Cada 24 de mayo nosotros, los búlgaros, celebramos una de nuestras fiestas más preclaras, la fiesta más búlgara quizás, porque rendimos homenaje a la memoria de dos grandes figuras de nuestra historia: los santos hermanos Cirilo y Metodio, a quienes la Iglesia Ortodoxa y el pueblo búlgaro veneran como dos de sus apóstoles más destacados por su preclara obra, realizada en el lejano siglo IX, cuando crearon el alfabeto eslavo, y contribuyeron a la divulgación de la escritura y la cultura de los pueblos eslavos en el mundo.
Por esto el 24 de mayo en Bulgaria es Día de la escritura eslava, la educación y la cultura búlgaras. Cada búlgaro, en donde sea que se encuentre, lleva en su corazón el emocionante recuerdo de la celebración de esta fiesta que vinculamos con el alfabeto y el idioma búlgaro, con la literatura y los valores espirituales, con la luz resplandeciente del saber.
Remontémonos ahora al lejano siglo IX, cuando los hermanos que serían después canonizados crearon el alfabeto eslavo. Corría el siglo IX, el Reino Búlgaro era uno de los más potentes de Europa, pero apenas acababa de adoptar el cristianismo como religión oficial. Esta religión única, diferente de la de los protobúlgaros y de la de los eslavos, debería jugar el papel de factor aglutinador de unos y otros, que eran los dos componentes básicos de la nacionalidad medieval búlgara. Lo que San Cirilo y San Metodio hicieron fue componer un alfabeto nuevo que reflejara con fidelidad los sonidos del idioma eslavo del siglo IX, que se hablaba, con ciertas diferencias no muy grandes, por igual en el Principado de Gran Moravia, que existió en los actuales territorios checo y eslovaco, en Rusia, en Serbia y otras tierras pobladas por eslavos, y aquí en Bulgaria.
En aquella época de la que estamos hablando, la segunda mitad del siglo IX, el reino más potente política y militarmente entre todos los reinos eslavos era el de Bulgaria. Para extender la influencia del Imperio Bizantino en Europa Central donde ya había penetrado con fuerza el Sacro Imperio Romano de los alemanes y el Vaticano, el emperador bizantino Miguel III accede a la petición del Príncipe Rostislao de la Gran Moravia eslava y le manda como predicadores del cristianismo a los dos eruditos hermanos Cirilo y Metodio pertenecientes a lo más encumbrado de la intelectualidad bizantina.
Para cumplir mejor su misión, ellos ya habían creado un alfabeto nuevo. En ello jugó el papel protagónico Cirilo: una de las mentes más preclaras de la época a nivel europeo. Este alfabeto estaba basado en el griego pero tenía varias letras distintas y otras, absolutamente nuevas, que reflejaban gráficamente sonidos que no poseía la lengua griega y sí los tenía la lengua eslava.
Los dos hermanos tradujeron al idioma eslavo los principales libros sacros del cristianismo, escribiendo los textos traducidos con las nuevas letras que habían creado, y se fueron a la Gran Moravia a cumplir su misión religiosa, cultural y, desde luego política. En Gran Moravia, Cirilo y Metodio tropezaron con la rabiosa oposición del clero alemán. Acusados de herejía por los prelados germanos, pero respetados por el príncipe eslavo y algunos de sus dignatarios, Cirilo y Metodio fueron llamados a comparecer ante el propio papa Adriano II para rendir cuenta de su actividad. Durante la visita debieron participar en una disputa contra la artillería oscurantista más pesada del Vaticano, la cual contaba conque esos dos monjes vehículos de su enemigo político Bizancio, iban a ser presa fácil de los porfiados argumentos dogmáticos de sus eminencias católicas.
¡Nada de eso! En la disputa, Cirilo barajó razones inusitadamente humanistas para tan medieval y oscura época, pero bien contundentes, para corroborar la justeza y la justicia de su causa y obra. Alegó Cirilo - que no en balde iba a ser llamado desde entonces El Filósofo – que tal como Dios había dado a toda la humanidad la lluvia y el sol para que los gozaran todos los humanos por igual, de la misma forma todo pueblo tenía el derecho de elevar sus oraciones y gratitudes al Todopoderoso en su propia lengua hablada, que así iban estas más claras y directamente adonde debían llegar. Y que no era correcto que estuvieran redactadas sólo en las tres lenguas llamadas entonces sacras, y que eran el latín, el griego y el hebreo.
Al cabo de largas polémicas el Papa elogió la brillante defensa de Cirilo y hasta bendijo los libros sacros, escritos con caracteres cirílicos. Lamentablemente, Cirilo enfermó y murió en Roma. Su hermano mayor Metodio volvió al Principado eslavo de la Gran Moravia, pero fue acosado rabiosamente por el clero alemán. Sucumbió y murió, viejo y enfermo, con el corazón destrozado por la vista de cómo sus discípulos eran exterminados o vendidos como esclavos, y toda su obra civilizadora se consumía ardiendo en la hoguera del oscurantismo germánico.
Sólo tres de los discípulos de Cirilo y Metodio pudieron escapar de las persecuciones y la muerte y se dirigieron por el río Danubio hacia el Reino de Bulgaria que acababa de adoptar el cristianismo como religión oficial. Al cristianismo, este factor de unificación de sus súbditos paganos, eslavos y protobúlgaros, el príncipe búlgaro de aquella época Boris Primero decidió sumar otro, la escritura. Boris recibió a los discípulos de Cirilo y Metodio con grandes honores, cosa que impresionó profundamente a los eruditos fugitivos. Y más todavía, cuando les ofreció su ayuda personal y todo el potencial económico y espiritual de su reino, para que fueran los creadores, directores y primeros profesores, de varias escuelas de formación de cuadros pedagógicos y literarios búlgaros. Y empezó en aquella Bulgaria medieval del siglo IX una bulliciosa actividad literaria y pedagógica.
Se traducían al búlgaro, el idioma hablado por todo el pueblo de este Reino, libros eclesiásticos y hasta libros laicos: cosa poco menos que increíble para la época. Aparecieron las obras de los primeros escritores y de los primeros poetas búlgaros. En esas canteras del espíritu y de la civilización eslava que fueron las escuelas fundadas y dirigidas en Bulgaria por los discípulos de Cirilo y Metodio, se formaron en poco tiempo más de dos mil maestros de escuela, que se fueron por toda Bulgaria a enseñar a leer y escribir a los niños búlgaros, y también a los mayores, en su propia lengua.
Cómo, por tanto, no sentirnos orgullosos de los tres discípulos de Cirilo y Metodio, y del príncipe de Bulgaria Boris Primero, y de los inspirados literatos y profesores búlgaros de aquella época, que convirtieron aquella Bulgaria del siglo IX y más aun del siglo siguiente, el X, en un reino del espíritu democrático e innovador, en un paraíso de la cultura y la civilización y la educación masiva, realmente popular y nacional. Es ésta nuestra gran contribución búlgara a la cultura y al desarrollo espiritual del mundo europeo. Cabe subrayar también que, relativamente poco tiempo después, Bulgaria les iba a obsequiar a serbios y rusos los libros sacros y laicos traducidos o escritos en la común lengua eslava por los literatos búlgaros de aquellas canteras del siglo IX. No en balde esa lengua era llamada entonces la lengua universal del mundo eslavo, y luego, el eslavo eclesiástico. Los discípulos de Cirilo y Metodio simplificaron aun más y perfeccionaron aquí en Bulgaria los caracteres del alfabeto creado por los dos santos hermanos. Prácticamente, crearon un alfabeto nuevo basado e inspirado en el de San Cirilo y San Metodio. Es éste el alfabeto en que se escribió la inmensa mayoría de los libros traducidos y originales creados en aquella gran Bulgaria del espíritu en los siglos IX y X, en el idioma hablado por todo el pueblo del país.
Siglos después, en las postrimerías de la decimocuarta centuria de Cristo, cuando Europa empezaba a conocer su Renacimiento, el Estado Búlgaro desaparecería aniquilada física, institucional y espiritualmente en las tinieblas de la invasión de los turcos otomanos. Fue entonces cuando muchos intelectuales búlgaros, salvándose de las matanzas otomanas, abandonarían para siempre su patria Bulgaria y se incorporarían como poderosos artífices literarios, a las culturas de la Serbia aun no conquistada por la Media Luna, y de Rusia, que iba a emprender una larga sarta de guerras contra el Imperio Otomano. Mediante esa arma tan frágil a primera vista como es un alfabeto y los libros escritos en él, en el cirílico compuesto por Cirilo y Metodio y perfeccionado por sus discípulos y los discípulos de esos discípulos aquí en Bulgaria, muchos de los jóvenes estados eslavos se salvaron de la asimilación cultural y nacional de parte de otras potencias, y pudieron crear su propia cultura para ofrecerla al mundo entero como una civilización rica, interesante y fructífera.
Por esto podemos sentirnos orgullosos, como decía a comienzos del siglo XX el padre de la literatura moderna búlgara Ivan Vazov, de que nosotros, los búlgaros también hemos dado algo grande al mundo: hemos dado los libros a todos los eslavos. Hay una canción vinculada indisolublemente con esta fiesta búlgara, con el Día de la escritura eslava, la educación y la cultura nacionales, una canción muy entrañable para todo búlgaro. Es como si fuera nuestro segundo himno nacional. En realidad, esta canción es el himno a los santos hermanos Cirilo y San Metodio, a quienes la iglesia ortodoxa y el pueblo búlgaro veneran como dos de sus apóstoles más destacados: "Marcha, pueblo renacido, hacia el porvenir, con las letras, esta fuerza nueva, renueva tu destino y Dios te va a bendecir”
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