Lo menos insospechable e insólito no tiene lugar en el mundo de la ciencia ficción, tal y como el séptimo arte nos hace creer, sino en el mundo real. Al principio pensé en mirar el calendario y comprobar si realmente era 28 de diciembre.
Pero no, no era broma alguna. Pedro Zerolo, celebró en Madrid el primer “bautismo” laico, en el cual se hace lectura al niño los artículos de la Carta Europea de los Derechos del Niño y, una vez finalizada esta, los padrinos tienen la oportunidad de dirigirle unas palabras al niño.
Nada hay menos solemne y más artificial que una burda copia sacramental, como una copia de la partida de bautismo a lo civil, sin el padre y la madre, con el cónyuge uno y dos y tres y cuatro. Ya tenemos plantado el simulacro del sacramento del bautismo, la francachela pseudolitúrgica de los progres confesos.
Ornamentos aparte, los progresistas laicistas han puesto los pies sobre el altar para pisar el mantel de las puntillas. El cristianismo, a la vida privada, sin luz ni taquígrafos, pero sus fantasías litúrgicas bien visibles sobre el escenario social. Vengan medios de comunicación, cámaras, periodistas y acción, que el nuevo proselitismo revestido de un punto de pensamiento snob va a recitar a Benedetti. No hace falta que nos den más explicaciones, "ya sabes", dicen, "lo mal que lo pasaron sus progenitores, y los progenitores de los progenitores, con la Iglesia, con la obligación moral y con la rúbrica ceremonial". Atrás quedaron los años en los que el culto y la cultura eran la misma realidad. Ahora tenemos una nueva generación que pretende suplantar el cristianismo y sus sacramentos convirtiéndolos en construcción simbólica de nueva ciudadanía. Ciudadano por cristiano, para que, al final, alguien se empeñe en la contradicción: o ciudadanos o cristianos.
Si algún pariente o amigo nos invitara a un sacramento laico, con perdón del pensamiento y del lenguaje, tómese antes una ración de paciencia y de sentido del humor. Humor se escribe con amor, dijo el poeta; aquel que confesaba que si no creemos en la religión verdadera, menos lo vamos a hacer en la inventada. La izquierda no ha perdido su punto de clericalismo, de amor-odio a los curas y a la Iglesia. No puede vivir sin ejercer el sacerdocio laico, otro matrimonio conceptual desviado, oxímoron donde los haya, que acapare el protagonismo social. Comenzaron con los funerales laicos, luego vinieron las primeras comuniones por lo civil y terminarán con el sacerdocio ciudadano, después de haber cursado los estudios de grado y postgrado en teología para la ciudadanía, es decir, en ideología convertida en corpus dogmático.
El hombre, y la mujer, para que no se enfaden los lingüísticamente correctos, es un animal simbólico; es un animal religioso, mal que pese a algunos que andan por ahí. Necesita de ritos de paso, de inicio y de término, no vaya a ser que la soledad de la ideología agudice el drama de la existencia. Los laicos de este país, como los de la Revolución francesa, nunca han tenido otra pretensión que la de sentarse en la catedral y entronizar a la diosa razón. Sustituir la verdadera religión por la religión de la humanidad, al estilo Augusto Comte. Ya lo dijo Diderot: "La posteridad es para el filósofo lo que el otro mundo para el hombre religioso" y por eso quieren asegurar la posteridad. A los sacerdotes, que están sufriendo en esta época una de las campañas denigratorias más intensas y extensas que se han visto en los últimos años, le ha salido la competencia de una nueva casta sacerdotal: la de los concejales laicos que hablan en nombre de la nueva humanidad, de la nueva religión de la humanidad. Ya lo apuntó en 1762 Rousseau cuando pedía "una profesión de fe puramente civil, sentimientos sociales sin los que un hombre no puede ser un buen ciudadano ni un súbdito fiel". La religión civil, según Robert Bellah, consiste en creencias, rituales, espacios sagrados y símbolos. Al sociólogo americano se le olvidó la clase sacerdotal de los Zerolos, un linaje destinado a la liberación de la religión y a la exaltación de la razón ciudadana, con hisopo incluido.
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