Hay ocho pasiones de las que brota toda la maldad: el cuidado del vientre, la fornicación, el amor al dinero, la ira, la tristeza duradera e injustificada, la pereza, la vanagloria y el orgullo. Los demonios que las acompañan, luchan continuamente por la perdición de los hombres.
Si quieres vencer el cuidado del vientre, tendrás que usar
la moderación en todo y el temor del Señor. Todos los alimentos que tanto
tiempo tardas en preparar y presentar, que especias y condimentas, que gustas
de poner en vajillas caras y sobre hermosos manteles, termina saliendo
maloliente de ti y no pocos de ellos son causa de enfermedades y recuerda tú
que los has comido, con gran temor de Dios, que terminarás como ellos,
maloliente en un sepulcro, descompuesto y siendo comida de gusanos.
Si quieres vencer la fornicación, utiliza las armas del
ayuno y la vigilancia, recuerda que has de morir y cuida todo lo que entra por
tus ojos y oídos; la gula es la puerta abierta por la que entra la fornicación
y las demás pasiones por lo que lucha contra ella con el ayuno y vencerás la
pasión que quema tu corazón; ama poco el blando lecho y mucho la metanoia; y
sobre todo cuida todo aquello que ves y miras, las palabras y músicas que escuchas,
pues aunque hayan pasado mucho tiempo, lo que viste u oíste, será la mecha que te
haga arder en el momento de la tentación y no digas nunca: “pasó para mí el
tiempo” pues grandes santos fueron tentados con este fuego en el momento de su
muerte.
Si quieres vencer el amor al dinero, utiliza el arma de la
pobreza y la sencillez; contempla a Cristo que siendo Dios, Creador y soberano
del universo se hizo hombre como nosotros; contempla su nacimiento, no en un
palacio aún siendo el Rey de la gloria, sino en una cueva y piensa que en el
momento de la muerte no podrás llevarte nada de lo que tienes por lo que
atesora en el cielo el capital de las buenas obras.
Si quieres vencer la ira, obtén las armas de la mansedumbre
y la bondad; recuerda a Cristo en su pasión salvadora pues con un solo movimiento
de su mano, hubiera podido destruir a los que los apresaron juzgaron y
atormentaron; con un solo dedo hubiera podido destruir Jerusalén y hundir el
poder del Imperio Romano, más para vencer a la muerte y al pecado se sometió
incluso a la muerte y una muerte de cruz y murió perdonando a los que lo habían
llevado a la muerte.
Si quieres superar la tristeza, nunca te preocupes de las
cosas temporales; lo que hoy tenemos, mañana ha huido, personas, posesiones,
dignidades… que nada ni nadie pueda afligirte ni causar preocupación. Eleva tus
ojos al cielo y tu alma a tu Salvador, que murió y con su muerte ha vencido a
la muerte. Sólo el pecado ha de producir en ti tristeza y aún ha así no ha de
ser una tristeza definitiva pues esta se vence con el arma del arrepentimiento
que llena el alma de alegría.
La acedía, la pereza espiritual es la que verdaderamente
mata el alma y contra ella se debe usar el arma de la oración continua. Las
lecturas de las vidas de los Santos y los escritos de los Santos Padres son el
combustible que mueve nuestra alma y mueve nuestro deseo de oración y amor y
diligencia en los trabajos espirituales.
Si quieres vencer el orgullo, hagas lo que hagas, no digas
que lo has hecho. La mejor arma para vencerlo es mantener la boca cerrada y
tener siempre presente que hagamos lo que hagamos siempre es posible por la
ayuda de Dios. No busques tu gloria, sino da gloria a Dios con tu vida siempre
y en todo momento.
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