Tomás Alcoverro: "Espejismos de Oriente"
Al norte de Alepo yacen las "ciudades muertas", antiguas poblaciones cristianas florecientes con espléndidos monumentos en ruinas como la basílica de San Simeón el Estilia, sepultadas desde hace siglos. Esta tierra de Siria había sido, con la región ahora turca de Antioquía, sede de gloriosos Patriarcados, uno de los centros más brillantes del cristianismo de Oriente. En Diyarbakir, la de las murallas basálticas, en la Anatolia oriental, hay vestigios de iglesias, cenobios destruidos durante la Primera Guerra Mundial. Templos aún erguidos han sido convertidos en almacenes o depósitos agrícolas. Recuerdo algunas iglesias sirias, de bella arquitectura de Dyarbakir, vacías y abandonadas, con ancianos sacerdotes muy pobres.
La decadencia de los cristianos, que eran la mayoría de la población antes de la llegada de los conquistadores de Mahoma, es inexorable y silenciosa. Ciudades cosmopolitas por el abigarramiento cultural y religioso como Estanbul o Alejandría, se han uniformado bajo el peso demográfico musulmán. En el Jerusalén intramuros, el barrio armenio está casi vacío, y el cristiano, con los patriarcados griego ortodoxo, latino y melquita, languidecen con sólo unas miles de almas, cabe al inmediato bullicio del barrio habitado por los creyentes del Islam, o el próspero barrio judío.
De todos los paises y ciudades del Oriente Medio, sólo quedan El Líbano, Beirut, donde las comunidades cristianas aún no han perdido su ímpetu, configurando con su estilo de vida un pueblo de mayoría musulmana que ya está en trance de imponerse políticamente, pero conservando su fructuoso contagio cultural. En Egipto, donde hay el mayor número de cristianos de antigua historia de origen faraónico, los coptos, que están condenados a una lenta y tácita sumisión y han vuelto a ser chivos expiatorios de los radicales islamistas. Centenares de miles de coptos han tenido que convertirse al islam. ¿Cuántos millones de cristianos viven en Oriente Medio? ¿Doce, acaso quince millones? A excepción de catorce comunidades libanesas, formadas por los núcleos de las iglesias no calcedonianas, ortodoxas, católicas y protestantes, compuestas de alrededor de un millón y medio de personas, es aventurado avanzar cifras porque estos estados o no efectúan censos de población con criterio religioso o tienden a reducir sus efectivos por razones políticas.
Por otro lado, las autoridades religiosas y civiles cristianas hinchan a menudo los números de sus correligionarios, sobre todo ante los corresponsales extranjeros. Los cristianos de Oriente, vinculados por su creeencia con el Occidente cristiano y por su comunión cultural con el Oriente musulmán, vivieron en el Imperio Otomano como "dhimis" o protegidos, sufrieron los bandazos de la política colonial de las metrópolis europeas a las que a veces, se les sospechaba sometidos, y engrosaron, después, la vanguardia del renacimeinto o "Nahda" cultural y político árabe.
En Oriente los ortodoxos, la sal de estos pueblos, siempre han sido los "cristianos más árabes". Los maronitas de obediencia papal fundaron la primera imprenta en El Líbano, crearon los diarios de El Cairo tras la invasión napoleónica, fomentaron las nuevas ideas nacionalistas, laicas o revolucionarias. Abrieron, sin duda alguna de par en par, los pueblos del Oriente a la modernidad. Pero su suerte está echada. Muchos de los que vivían en Iraq han tenido que refugiarse en paises vecinos, en espera de emprender su exilio. "Los cristianos del Oriente Medio -ha escrito el historiador Jean Pierre Pierre Valognes- están en trance de morir".
Sus fastuosas ceremonias litúrgicas, aun cercanas a los tiempos antiguos, alimentan las ilusiones de que son eternos. Después de todo, sobreviven desde hace dos mil años a las peripecias de la Historia. Intelectuales, profesionales, pequeños comerciantes, campesinos de Anatolia, emigran no sólo por necesidad de una mejor vida, sino por miedo, en busca de libertad, huyendo de la injusticia, las incertidumbres que sufren como minoría religiosa, porque la sociedad les niega la posibilidad de realizarse plenamente. Su éxodo, tantas veces desaconsejado por sus patriarcas, es constante.
En Siria, el régimen de vocación laica, como el que había en Iraq durante el presidente Sadam, les permite sobrevivir. El fanatismo islámico fomenta los criterios confesionales de diferenciación y todas las discriminaciones que entraña. Entre el Islam pujante, con una demografia arrolladora -la familia musulmana chií libanesa, por ejemplo, tiene un promedio de ocho o diez hijos mientras que los cristianos sólo tres o cuatro- y un muy estimulado judaismo propropulsado por el éxito del Estado de Israel, las comunidades cristianas se empequeñecen.
Aunque la iglesia latina, como se llama aquí a la romana, es minoritaria ya que el mayor número de cristianos orientales son, sobre todo, ortodoxos, ya sean coptos o griegos, el Vaticano con el que Israel estableció relaciones dipomáticas tras los maltrechos Acuerdos de Oslo, ejerce una influencia patente, debido también a que el Obispo de Roma es el único jefe de una Iglesia cristiana que encabeza un Estado con su propia política internacional.
El Líbano sigue siendo su último reducto, aunque ya están en minoría. Cuando en el próximo cuarto de siglo haya disminuido, aun más, esta población, como en Estambul, en Alejandria, sus templos se covertirán en esta escenografía patética, en una "Disneylandia" del espíritu" que ya se presagia en la amurallada y tres vecees santa ciudad de Jerusalén.
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