sábado, 20 de febrero de 2010

La veneración de los íconos



“En verdad os digo que veréis abrirse el cielo”

Las razones históricas de institucionalizar el “domingo de la ortodoxia” se encuentran en la victoria de la restauración de la veneración de los íconos en Constantinopla el 11 de marzo de 843, día que coincidió con el primer domingo de la cuaresma. Desde entonces, nuestra Iglesia lo celebra en dicho domingo. Además, la denominación de “ortodoxia” que se afectó a este domingo designa un contexto más allá de lo histórico, o sea el dogma que se cristalizó en el VII Concilio Ecuménico en Nicea en 787 sobre la veneración de los íconos. A la victoria - que se anunció después de haber pasado varias décadas llenas de guerras y persecuciones por parte de los emperadores bizantinos contra la Iglesia , y también llenas de mártires -, no le concierne un dogma en particular, sino todos los dogmas de la Iglesia proclamados en los concilios ecuménicos anteriores. Esta victoria selló, en realidad, todos los dogmas y los confirmó. Así, la veneración tuvo como base los dogmas de la Santa Trinidad y de la Encarnación declarados en concilios anteriores.


Nuestra Iglesia da a este día un carácter festivo particular. Es conocida la procesión de los santos íconos, al finalizar los maitines (o, por razones pastorales, en la liturgia). En la procesión, se hacen letanías cortas en los cuatro puntos cardinales de la Iglesia , y se lee el “Sinodikon de la ortodoxia”, o sea textos referidos a quienes defendieron la fe a través de toda la historia de la Iglesia , y también a quienes blasfemaron contra ella. Se trata de proclamar nuestra adhesión a la fe de los primeros y el rechazo de la creencia de los segundos y su excomunión (anatema) de la Iglesia. Así , por ejemplo, se proclama la excomunión de los que no creen en la resurrección del cuerpo.


La práctica de la veneración de los íconos fue defendida por San Juan Damasceno (+749). Su argumentación principal giró sobre que el Verbo de Dios se encarnó y se hizo visible. Si el Antiguo Testamento prohibió representar a Dios: “No te harás esculturas ni imagen alguna… No te postrarás ante ellas” (Ex 20:4; 5), esto era por el miedo de confeccionar una imagen o una escultura de Dios. Nosotros no hacemos esto; tampoco representamos la esencia de Dios. Sino que, después que el Verbo de Dios tomó un cuerpo humano, podemos representarlo en su humanidad visible. No hay peligro de caer en la idolatría, ya que justo en el mismo concilio se insistió acerca de que no se ofrece una adoración, sino una veneración al ícono. La veneración no concierne a la materia de la cual está constituido el ícono, sino que “es transmitida a su principal prototipo”, según la expresión de San Basilio el Grande (+379), o sea a la persona representada en el ícono (El Señor, la Virgen , los santos).


El ícono defiende el misterio de la encarnación. Quien lo acepta ha confesado su aceptación de los siete Concilios Ecuménicos. Su veneración forma parte de toda la Ortodoxia. No cabe duda de la importancia del ícono en nuestro culto. Además de la enseñanza escrita, los íconos constituyen la enseñanza gráfica. Por ellos y junto con las oraciones, se trasmitió nuestra fe de generación en generación. Los íconos siempre ocuparon su lugar de privilegio en las iglesias ortodoxas, como si la iglesia fuera un solo gran ícono: la iglesia no conoció una sola pared desnuda, sino que la iglesia es un conjunto de íconos colgados en las paredes. Desde nuestros templos salió el ícono a nuestras casas, debido a que nuestra casa es una “iglesia doméstica”.


El ícono trae al alma orante la presencia de tal o cual santo. En varios lugares, es común que cada ortodoxo tenga el ícono de su propio santo patrono. El ícono jugó un rol importante durante los períodos de persecuciones. Por ejemplo, en Europa del este, la mayoría de la Iglesias fueron cerradas después de 1917, pero el ícono permaneció como vínculo entre la familia y la fe ortodoxa. Siempre el ortodoxo lleva en su bolsillo, en su portafolio o en su valija un ícono que lo acompaña en sus viajes. Para los ortodoxos, besamos el ícono del Señor como si lo besáramos a Él. Es una forma de vivir una cierta familiaridad con Él. Si bien el ícono es una ventana abierta entre Dios y nosotros, pero no es la única. El conjunto del culto, si se practica, será un punto de encuentro con el Señor.


Sin embargo, la importancia del ícono no se termina aquí, porque es una ventana para ver el ícono del Señor sobre todo rostro. Indignarte de la conducta de alguien o de su reproche, estar en situación conflictiva con él, etc., desfigura, en tus ojos, la imagen de Dios en él. La vida espiritual aspira a ver siempre la belleza espiritual que se halla en todo hombre: si te acostumbras a ver bello a tu prójimo, te volverás bello; y si te conduces amablemente con alguien, tu alma se volverá amable. Pero, si muestras dureza en tu comportamiento, tu corazón se volverá duro; o si juzgas a los demás, tu opinión acerca de su conducta generará que tu corazón se vuelva yermo. El ícono de Dios en los demás es un dogma. ¡He aquí el cumplimiento de nuestra fe! Amén.

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