El Espíritu Santo vivifica las almas porque las une con Dios; y por esos en los símbolos de la fe se le lama «vivificante», de acuerdo con la Sagrada Escritura, donde se atribuye al Espíritu Santo la vinculación de las almas con Dios (cfr. Rom 8,9). La acción del Espíritu vivificador alcanza también al cuerpo de quienes han recibido el don de estar unidos a Cristo (cfr. Rom 8,11).
«[María es] sagrado y misterioso telar de la encarnación, en el cual de un modo inefable fue tejida la túnica de la unión, de la cual fue tejedor el Espíritu Santo, la hilandera fue la potencia que extendió su sombra desde lo alto, la lana fue el antiguo vellón de Adán, la trama fue la carne incontaminada de la Virgen, la lanzadera fue la inmensa gracia de Aquel que asumió nuestra naturaleza v, finalmente, el artífice fue el Verbo o Palabra de Dios que realizó su ingreso a través del oído». (SAN PROCLO DE CONSTANTINOPLA, Homilía mariana 1').
«Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquella, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma en la cabeza del Autor de nuestra progenie, para que se cumpla aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor tu Dios te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros (Sal 44,8)». (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 160).
«Ahora bien, puesto que el Hijo es la imagen del Dios invisible, y la forma de su sustancia, todos los que son modelados y formados según esta imagen o forma son conducidos hacia la semejanza de Dios. Ahora bien, consiguen esta forma o imagen según las leyes del desarrollo humano. Del mismo modo, puesto que el Espiritu Santo es el sello de Dios, los que reciben la torma y la imagen de Dios, una vez signados por medio de El, son conducidos en El al sello de Cristo, llenos de sabiduría, de ciencia, y lo que es más, de fe». (DIDIMO DE ALEJANDRÍA, El Espíritu Santo 95).
«Hermanos, para quienes lo reciben con temor, el santo bautismo es grande, en orden a la consecución de las realidades superiores. Pues el Espíritu, rico y generoso, se difunde siempre en aquellos que han recibido esta gracia. Los santos apóstoles, llenos de ella, mostraron a las Iglesias de Cristo los frutos de su plenitud. En aquellos que han recibido sinceramente este don, el Espíritu permanece según la medida de la fe de cada uno de los que lo han recibido. Cooperando e inhabitando, edifica el bien en cada uno de ellos conforme al esfuerzo del alma en las obras de la fe, como lo indica esta palabra del Señor: quien ha recibido aquella mina la ha recibido para trabajar, esto es, la gracia del Espíritu Santo ha sido dada a cada uno para el provecho de quien la ha recibido y para su aumento». (SAN GREGORIO DE NISA, Enseñanza sobre la vida cristiana 9)
«Efectivamente, así como lo que está junto a los brillantes colores también ello se colorea por causa de la reverberación, así también el que fija claramente su mirada en el Espiritu por la gloria de Este, se transforma de alguna manera en algo más luminosos, al ser iluminado en el corazón, como por una luz, por la verdad que procede del Espíritu. Y esto es el "ser transformados por la gloria del Espíritu en su propia gloría" (cfr. 2 Co 3,18), y no de manera mezquina y floja, sino tanto cuanto corresponde a quien es iluminado por el Espíritu». (SAN BASILIO DE CESAREA, El Espíritu Santo XXI, 52).
«No es dificil percibir cómo transforma el Espíritu a imagen de aquellos en los que habita: del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a la esperanza de las cosas del cielo, y de la cobardía y la timidez, a la valentía y generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como emitimos a los discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que no se dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino que se adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo. Se trata exactamente de lo que había dicho el Salvador: Os conviene que yo me vaya al cielo (Jn 16,7). En ese tiempo, en efecto, descendería el Espíritu Santo». (SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario al Ev. de S. Juan 10).
«Este [el Espíritu], iluminando los ojos ya purificados de toda mancha, los torna espirituales por su comunión con El. Y como los cuerpos resplandecientes y traslúcidos, cuando cae sobre ellos un rayo luminoso, ellos mismos se vuelven brillantísimos y por sí mismos lanzan otro rayo luminoso, así también las almas portadoras del Espíritu, iluminadas por el Espíritu, ellas misma. se vuelven espirituales y proyectan la gracia en otros. De ahí el previo conocimiento del futuro, la inteligencia de los misterios, la captación de lo oculto, la distribución de los carismas, la ciudadanía celestial, la danza con los ángeles, la alegría interminable, la permanencia en Dios, la asimilación a Dios, y el deseo supremo: hacerse Dios [la divinización por la gracia)». (SAN BASILIO DE CESAREA. El Espíritu Santo IX, 23).
«Los obreros de Cristo y de la verdad, por su fe y sus trabajos a favor de la virtud, reciben por la gracia del Espíritu los bienes que están por encima de su naturaleza; cosechan con alegría indecible y pone en práctica sin fatiga el amor sencillo y recto, la fe inconmovible, la paz firme, la bondad verdadera y todas las demás cosas por las que el alma, hecha mejor que ella misma y más poderosa que la maldad del enemigo, se ofrece a sí misma como mansión para el Espíritu adorado y santo del cual recibe la paz inmortal de Cristo, por esta paz, el ama se une y se adhiere al Señor». (SAN GREGORIO DE NISA, Enseñanza sobre la vida cristiana 95). 15.
«Del mismo modo que la participación en el Hijo de Dios nos hace hijos adoptivos y que la participación en la Sabiduría, nos hace sabios en Dios, igualmente también la participación en el Espíritu Santo nos hace santos y espirituales». (ORÍGENES, De principiis IV, 4, 5).
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