viernes, 11 de noviembre de 2022

ALIMEN TO PARA EL ALMA





Lucas 10, 1-15

En aquel tiempo designó Jesús a otros setenta y dos y los envió, de dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde Él había de venir, y les dijo: La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues, al Amo de la mies mande obreros a su mies. Id, yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y a nadie saludéis por el camino. En cualquier casa en que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa. Si hubiere en ella un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en esa casa y comed y bebed lo que os sirvieren, porque el obrero es digno de su salario. No vayáis de casa en casa. En cualquier ciudad en que entrareis y os recibieren, comed lo que os fuere servido, y curad a los enfermos que en ella hubiere, y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros. En cualquier ciudad en que entréis y no os recibieren, salid a las plazas y decid: Hasta el polvo que de vuestra ciudad se nos pegó a los pies, os lo sacudimos, pero sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os digo que aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que aquella ciudad. ¡Ay de ti, Corazeín! ¡Ay de ti, Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón hubieran sido hechos los milagros que en vosotras se han hecho, tiempo vestidos de saco y sentados sobre ceniza hubieran hecho penitencia. Pero Tiro y Sidón serán tratadas con más blandura que vosotras en el Juicio. Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el Cielo? Hasta el Infierno serás abatida.

San Gregorio Dialoguista, Homilía 17,1-3: PL 76,1139
Los envió, de dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde Él había de venir. (Lc 10,1)

Nuestro Señor y Salvador, hermanos muy amados, nos enseña unas veces con sus palabras, otras con sus obras. Sus hechos, en efecto, son normas de conducta, ya que con ellos nos da a entender tácitamente lo que debemos hacer. Manda a sus discípulos a predicar de dos en dos, ya que es doble el precepto de la caridad, a saber, el amor de Dios y el del prójimo.
El Señor envía a los discípulos a predicar de dos en dos, y con ello nos indica sin palabras que el que no tiene caridad para con los demás no puede aceptar, en modo alguno, el ministerio de la predicación.
Con razón se dice que los mandó por delante a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. En efecto el Señor viene detrás de sus predicadores, ya que, habiendo precedido la predicación, viene entonces el Señor a la morada de nuestro interior, cuando ésta ha sido preparada por las palabras de exhortación, que han abierto nuestro espíritu a la verdad. En este sentido, dice Isaías a los predicadores: Preparadle un camino al Señor; allanad una calzada para nuestro Dios. Por esto, les dice también el salmista: Alfombrad el camino del que sube sobre el ocaso. Sobre el ocaso, en efecto, sube el Señor, ya que en el declive de su pasión fue precisamente cuando, por su resurrección, puso más plenamente de manifiesto su gloria. Sube sobre el ocaso, porque, con su resurrección, pisoteó la muerte que había sufrido. Por esto, nosotros alfombramos el camino del que sube sobre el ocaso cuando os anunciamos su gloria, para que él, viniendo a continuación, os ilumine con su presencia amorosa.
Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Por tanto, para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio.
Pensad, pues, amados hermanos, pensad bien en lo que dice el Evangelio: Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros, no sea que, después de haber recibido el ministerio de la predicación, seamos acusados ante el justo Juez por nuestro silencio.

Agustín de Hipona, Sermón 101, 1.2.3.11 : PL 38, 605.606.607.610
«La mies es abundante y los obreros pocos» (Lc 10,2)

En la lectura evangélica que acaba de proclamársenos, se nos invita a indagar cuál sea la mies de la que dice el Señor: La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Entonces agregó a sus doce discípulos —a quienes nombró apóstoles— otros setenta y dos y los mandó a todos —como se deduce de sus palabras— a la mies ya en sazón.
¿Cuál era, pues, aquella mies? Esa mies no hay que buscarla ciertamente entre los gentiles, donde nada se había sembrado. No queda otra alternativa que entenderla de la mies que había en el pueblo judío. A esta mies vino el dueño de la mies, a esta mies mandó a los segadores: a los gentiles no les envió segadores, sino sembradores. Debemos, por consiguiente, entender que la cosecha se llevó a cabo en el pueblo judío, y la sementera en los pueblos paganos. De entre esta mies fueron elegidos los apóstoles, pues, al segarla, ya estaba madura, porque la habían previamente sembrado los profetas. Es una delicia contemplar los campos de Dios y recrearse viendo sus dones y a los obreros trabajando en sus campos.
Estad, pues, atentos y deleitaos conmigo en la contemplación de los campos de Dios y, en ellos, dos clases de mies: una, ya cosechada, y otra todavía por cosechar: cosechada ya en el pueblo judío, todavía por cosechar en los pueblos paganos. Vamos a tratar de demostrarlo. Y ¿cómo hacerlo sino acudiendo a la Escritura de Dios, el dueño de la mies? Pues bien, en el presente capítulo hallamos escrito: La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. En otro lugar el Señor dijo a sus discípulos: ¿No decís vosotros que todavía queda lejos el verano? Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega. Y añadió: Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. Trabajaron Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, los profetas; trabajaron sembrando y al llegar el Señor se encontró con una mies ya madura. Enviados segadores con la hoz del evangelio, acarrearon las gavillas a la era del Señor, donde había de ser trillado Esteban.
En este momento aparece en escena Pablo, y es enviado a los gentiles. Y al hacer valer la gracia que él ha recibido como un don particular y personal, no oculta este extremo. El nos dice efectivamente en sus escritos que fue enviado a predicar el evangelio allí donde el nombre de Cristo era desconocido. Y como aquella cosecha es ya una cosa hecha, fijémonos en esta mies, que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo Señor, ya que él estaba presente en los apóstoles y porque el mismo Cristo recolectó. Sin él, en efecto, ellos no pueden hacer nada, mientras que él es perfecto sin ellos. Por eso les dijo: Porque sin mí no podéis hacer nada. Y una vez que Cristo se decidió a sembrar entre los gentiles, ¿qué es lo que dice? Salió el sembrador a sembrar. Y allí son enviados los obreros a segar.
Que estos apóstoles de Cristo, predicadores del evangelio, que no se detienen a saludar a nadie por el camino, esto es, que no buscan ni hacen otra cosa que anunciar el evangelio con genuina caridad, vengan a casa y digan: Paz a esta casa. No lo dicen sólo de boquilla: escancian de lo que están llenos; predican la paz y poseen la paz. Así pues, el que rebosa paz y saluda: Paz a esta casa, si allí hay gente de paz descansará sobre ellos su paz.

San Ambrosio de Milán, Sermones sobre el Evangelio de Lucas 7, 45.49
«Os envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10,3)

Cuando Jesús mandó a los discípulos ir a su mies, que había sido bien sembrada por el Verbo del Padre, pero que necesitaba ser trabajada, cultivada, cuidada con solicitud para que los pájaros no saquearan la simiente, les dijo: «Mirad que os mando como corderos en medio de lobos»... El Buen Pastor no podía temer a los lobos para su rebaño; sus discípulos no fueron enviados para ser una presa, sino para difundir la gracia. La solicitud del Buen Pastor hace que los lobos no puedan emprender nada contra los corderos que envía; les envía para que se cumpla la profecía de Isaías: «Llegará el día en que lobos y corderos pacerán juntos» (Is 65,25). Por otra parte ¿no han sido enviados los discípulos con la orden de no llevar ni tan siquiera un bastón en la mano?
Lo que el humilde Señor les ha mandado, sus discípulos los cumplen por la práctica de la humildad. Porque les envía a sembrar la fe no por obligación sino por la enseñanza; no haciendo servir la fuerza de su poder, sino exaltando la doctrina de la humildad. Y juzgó necesario unir la paciencia a la humildad, y de ahí el testimonio de Pedro en favor de Cristo: «Cuando lo insultaban no devolvía el insulto; cuando lo golpeaban, no devolvía los golpes» (I Pe 2,23).
Todo eso quiere decir: «Sed mis imitadores: abandonad el gusto por la venganza, a los golpes arrogantes responded devolviendo el mal a través de una paciencia que perdona. Que nadie imite por su propia cuenta lo que reprende de otro; la suavidad es la mejor respuesta a los insolentes».

San Juan Casiano, Instituciones Cenobíticas, Libro IV, Cap. IX.

A los jóvenes (monjes de Egipto y Tebaida) se les enseña constantemente a no esconder, por vergüenza peligrosa, absolutamente ningún pensamiento que les turbe el corazón, sino que tan pronto como despierten se los revelen a los ancianos (El Geronta o Duhovnic, padre espiritual de los monjes). Al juzgarlos (los pensamientos), nunca confiad en vuestro propio juicio, sino en aquello que el análisis del anciano haya decidido después de una larga deliberación como bueno o malo. Así es que el hábil enemigo de ninguna manera puede rodear al joven, como a un inexperto e ignorante, ni atrapar con astucia a quien se apoya, no en su juicio, sino en el del anciano. No puede persuadirlo de que oculte al anciano las exhortaciones de cualquier tipo que ha lanzado en su corazón como dardos de fuego. De ninguna otra manera podría el diablo, tan astuto, engañar y hacer tropezar al joven, a menos que por vanidad o avaricia lo indujera a ocultar sus pensamientos. Además, los ancianos declaran que el signo conocido y evidente de los pensamientos diabólicos es la vergüenza de confesarlos al anciano.
Cuando oramos por los demás, nosotros mismos somos los primeros en sentir la ayuda de Dios
San Teodoro el Estudita , Pequeñas Catequesis. Catequesis 52.
Hermanos y padres, muchas veces os hablo, y no lo hago para halagaros, sino que hablo conforme a la verdad, no porque quiera lamentarme de los que viven en el mundo, sino porque quiero haceros aún más celosos. Porque aún hoy sabéis las cosas que se hacen en el mundo, banquetes y borracheras, orgías, gritos y bailes, y todas las demás cosas que son resultado de las obras del maligno, cuyo juicio es justo, como está escrito. Pero nuestra hermandad no es así. ¿Pero cómo? Día y noche alabamos al Señor, según el camino que nos enseñaron nuestros santos padres. La salmodia sigue a la salmodia, la lectura sigue a la lectura, la oración, a la oración. En la mente, atención a los pensamientos., en el corazón, la meditación de las palabras divinas, el silencio apropiado, la palabra útil. Nos servimos unos a otros, nos soportamos unos a otros, todas las cosas están ordenadas con templanza y medida, y aunque debemos ser consolados en la fiesta, incluso esto no se hace indebidamente. Escucha lo que el Señor le dice a Judas: Lo que estás haciendo, hazlo pronto. Pero ninguno de los que estaban sentados a la mesa entendió por qué ella le dijo esto. Porque algunos pensaron, ya que Judas tenía la bolsa, que Jesús le dijo: Compra lo que necesitamos para la fiesta o dale algo a los pobres. ¿Ves que cuidaron tanto de la fiesta como de los pobres? Lo que nosotros, los humildes, como ves, estamos tratando de cumplir. Pero bendito sea Dios, que nos ha hecho dignos de emprender esta vida, No la de las obras justas hechas por nosotros , porque nada bueno hemos hecho en la tierra, sino de su misericordia que es el don y la llamada.
Por tanto, cada uno de nosotros está obligado a decir siempre con el corazón quebrantado: ¿Quién soy yo, Señor, Dios mío, y cuál es la casa de mi padre? ¿Por qué me has amado? Rara vez se pueden encontrar tales hombres en el mundo. Porque el día y la noche pasan en el cuidado de este siglo, en el amor a la riqueza, en los otros cuidados, de modo que el hombre ya no puede respirar. Se afrentan, se golpean. El adulterio y el robo y la maldición y la mentira se derramaron sobre la tierra, por así decirlo, según la palabra profética, y todas las demás cosas que no es fácil enumerar. Recordando todo esto, el Bendito Crisóstomo vino a decir: “Solo una pequeña parte del mundo se salva”. Y esto infunde un gran temor, especialmente porque es verdad. Por esto, el que tiene verdadero sentimiento debe llorar y afligirse ante tal sentencia. ¿No somos uno, hermanos, no somos todos dependientes unos de otros? ¿No somos todos de una misma sangre? ¿No somos de la misma tierra? Si alguien ve a un animal caer al abismo, ¿no siente pena por él? ¡Cuánto más tratándose de hermanos y de la misma fe! Por eso el Santísimo Apóstol lloró por los enemigos de la Cruz de Cristo, orando con incesante angustia. Por eso el profeta Jeremías lamentó a Israel y dejó muchas y diversas lamentaciones en las Escrituras. Por eso el gran Moisés clamó a Dios: Si quieres perdonar su pecado, perdónalo. Si no, bórrame también de Tu libro. Y cada uno de los santos, teniendo la misma compasión, oraba por los demás. Por tanto, también nosotros, si queremos seguir sus huellas, no sólo tengamos en cuenta a los que con nosotros buscan la salvación, sino también oremos por el mundo, teniendo misericordia y compadeciéndonos de los que viven una vida corrupta, de los fortalecidos en las herejías. , por los atrapados en el engaño, por los gentiles atrapados en las tinieblas del paganismo, simplemente, por todas las personas, como nos lo mandó el Apóstol: hacer oraciones y súplicas . Así, delante de los demás, nos serviremos de nosotros mismos, traspasando nuestro corazón y limpiándonos del hábito de las pasiones, y libres de ellas, seremos dignos de obtener la vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dada la gloria y el poder, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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