Un amigo me comentaba el otro día, desde su inocente ignorancia, que la Iglesia Ortodoxa es “como muy anticuada”. La primera reacción fue la sonrisa la segunda, ya más tarde, la reflexión que viene muy bien ante la celebración del Domingo de los Padres del I Concilio Ecuménico.
Partimos de la base de que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, del cual somos nosotros los miembros y Él es nuestra Cabeza. Partimos también de que nuestra fe es la de los Apóstoles, que recibieron los Santos Padres iluminados por Dios y que fue confirmada por los Concilios Ecuménicos de los cuales fue el primero el de Nicea. Y también partimos de que es el Espíritu Santo el que alienta, vivifica y santifica a la Iglesia.
Todo ello lo vivimos en la historia y de la misma manera que los Padres de Nicea lo vivieron en el S. IV nosotros lo vivimos en el XXI, más nuestra fe es la misma. ¿Qué es entonces lo que cambia? Cambiamos los hombres, cambia el mundo… Nuestra fe permanece inmutable.
Más a lo largo de la Historia de la Iglesia, siempre se han levantado voces en contra de esta Fe, las voces de los que querían introducir cambios en ella. Estas voces siempre han sido silenciadas por la voz del Espíritu Santo que ha hablado por medio de los Concilios. Así fueron acalladas las voces de Arrio, Sabelio, Nestorio…
¿Y en nuestros días? No creamos que ha pasado el peligro, pues Nuestro Señor nos pide en el Evangelio que estemos siempre vigilantes en contra de aquellos que disfrazados de corderos no son más que lobos que quieren destrozar el rebaño.
Principalmente se nos presentan diversas voces en contra de lo que dice la Fe Ortodoxa:
a) La primera es la del Ecumenismo que niega que la Iglesia Ortodoxa sea la Única Iglesia de Cristo, La Iglesia Una, Santa Católica y Apostólica concediendo el titulo de Iglesia a aquellos que desgraciadamente están en el error. Esta teología errónea se ha manifestado en la llamada teología de las “ramas enfermas de la Iglesia” por ejemplo, o en aquellos que aceptan la idea de la “unidad en la diversidad”.
Partimos de la base de que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, del cual somos nosotros los miembros y Él es nuestra Cabeza. Partimos también de que nuestra fe es la de los Apóstoles, que recibieron los Santos Padres iluminados por Dios y que fue confirmada por los Concilios Ecuménicos de los cuales fue el primero el de Nicea. Y también partimos de que es el Espíritu Santo el que alienta, vivifica y santifica a la Iglesia.
Todo ello lo vivimos en la historia y de la misma manera que los Padres de Nicea lo vivieron en el S. IV nosotros lo vivimos en el XXI, más nuestra fe es la misma. ¿Qué es entonces lo que cambia? Cambiamos los hombres, cambia el mundo… Nuestra fe permanece inmutable.
Más a lo largo de la Historia de la Iglesia, siempre se han levantado voces en contra de esta Fe, las voces de los que querían introducir cambios en ella. Estas voces siempre han sido silenciadas por la voz del Espíritu Santo que ha hablado por medio de los Concilios. Así fueron acalladas las voces de Arrio, Sabelio, Nestorio…
¿Y en nuestros días? No creamos que ha pasado el peligro, pues Nuestro Señor nos pide en el Evangelio que estemos siempre vigilantes en contra de aquellos que disfrazados de corderos no son más que lobos que quieren destrozar el rebaño.
Principalmente se nos presentan diversas voces en contra de lo que dice la Fe Ortodoxa:
a) La primera es la del Ecumenismo que niega que la Iglesia Ortodoxa sea la Única Iglesia de Cristo, La Iglesia Una, Santa Católica y Apostólica concediendo el titulo de Iglesia a aquellos que desgraciadamente están en el error. Esta teología errónea se ha manifestado en la llamada teología de las “ramas enfermas de la Iglesia” por ejemplo, o en aquellos que aceptan la idea de la “unidad en la diversidad”.
b) Se presenta también el llamado “filetismo” dentro de la Iglesia Ortodoxa y que aparece principalmente después de la caída del Imperio Otomano. Este nacionalismo es una aberración en contra de la catolicidad de la Iglesia que algunos encierran dentro de las fronteras nacionales y en contra de lo que nos dice San Pablo:
“Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan.” (Romanos 10:12)
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesus.” (Gálatas 3:28)
Uno no es mejor ortodoxo por ser griego, ruso o rumano, ni los verdaderos ortodoxos son los rusos o los búlgaros. Todos pertenecemos a una misma Iglesia Ortodoxa, incluidos los españoles, y no se puede identificar esta con un país en concreto poniendo a los demás en una segunda categoría.
No podemos pensar que la Iglesia Ortodoxa es solamente la propia de los países de Oriente porque entonces los de Occidente no tendríamos derecho a entrar en ella. La Iglesia se extiende de Oriente a Occidente, es Católica, o sea, universal y los Santos Apóstoles después del glorioso día de Pentecostés la extendieron hasta los confines de la tierra conocida por entonces: Santiago y San Pablo hasta el España en Occidente y Santo Tomás hasta la India en el Oriente. Por esto mismo la Iglesia no ha de perder nunca su carácter misionero de anunciar esta fe a todos los hombres iluminando a aquellos que están en el error.
Cuando algunos sacerdotes vienen de sus países de origen pretenden dedicarse sólo a los de su nacionalidad. Yo les plantearía esta cuestión: ¿Y no necesitan los españoles también la salvación, no necesitan conocer nuestra fe ortodoxa? Este punto está muy relacionado también con lo anterior ya que bueno, si son españoles han de ser católicos como por ejemplo un serbio ha de ser ortodoxo y como son católicos ya conocen a Cristo. Sí pero están en el error y también necesitan ser salvados.
c) Se tiende también a hacer cuestión de fe aquello que solamente es administrativo siendo esto un poco peligroso. Me explico. La división en distintas jurisdicciones es algo meramente de organización y así se hizo en la antigüedad cuando la administración de la Iglesia se dividió en las partes del Imperio por aquella época: Roma, Constantinopla, Alejandría y Antioquía, organizándola en patriarcados, metropolías y diócesis. Los Obispos que estaban al frente de cada unidad no eran unos más que otros en su dignidad episcopal sino simplemente se daba una preferencia en cuanto a la organización. El Obispo de la diócesis más pequeña de Capadocia era igual en su episcopado al Obispo de Constantinopla ya que la sede no añadía nada a su dignidad episcopal. y dentro de esta organización el Obispo era el primero del Sínodo ya que la Iglesia no es piramidal sino sinodal.
Hoy se pueden ver influencias extrañas en algunas partes de la Iglesia. Nuestra Iglesia sigue siendo sinodal: están los sínodos locales, diocesanos y los sínodos de las distintas Iglesias y la última referencia para un cristiano ortodoxo es el Santo Sínodo de la Iglesia a la que pertenece y en ultima instancia el Concilio Ecuménico que es la máxima expresión de esta sinodalidad de la Iglesia. No hemos de confundir la precedencia de honor con la autoridad o la infalibilidad en las decisiones personales.
Un obispo puede caer en la herejía, de la misma manera que puede caer un sacerdote o un laico y porque el obispo o el patriarca caiga en la herejía no quiere decir que con él caiga toda la iglesia a él encomendada, a no ser que suscriban también su error. Por ello el Obispo, Metropolita, o Patriarca esta supeditado al Sínodo y todos al Concilio Ecuménico.
d) dentro de la Iglesia se alzan a veces otras voces que se dejan llevar por el pensamiento o las modas occidentales, influenciadas por el pensamiento de algunos sectores protestantes o católicos, en cuestiones como por ejemplo el sacerdocio femenino que no han de tomarse ni tan siquiera en consideración ya que pueden tenerlas algunos miembros de la Iglesia en países en los que predominen estas confesiones como por ejemplo los Estados Unidos y gracias a Dios no tienen ninguna relevancia. No hay ningún argumento en la tradición ni en la Sagrada Escritura para ello y desde luego la Iglesia no está para satisfacer las pretensiones de las feministas tal y como ha sucedido entre los anglicanos y luteranos.
Preguntaba un día a un grupo de mujeres ortodoxas sobre este tema, de diversos países y edades, algunas de ellas con formación universitaria y la contestación fue unánime: “Padre usted está loco, como dice San Pablo ‘la mujer calle en la Iglesia’ ¡Cada uno tenemos nuestro sitio!”
El mismo San Pablo, en contra la acusación de machismo, argumentada por estas pseudoteólogas feministas católicas y protestantes menciona a Febe, a quien llama prostatis (presidente) de la iglesia de Cencreas (Rom 16,15). De María, Trifena, Trifosa y Pérside dice que «han trabajado mucho en el Señor», utilizando el mismo verbo griego (kopiao) que usa para definir su trabajo pastoral o el de sus colaboradores (Rom 16,6-12). Más nunca aparece ninguna como presbítera o epíscopa. Si así lo hubiera querido Dios lo hubiera dispuesto, ya que el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad cristiana cambia radicalmente con respecto a su situación con respecto al mundo judío y pagano.
De Cristo a los Apóstoles, de los Apóstoles a los Padres, de los Padres a nosotros. 2000 años ha permanecido viva nuestra fe. Surgieron de la Verdad las herejías como surge la cizaña en medio de los campos de trigo, mas a su debido tiempo todas han sido extirpadas y como la cizaña, arrojadas al fuego. Nuestra santa Ortodoxa ha de brillar, hoy más que nunca, como faro luminoso que atraiga a Cristo a tantos hombres y mujeres que se encuentran en medio de la oscuridad del error y la desesperación. No somos un club selecto de salvados, no hemos de ocultar esta luz debajo del celemín sino ponerla en alto para que ilumine a todos.
No es antigua ni moderna, es nuestra Fe y fuera de ella no hay más que oscuridad y tiniebla. Ésta es la Fe de la Iglesia, esta es la Fe Ortodoxa.
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