Cuando cometas un pecado, ve pronto a confesarlo. ¿Seríamos capaces de vivir atados a un muerto en descomposición? La misma idea nos espanta. Pues así andamos cuando hemos pecado, atados a nuestra alma muerta.
Haz examen de conciencia. No te dirijas al confesor y digas: "Padre, pregúnteme". El confesor no está para dirigir un interrogatorio. Puede que en algún momento te pregunte algo, pero eres tú el que ha ha de hacer un examen completo de conciencia. Toma una de las guías que hay para hacer el examen. Es muy recomendable la de San Nicodemo el Aghiorita. En la Parroquia tienes la guía para el arrepentimiento que te ayudará a hacer un buen examen.
Apunta los pecados, para que a la hora de la confesión no se te olvide ninguno. En el momento en el que confiesas puede que te falle la memoria o el demonio ponga en tu corazón sentimientos de vergüenza que pueden llevarte a callar algún pecado, normalmente los más graves.
La confesión es personal, uno se confiesa utilizando la primera persona: "He robado, he mentido, no hago las oraciones, Hablo mal de otras personas..." Tampoco hay que entrar en muchos detalles y sobre todo no poner escusas a los pecados cometidos.
Cuando nos confesamos, nos confesamos nosotros, no confesamos, ni al marido, ni a la esposa, ni a la suegra, ni a la vecina: "Es que mi marido es un borracho" "Mi vecina no me habla" "Mi suegra me critica" Los pecados de tu marido, de tu suegra y de tu vecina deja que los confiesen ellos.
No confesamos los pecaados de los que hemos sido absueltos, ya que estos han sido ya perdonados. Hacer lo contrario es o regodearse en el pecado pasado, o desconfiar de la misericordia de Dios.
De la misma manera que no andamos cambaindo de médico de cabecera continuamente, tampoco cambiamos de confesor si no es por un motivo muy justificado. Él ya nos conoce y sabe nuestro historial pudiéndonos dar con la ayuda de Dios la medicina más adecuada para nuestra curación espiritual.
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