martes, 29 de noviembre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 



Martes XXV después de Pentecostés
Lucas 12, 42-48
En aquel tiempo dijo el Señor: ¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente, a quien pondrá el amo sobre su servidumbre para distribuirle la ración de trigo a su tiempo? Dichoso ese siervo a quien el amo, al llegar, lo encuentre haciendo así. En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes. Pero si ese siervo dijese en su corazón: Mi amo tarda en venir, y comenzase a golpear a sus siervos y siervas, a comer, beber, y embriagarse, llegará el amo de ese siervo el día que menos lo espere y a la hora que no sabe, y le mandará azotar y le pondrá entre los infieles. Ese siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no se preparó ni hizo conforme a ella, recibirá muchos azotes. El que, no conociéndola, hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos. A quien mucho se le da, mucho se le reclamará, y a quien mucho se le ha entregado, mucho se le pedirá.
Catena Aurea
San Teofilacto
42-43. La parábola antedicha se refiere en general a todos los fieles; pero oíd lo que os afecta a vosotros, apóstoles y doctores. Os pregunto, pues, ¿qué administrador hay que tenga en sí fidelidad y prudencia? Porque, así como en la administración de los bienes se pierden éstos si el administrador no es prudente, aunque sea fiel, o no es fiel, aunque sea prudente, así también es necesario fidelidad y prudencia en las cosas divinas. He conocido a muchos que, adorando a Dios y siendo fieles, no podían ocuparse con prudencia de asuntos religiosos y no solamente perdían los bienes, sino también las almas, tratando a los pecadores con un celo indiscreto, ya por preceptos inmoderados de penitencia, ya por una mansedumbre inoportuna.
Cualquiera, pues, que se encuentre fiel y prudente, presida a la familia del Señor para darle la medida de trigo en todo tiempo, ya sea por medio de la predicación con que el alma se alimenta, ya por medio del buen ejemplo por el que la vida se endereza.
44. «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente?» O bien, los pondrá sobre todos sus bienes, no sólo sobre su familia, sino sobre todas las cosas del cielo y de la tierra que someterá a su obediencia, como estuvieron Josué y Elías mandando el primero al sol y el segundo a las nubes, y todos los santos, como amigos de Dios, usan de todo lo que le pertenece. Todo el que practica la virtud y dirige perfectamente a sus siervos -es decir la ira y la concupiscencia-, ofreciéndoles la medida de trigo en todos los tiempos -esto es, de la ira, para que se indignen contra los que aborrecen al Señor y de la concupiscencia, para que usando de la carne en debida forma, la encaminen a Dios- quedará constituido sobre todo lo que Dios tiene y será digno de conocer con plena claridad todas las cosas.
45-46. Muchas veces por no pensar en nuestra última hora cometemos muchos pecados, porque si pensáramos que el Señor ha de venir y que nuestra vida ha de concluir pronto, pecaríamos menos. Por esto prosigue: «Pero si aquel siervo se dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse…»
El administrador infiel recibirá muy justamente el castigo de los infieles, porque careció de verdadera fe.
47-48. Aquí el Señor nos da a conocer algo más grande y terrible, puesto que no sólo el administrador infiel quedará privado de la gracia recibida para que nada pueda librarlo de los castigos, sino que más bien la mayor dignidad que alcanzó le servirá de condenación. Por esto sigue: «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes.»
Algunos objetan esto, diciendo: con razón es castigado todo aquel que, conociendo la voluntad del Señor, no la sigue. Pero, ¿por qué es castigado el que la desconoce? Porque habiendo podido conocerla no quiso, y por su pereza fue él mismo la causa de su ignorancia.
En seguida el Señor da a conocer por qué la pena que se imponga a los doctores y a los sabios será más intensa cuando dice: «A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.» A los doctores se concede la gracia de hacer milagros, pero se les confía la de la predicación y la enseñanza. Y no dice que se le pida más en lo que se le ha dado, sino en lo que se le ha confiado o depositado en él. Porque la gracia de la palabra necesita desarrollo y se pide al doctor más de lo que ha recibido. No debe, por tanto, estar ocioso, sino cultivar el talento de la palabra.
San Beda el Venerable
39-41. El Señor advertía dos cosas en esta parábola: primero, que El vendría de pronto; y segundo, que se debía estar preparado para recibirlo. Pero no se manifiesta claramente cuál de estas dos cosas preguntó San Pedro o si preguntó las dos a la vez, ni a quiénes se refería al decir todos cuando preguntó: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?» Y por tanto, cuando dice nosotros y todos, es de creer que habla de los apóstoles y de los que se les asemejaban y de los demás fieles, o de los cristianos y los infieles, o de los que van muriendo uno a uno recibiendo de buen o mal grado la venida de su juez y los que, cuando llegue el juicio universal estén aún vivos en la carne. Sería extraño que San Pedro dudase que deben vivir en la sobriedad, la piedad y la justicia los que aguardan la esperanza bienaventurada, o que hubiera de ser imprevisto el juicio de todos y el de cada uno. Por lo que sólo falta decir que, conociendo bien ambas cosas, preguntaba lo que podía ignorar, a saber: si la sublime enseñanza de la vida celestial, por la que había mandado vender los bienes, hacer bolsas que no envejeciesen, tener ceñidos los lomos y vigilar con las antorchas encendidas, se refería a los apóstoles y a sus semejantes, o a todos los que deben salvarse.
42-44. Tanta como sea la diferencia que hay entre los méritos de los que oyen bien y de los que enseñan bien, así será la diferencia de sus premios. Cuando el que ha de venir los encuentre vigilando, los hará sentarse a su mesa. Mas a los que encuentre administrando fiel y prudentemente, los colocará sobre todo lo que posee, es decir sobre todas las alegrías del reino de los cielos. No hará esto para que tengan solos el dominio de ellos, sino para que disfruten de su posesión eterna con mayor abundancia que los demás santos.
45-46. Observa que entre los defectos del siervo malo cuenta el de que cree que su señor tarda en volver; y entre las virtudes del bueno no cuenta que esperó que viniese pronto, sino solamente que le sirvió con fidelidad. Nada hay mejor que soportar con paciencia la ignorancia de lo que no podemos saber y entre tanto trabajemos para que se nos encuentre idóneos.
En este siervo se da a conocer la condenación de todos los superiores malos, quienes, menospreciando el temor de Dios, no sólo se entregan a la lujuria, sino que también llenan de injurias a los que tienen a sus órdenes. Aquí puede entenderse por maltratar a los siervos y criados el corromper los corazones de los débiles con el mal ejemplo: comer, beber y embriagarse, u ocuparse en los delitos y placeres mundanos que enloquecen al hombre. Acerca de su castigo añade: «Vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera (esto es, en la hora del juicio o de la muerte) y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.»
También puede entenderse que lo dividirá separándolo de la comunidad de los fieles y asociándolo a los que nunca pertenecieron a la fe. Por esto prosigue: «Y le dividirá y pondrá su parte con los desleales», porque el que no se cuida de los suyos y de sus domésticos niega la fe y es peor que el infiel, como dice el Apóstol (1Tim 5,8).
47-48. A veces se da mucho a algunas personas juntamente con el conocimiento de la voluntad de Dios y la facultad de cumplir lo que conocen, pero se encomienda mucho a aquél a quien se confía con su propia salud el cuidado de apacentar al rebaño del Señor. Por tanto, como son dotados de gracias más importantes, si faltan merecen mayor castigo. Y los que, fuera de la culpa original con la que vinieron al mundo, no cometan ningún pecado merecerán la menor de las penas. En cuanto a los demás que cometieron recibirán un castigo tanto más tolerable, cuanto menor fue aquí su iniquidad.
San Basilio el Grande
43. No dice obrando por casualidad, sino así haciendo. Porque no sólo conviene vencer, sino pelear convenientemente, lo que consiste en hacer cada cosa según se nos ha mandado. (in Cat. graec. Patr. ex Asceticis)
46. El cuerpo no se divide de modo que una parte sea entregada a los tormentos y la otra perdonada, porque no es racional ni justo que, delinquiendo el todo, sólo la mitad sufra la pena. Ni tampoco el alma puede dividirse, porque está unida totalmente a la conciencia culpable y ha cooperado con el cuerpo a obrar mal. Esta división del alma consiste en su perpetua separación del Espíritu. Ahora, pues, aun cuando la gracia del Espíritu no esté con los que no lo merecen, parece que en cierto modo los asiste esperando su conversión a la salud, hasta que se separare en absoluto del alma. El Espíritu Santo es, pues, tanto el premio de los justos como la primera condenación de los pecadores porque los indignos lo pierden. (In lib. de Spiritu Sancto, cap. 16)
47-48. Pero se dirá: Si éste sufre muchos castigos y aquél pocos, ¿por qué se dice que estos castigos no tendrán fin? Mas téngase en cuenta que aquí se habla, no de la medida de las penas o de su fin, sino de la diferencia entre ellas, porque alguno puede ser digno del fuego eterno más o menos intenso, y del gusano que ha de atormentar siempre con más o menos fuerza. (In Regulis brevioribus, ad interrogat. 267)
San Juan Crisóstomo, Homilía 77 sobre San Mateo.
«Estad a punto» (cf. Lc 12,47).
“Es a la hora que menos pensáis que vendrá el Hijo del hombre.” Jesús dice esto a los discípulos a fin de que no dejen de velar, que estén siempre a punto. Si les dice que vendrá cuando no lo esperarán, es porque quiere inducirlos a practicar la virtud con celo y sin tregua. Es como si les dijera: “Si la gente supiera cuando va a morir, estarían perfectamente preparados para este día”. Pero el momento del fin de nuestra vida es un secreto que escapa a cada hombre.
Por eso el Señor exige a su servidor, dos cualidades: que sea fiel, a fin de que no se atribuya nada de lo que pertenece a su señor, y que sea sensato, para administrar convenientemente todo lo que se le ha confiado. Así pues, nos son necesarias estas dos cualidades para estar a punto a la llegada del Señor. Porque mirad lo que pasa por el hecho de no conocer el día de nuestro encuentro con él: uno se dice: “Mi amo tarda en llegar”. El servidor fiel y sensato no piensa así. Desdichado, bajo pretexto de que tu Amo tarda ¿piensas que no va a venir ya? Su llegada es totalmente cierta. ¿Por qué, pues, no permaneces en tu puesto? No, el Señor no tarda en venir; su retraso no está más que en la imaginación del mal servidor.
San Fulgencio de Ruspe, Sermón 1: CCL 91A, 889.
«¿Quién es el administrador fiel y prudente?» (Lc 12,42).
Para precisar el papel que deben desempeñar los servidores que él ha puesto a la cabeza de su pueblo, el Señor dice esta frase que trae el Evangelio: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así». ¿Quién es este amo, hermanos míos? Sin duda alguna es Cristo que dijo a sus discípulos: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y hacéis bien porque lo soy» (Jn 13,13). ¿Y cuál es la gente de la casa de este amo? Evidentemente que es la que el mismo Señor ha rescatado de las manos del enemigo y que ha hecho de ella su propiedad. Esta gente de la casa es la Iglesia santa y universal que se extiende por el mundo con maravillosa fecundidad y se gloria de ser rescatada al precio de la sangre del Señor…
Si nos preguntamos por esta medida de trigo, san Pablo nos dice: «Es la medida de la fe que Dios os ha otorgado» (Ro 12,3). Lo que Cristo llama medida de trigo, Pablo dice medida de la fe, para enseñarnos que no hay otro trigo espiritual que el venerable misterio de la fe cristiana. Esta medida de trigo os la damos en nombre del Señor cada vez que, iluminados por el don espiritual de la gracia, os hablamos según la regla de la verdadera fe. Esta medida, la recibís por los administradores del Señor cada día que escucháis de boca de sus servidores la palabra de verdad. Que sea nuestro alimento esta medida de trigo que Dios nos distribuye. Sea el alimento de nuestra buena conducta para llegar a la recompensa de la vida eterna. Creamos en el que se da a sí mismo como alimento a nosotros para que no desfallezcamos en el camino, y que se reserva como nuestra recompensa para que encontremos el gozo en la patria. Creamos y esperemos en él; amémosle sobre todo y en todo. Porque Cristo es nuestro alimento y será nuestra recompensa. Cristo es el alimento y el consuelo de los viajeros en el camino; saciedad y exultación de los bienaventurados en su descanso.
Más, ¿quién es el administrador fiel y prudente? El apóstol Pablo nos lo enseña cuando, hablando de él mismo y de sus compañeros, dice: «Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador lo que se busca es que sea fiel» (1Co 4,1-2). Y para que nadie de entre nosotros piense que sólo los apóstoles han llegado a ser administradores o para que un servidor perezoso e infiel no abandone el combate espiritual y se ponga a dormir, el santo apóstol da a entender que también los obispos son administradores: «Porque el obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable» (Tit 1,7). Somos, pues, los servidores del Padre de familia, los administradores del Señor, y hemos recibido la ración de trigo para distribuirla entre vosotros.

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