En el Antiguo Testamento, Pentecostés era la fiesta que acontecía a los cincuenta días después de la Pascua de los judíos. Mientras que la pascua celebraba el éxodo de los israelitas de la esclavitud de Egipto, Pentecostés celebraba el don de Dios de los Diez Mandamientos a Moisés en el Monte de Sinaí.
En la Nueva Alianza, el acontecimiento de la Pascua cobra su nuevo significado como la celebración de la victoria de Cristo cumplida con su muerte y resurrección, victoria que cumple el “éxodo” de los seres humanos desde este mundo de pecado, al Reino de Dios. Así también en el Nuevo Testamento, la fiesta de Pentecostés es cumplida y renovada por un nuevo don, el descendimiento del Espíritu Santo sobre los discípulos y sobre la Iglesia.
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo. (Hechos 2,1-4)
El Espíritu Santo que Cristo había prometido a sus discípulos llegó en el día de Pentecostés. (Juan 14,26; 15,26; Lucas 24,49; Hechos 1,5) Los apóstoles recibieron el “poder de lo alto”, y comenzaron a predicar y atestiguar a Jesús como el Cristo Resucitado, el Rey y el Señor. Tradicionalmente se refiere a este momento como el “cumpleaños” de la Iglesia.
En los oficios litúrgicos de la fiesta de Pentecostés, se celebra la venida del Espíritu Santo junto a la revelación plena de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se manifiesta la plenitud de la divinidad con la venida del Espíritu Santo a la humanidad, y los himnos de la Iglesia celebran esta manifestación como al acto final de la auto-revelación de Dios al mundo, y el don último que Dios hace al mundo. Por esto, el Domingo de Pentecostés, de acuerdo a la tradición Cristiana Ortodoxa, también se conoce como el Domingo de la Trinidad. En este día el icono de la Santísima Trinidad – particularmente el de las tres figuras angélicas que aparecieron a Abraham,(1) el ancestro de la fe cristiana, -- es colocado en medio del templo. Se utiliza este icono junto al tradicional icono de Pentecostés que demuestra las lenguas de fuego sobre las cabezas de María y los Doce Apóstoles, el prototipo original de la Iglesia, ellos mismos sentados en unidad alrededor de la imagen simbólica del “cosmos”, el mundo.
En el día de Pentecostés tenemos el cumplimiento final de la misión de Jesucristo, y la inauguración de la era mesiánica del Reino de Dios, místicamente presente en este mundo en la Iglesia. Por lo tanto, el día cincuenta es el inicio de la época que está más allá de las limitaciones de este mundo, siendo cincuenta el número que representa el cumplimiento eterno y celestial en la espiritualidad mística, tanta judía como cristiana: siete veces siete, más uno.
Así, se le llama a Pentecostés el día apocalíptico, que significa el día de la revelación final. También se le llama el día escatológico, que significa el día del final último y perfecto (en griego, la palabra eschaton quiere decir “el final”.) Pues cuando llega el Mesías y el día del Señor está pronto, se inauguran los “últimos días” en que “Dios declara … Derramaré mi espíritu sobre toda carne.” Esta es la antigua profecía a la cual se refiere el Apóstol Pedro en el más antiguo Sermón de la Iglesia Cristiana que fue predicado en el primer Domingo de Pentecostés. (Hechos 2,17; Joel 2,28-32)
Nuevamente debemos insistir que la celebración de Pentecostés nos es un mero recordatorio de un acontecimiento que sucedió hace muchísimo tiempo. Es la celebración de lo que debe suceder y lo que, de hecho, sucede a cada uno de nosotros hoy en la Iglesia. Todos nos hemos muerto y resucitado junto al Mesías-Rey, y todos hemos recibido el Santísimo Espíritu. Devenimos “templos del Espíritu Santo.” El Espíritu de Dios habita en nosotros. (Romanos 8; I Corintios 2 al 3, 12; II Corintios Gálatas 5; Efesios 2 al 3) Nosotros, ya que pertenecemos a la Iglesia, hemos recibido “el sello del don del Espíritu Santo” en el sacramento de la Crismación. Pentecostés ya ha acontecido en cada uno de nosotros.
La Divina Liturgia de Pentecostés recuerda nuestro bautismo en Cristo con el versículo de la carta a los Gálatas nuevamente reemplazando el Trisagion. (2) Las lecturas de la Epístola y del Evangelio hablan de la venida del Espíritu Santo al ser humano. El kontakion canta de cómo la confusión de Babel fue revertida al reunir Dios a todas las naciones en la unidad de Su Espíritu. El tropario proclama la reunión del universo entero en la red de Dios, mediante la inspirada obra de los pescadores convertidos en apóstoles. Por primera vez desde la Pascua de Resurrección, se vuelve a cantar los himnos “Oh Rey Celestial”(3) y “Hemos Visto la Luz Verdadera”(4), llamando al Espíritu Santo a que venga a habitar en nosotros, y proclamando que “hemos recibido al Espíritu Celestial.” El templo está adornado con flores y ramas y hojas verdes, para demostrar que el Aliento o Soplo divino viene como el “Espíritu Vivificador” para renovar toda la creación. En Hebreo, la palabra que quiere decir Espíritu, aliento y viento es una sola, rúaj.
En la Nueva Alianza, el acontecimiento de la Pascua cobra su nuevo significado como la celebración de la victoria de Cristo cumplida con su muerte y resurrección, victoria que cumple el “éxodo” de los seres humanos desde este mundo de pecado, al Reino de Dios. Así también en el Nuevo Testamento, la fiesta de Pentecostés es cumplida y renovada por un nuevo don, el descendimiento del Espíritu Santo sobre los discípulos y sobre la Iglesia.
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo. (Hechos 2,1-4)
El Espíritu Santo que Cristo había prometido a sus discípulos llegó en el día de Pentecostés. (Juan 14,26; 15,26; Lucas 24,49; Hechos 1,5) Los apóstoles recibieron el “poder de lo alto”, y comenzaron a predicar y atestiguar a Jesús como el Cristo Resucitado, el Rey y el Señor. Tradicionalmente se refiere a este momento como el “cumpleaños” de la Iglesia.
En los oficios litúrgicos de la fiesta de Pentecostés, se celebra la venida del Espíritu Santo junto a la revelación plena de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se manifiesta la plenitud de la divinidad con la venida del Espíritu Santo a la humanidad, y los himnos de la Iglesia celebran esta manifestación como al acto final de la auto-revelación de Dios al mundo, y el don último que Dios hace al mundo. Por esto, el Domingo de Pentecostés, de acuerdo a la tradición Cristiana Ortodoxa, también se conoce como el Domingo de la Trinidad. En este día el icono de la Santísima Trinidad – particularmente el de las tres figuras angélicas que aparecieron a Abraham,(1) el ancestro de la fe cristiana, -- es colocado en medio del templo. Se utiliza este icono junto al tradicional icono de Pentecostés que demuestra las lenguas de fuego sobre las cabezas de María y los Doce Apóstoles, el prototipo original de la Iglesia, ellos mismos sentados en unidad alrededor de la imagen simbólica del “cosmos”, el mundo.
En el día de Pentecostés tenemos el cumplimiento final de la misión de Jesucristo, y la inauguración de la era mesiánica del Reino de Dios, místicamente presente en este mundo en la Iglesia. Por lo tanto, el día cincuenta es el inicio de la época que está más allá de las limitaciones de este mundo, siendo cincuenta el número que representa el cumplimiento eterno y celestial en la espiritualidad mística, tanta judía como cristiana: siete veces siete, más uno.
Así, se le llama a Pentecostés el día apocalíptico, que significa el día de la revelación final. También se le llama el día escatológico, que significa el día del final último y perfecto (en griego, la palabra eschaton quiere decir “el final”.) Pues cuando llega el Mesías y el día del Señor está pronto, se inauguran los “últimos días” en que “Dios declara … Derramaré mi espíritu sobre toda carne.” Esta es la antigua profecía a la cual se refiere el Apóstol Pedro en el más antiguo Sermón de la Iglesia Cristiana que fue predicado en el primer Domingo de Pentecostés. (Hechos 2,17; Joel 2,28-32)
Nuevamente debemos insistir que la celebración de Pentecostés nos es un mero recordatorio de un acontecimiento que sucedió hace muchísimo tiempo. Es la celebración de lo que debe suceder y lo que, de hecho, sucede a cada uno de nosotros hoy en la Iglesia. Todos nos hemos muerto y resucitado junto al Mesías-Rey, y todos hemos recibido el Santísimo Espíritu. Devenimos “templos del Espíritu Santo.” El Espíritu de Dios habita en nosotros. (Romanos 8; I Corintios 2 al 3, 12; II Corintios Gálatas 5; Efesios 2 al 3) Nosotros, ya que pertenecemos a la Iglesia, hemos recibido “el sello del don del Espíritu Santo” en el sacramento de la Crismación. Pentecostés ya ha acontecido en cada uno de nosotros.
La Divina Liturgia de Pentecostés recuerda nuestro bautismo en Cristo con el versículo de la carta a los Gálatas nuevamente reemplazando el Trisagion. (2) Las lecturas de la Epístola y del Evangelio hablan de la venida del Espíritu Santo al ser humano. El kontakion canta de cómo la confusión de Babel fue revertida al reunir Dios a todas las naciones en la unidad de Su Espíritu. El tropario proclama la reunión del universo entero en la red de Dios, mediante la inspirada obra de los pescadores convertidos en apóstoles. Por primera vez desde la Pascua de Resurrección, se vuelve a cantar los himnos “Oh Rey Celestial”(3) y “Hemos Visto la Luz Verdadera”(4), llamando al Espíritu Santo a que venga a habitar en nosotros, y proclamando que “hemos recibido al Espíritu Celestial.” El templo está adornado con flores y ramas y hojas verdes, para demostrar que el Aliento o Soplo divino viene como el “Espíritu Vivificador” para renovar toda la creación. En Hebreo, la palabra que quiere decir Espíritu, aliento y viento es una sola, rúaj.
Tropario
Bendito eres Tú, oh Cristo Nuestro Dios,
Bendito eres Tú, oh Cristo Nuestro Dios,
que mostraste llenos de sabiduría a los pescadores,
derramando sobre ellos el Espíritu Santo.
Y por medio de ellos conquistaste el universo.
Oh Amante de la Humanidad, Gloria a Ti.
Kontakion
Cuando el Altísimo descendió y confundió las lenguas,
Él dividió las naciones.
Mas cuando distribuyó las lenguas de fuego,
llamó a todos a la unidad.
Por lo tanto, unánimes, glorificamos el Santísimo Espíritu.
El oficio de Vísperas Mayores de Pentecostés es caracterizado por tres largas oraciones durante las cuales los fieles se arrodillan por primera vez desde la Resurrección.(5) En la Iglesia Ortodoxa, el día Lunes después de Pentecostés se conoce como la fiesta del Espíritu Santo, y el domingo después de Pentecostés es la fiesta de Todos los Santos. Esta es la secuencia lógica ya que la venida del Espíritu Santo logra su acabamiento en la santificación de la humanidad, fin último de la creación y salvación del mundo. “Así dice el Señor: Vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque Yo, Tu Dios, soy santo.” (Levítico 11,45-46; I Pedro 1,15-16)
[1] Este icono se conoce por el nombre “La Hospitalidad de Abraham”
[2] “Vosotros que en Cristo os bautizasteis de Cristo os revestisteis. Aleluya.” Este himno también se canta en lugar del Trisagion en el Sábado de Lázaro y en la Pascua de Resurrección, como se ha notado anteriormente. Ver arriba.
[3] El texto de esta oración es, “Oh Rey Celestial, Paráclito, Espíritu de Verdad, que estás en todas partes y todo lo llenas, ven y mora en nosotros, purifícanos de toda mancha, y salva nuestras almas, oh Bondadoso.”
[4] Este himno es el que se canta después de la comunión, y dice: “Hemos visto la luz verdadera, hemos recibido el Espíritu Celestial. Hemos hallado la verdadera fe. Adoremos la Trinidad Indivisible, pues ésta nos ha salvado.”
[5] De acuerdo a la tradición local en algunas iglesias, los fieles no se arrodillan en ningún oficio u otro momento de oración a partir de la Pascua de Resurrección hasta Pentecostés, simbolizando su alegría, además del hecho de que todos hemos sido levantados de la muerte a la vida.
[1] Este icono se conoce por el nombre “La Hospitalidad de Abraham”
[2] “Vosotros que en Cristo os bautizasteis de Cristo os revestisteis. Aleluya.” Este himno también se canta en lugar del Trisagion en el Sábado de Lázaro y en la Pascua de Resurrección, como se ha notado anteriormente. Ver arriba.
[3] El texto de esta oración es, “Oh Rey Celestial, Paráclito, Espíritu de Verdad, que estás en todas partes y todo lo llenas, ven y mora en nosotros, purifícanos de toda mancha, y salva nuestras almas, oh Bondadoso.”
[4] Este himno es el que se canta después de la comunión, y dice: “Hemos visto la luz verdadera, hemos recibido el Espíritu Celestial. Hemos hallado la verdadera fe. Adoremos la Trinidad Indivisible, pues ésta nos ha salvado.”
[5] De acuerdo a la tradición local en algunas iglesias, los fieles no se arrodillan en ningún oficio u otro momento de oración a partir de la Pascua de Resurrección hasta Pentecostés, simbolizando su alegría, además del hecho de que todos hemos sido levantados de la muerte a la vida.
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