Este domingo, el del Publicano y el Fariseo, nuestra santa Iglesia nos introdujo en el periodo del Triodion. Con estas breves palabras me gustaría dar alguna pequeña pista que nos ayudase en nuestra vida espiritual.
El Triodion es un periodo solemne y lleno de espiritual devoción que se inicia en este y domingo y termina en el Grande Sábado Santo. A este tiempo de penitencia, ayuno y oración le seguirá el gozoso periodo del Pentecostarion, que comenzará en el Domingo de Pascua y terminará en el Domingo de Pentecostés.
Comenzamos días en los que se exacerba la lucha espiritual y la Iglesia por medio de los himnos , las lecturas, la celebración de la Liturgia de los Dones Presantificados, el ayuno que comenzará el Lunes Puro, va creando una atmosfera adecuada para que surja en nosotros el arrepentimiento por nuestros pecados, ofreciéndonos la penitencia saludable para nuestra sanación espiritual. Nos llama a participar en el Sacramento de Confesión, a crucificar nuestras pasiones y al hombre viejo que cada uno de nosotros llevamos dentro, para morir con Cristo y resucitar con Él. No quiere decir esto que una vez terminado este santo tiempo nos entreguemos desbocados a las pasiones, abandonando la lucha espiritual, eso sería la causa de haberlas sólo reprimido y lo que nos exige es la verdadera conversión que las arranque desde la raíz. El Triodio nos enseña que toda nuestra vida ha de ser una continua metanoia para poder participar al final de ella de la alegría de la Pascua eterna.
Si contemplamos la vida de los Santos, vemos que las pasaron en una incesante lucha contra las pasiones, en un continuo ayuno, en un estado de tristeza por este mundo y de alegría esperanzada por el venidero. Caminaban por esta tierra con la idea bien clara de estar de paso, de ser ciudadanos del cielo. Sus vidas nos interpelan a la conversión.
El hombre por su naturaleza es cambiante. Lo que hoy se coge con buena voluntad y celo, mañana se abandona con desgana. Está influido por las consecuencias del pecado ancestral, cae con facilidad en la negligencia y la indolencia. Además la situación en la que nos toca vivir no es que sea precisamente la más propicia para vivir la experiencia catárquica de la verdadera conversión. Este tiempo se nos ofrece como una ayuda, se nos dan las armas para la lucha y se nos anima a renovar el ardor en nuestra lucha espiritual.
Nos vamos introduciendo en este tiempo de forma gradual, siguiendo una pedagogía divina. Es como una escalera por la que vamos ascendiendo gradualmente, una luz que como cuando llega la aurora va creciendo hasta que surge el sol. El primer paso lo damos al reconocernos pecadores como el Fariseo, aplastando la soberbia que anida en nuestros corazones para poder así enfrentarnos cara a cara con la realidad de nuestras pasiones. El paso siguiente lo damos en el Domingo del Hijo Pródigo en el que descubrimos el valor de nuestro arrepentimiento que es acogido por Cristo, infinitamente misericordioso, que lo acepta y que nos espera con los brazos abiertos para sanar y limpiar las heridas causadas por nuestros pecados restableciéndonos en nuestra condición de hijos y herederos de su Reino. El domingo siguiente, el Domingo del Juicio final nos recuerda la gran realidad de que Dios es misericordioso, pero también justo y que si grande es su misericordia, grande es también su justicia. Aquellos que no se arrepientan y vivan entregados a una vida de pecado en medio de sus pasiones, tendrán que enfrentarse un día a la terrible realidad del Juicio Final, cuando Cristo venga a juzgar al mundo y a cada uno de los hombres según sus obras. El Domingo de la expulsión del Paraíso, nos presenta la realidad de que la causa del destierro de Adán fue su desobediencia al mandamiento de Dios que nos enseña que si queremos volver a recuperar ese Paraíso perdido por el primer hombre hemos de recorrer el camino opuesto, el camino de la obediencia a la voluntad de Dios y del ayuno.
El siguiente paso está dentro ya del Gran Ayuno, de la Gran Cuaresma que comenzará con el Lunes Puro. Es el Domingo de la Ortodoxia, en el que vemos que sólo dentro de la verdadera y única Iglesia de Cristo esta lucha y entrenamiento espiritual tiene sentido y da frutos. Es en la Santa Iglesia donde encontramos todos los recursos necesarios para la salvación; es la palestra donde se entrenan los atletas de Cristo; la barca a la que se suben los que buscan la salvación. Los domingos siguientes nos presentarán a algunos de estos grandes atletas de la fe, de los grandes ascetas. El segundo Domingo de Cuaresma la Iglesia nos presenta a San Gregorio Palamás, el gran maestro y defensor de la Fe Ortodoxa contra las herejías emanadas de la corrupta Roma, el que nos enseña a abrir los corazones para recibir la fuerza de las energías increadas. El tercer domingo nos mostrará cual es el arma invencible que hemos de utilizar en nuestras luchas y combates espirituales: la gloriosa Cruz de nuestro Señor Jesucristo. Ella nos trae a la mente la Pasión de Cristo, pero también su victoria que es la nuestra. Los dos domingos siguientes nos presentarán a San Juan Climaco y a Santa María Egipciaca que nos enseñan que no hay otro camino para vencer las pasiones que la vía ascética. Finalmente el Domingo de Ramos nos introduce en la Pasión salvífica de Nuestro Señor Jesucristo recordándonos los ramos de olivo y las palmas la gloriosa Resurrección.
Ascendamos por esta escalera cuyos peldaños son las virtudes. No es tarea fácil. Es una ascensión en la que no faltarán las luchas contra las tentaciones y los demonios que intentarán hacernos caer. Es una lucha en las que derramaremos lágrimas y tendremos siempre presente el mal pensamiento de ceder, de abandonar. Por encima de todo hemos de buscar el consejo del padre espiritual que nos ayude a superar los obstáculos del malastuto enemigo con la asistencia de Dios. No hemos de caer en el desaliento y la desesperación, pues si grandes son nuestros pecados, más grande es la misericordia de Dios. No importa cuál es nuestro estado al iniciar el camino, lo verdaderamente importante es iniciarlo con celo y buena voluntad y no parar hasta haber llegado a la meta. No lo dudemos ni un momento: Dios está a nuestro lado, nos acompaña y da la fuerza necesaria y nuestros compañeros son los Santos que nos alientan con sus oraciones a caminar por el camino que ellos ya anduvieron. Y sobre todo, tenemos a nuestro lado la ayuda poderosa de la Santísima Madre de Dios, muralla inexpugnable, fortaleza en la que refugiarnos y abogada ante el trono del Justo Juez.
¡Que tengamos un santo Triodio!
P hm Nicolás
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