos que festejar hoy, y particularmente el futuro de la Ortodoxia en España. El pasado, el presente y el futuro. En el comienzo, el Dios-hombre solo en la Cruz, la completa decepción. Tres días después, Él apareció. Apareció a Sus discípulos, y sus corazones ardían porque sabían que Él era el Señor resucitado. Desde entonces, en cada generación hubo gente con el corazón ardiente, gente que ha sentido que esta victoria de Cristo habría de ser llevada al mundo para ser proclamada, para ganar más almas humanas y para convertirse en fuerza transformadora en la historia. “Amémonos unos a otros para que en unanimidad confesemos”. Esto nos recuerda que todos juntos pertenecemos a Cristo, a Su Cuerpo, a la Iglesia.
Pongamos por encima de todo los intereses de la Ortodoxia. Entendamos que cada uno de nosotros ha de ser el apóstol de la Ortodoxia en los países que aun no son Ortodoxos, en una sociedad que nos está preguntando: “¿Qué creen? ¿Cuál es vuestra fe? Hoy es el triunfo de la Ortodoxia y proclamamos al mundo, junto a los Santos Padres del Concilio: “Esta es la fe de los Apóstoles, esta es la fe de los Ortodoxos, esta es la fe de los Padres, esta fe es el fundamento del mundo”.
Esta es nuestra fe también. Somos seleccionados. Somos elegidos. Somos de los pocos felices que podemos decir que nuestra fe es “apostólica”, “universal”, “la de los Padres”, “Ortodoxa”, “la Verdad”. Teniendo este maravilloso tesoro, preservémoslo, cuidémoslo, y usémoslo de tal manera que este tesoro se convierta en la victoria de Cristo en nosotros y en Su Iglesia. Una y otra vez, más y más, a fin de que con entusiasmo en el corazón podamos proclamar junto a Felipe: “Hemos encontrado a aquel de quien Moisés y los profetas han escrito. Jesús de Nazaret, el hijo de José. Ven a ver”. De esta manera nuestra vida será una constante invitación: “¡Hemos encontrado la Ortodoxia! Ven a ver.
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