jueves, 10 de noviembre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 


10 de noviembre
Lucas 9, 49-56
En aquel tiempo se acercó uno de los discípulos a Jesús y le dijo: Maestro, hemos visto a uno echar los demonios en tu nombre y lo detuve, porque no te sigue con nosotros. Le contestó Jesús: No lo detengas, pues el que no está contra vosotros, está con vosotros. Estando para cumplirse los días de su ascensión, se dirigió resueltamente a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que en su camino entraron en una aldea de samaritanos para prepararle albergue. No fueron recibidos, porque iban a Jerusalén. Viéndolo los discípulos, Santiago y Juan dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que los consuma? Volviéndose Jesús, los reprendió, y se fueron a otra aldea.
Catena Aurea:
San Cirilo de Jerusalén
51 Cuando llegó el tiempo en que convenía que el Señor subiese a los cielos, una vez terminada su pasión, determinó ir a Jerusalén. Por lo que dice: «Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén».
52 Envió delante de sí mensajeros, para que preparasen alojamiento para Él y a sus discípulos, los cuales, habiendo ido a tierra de samaritanos, no fueron recibidos. Por lo que prosigue: «Y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada…».
53-54 «Pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén…» El Señor que sabe todas las cosas antes de que sucedan, sabía que sus emisarios no habían de ser recibidos por los samaritanos. Sin embargo, les mandó que fuesen, porque acostumbraba hacer todas las cosas para instrucción de sus discípulos. Subía a Jerusalén cuando se aproximaba el tiempo de su pasión; y para que no se escandalizasen cuando le vieran padecer, considerando que también ellos debían ser pacientes cuando los ultrajasen, hizo preceder, como cierto preludio, la repulsa de los samaritanos. Y los instruyó de otro modo; habían de ser los doctores del mundo y habían de recorrer las ciudades y aldeas predicando la doctrina evangélica; y les habría de ocurrir que algunos no recibiesen la sagrada predicación, como no permitiendo que Jesús permaneciese con ellos. Les enseñó, pues, que cuando anunciasen la celestial doctrina, debían estar llenos de paciencia y mansedumbre, no demostrarse hostiles, ni iracundos, ni vengativos contra sus perseguidores. Pero aún no estaban dispuestos para ello, e incitados por un celo indiscreto, querían que bajase fuego del cielo sobre ellos. Prosigue: «Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?».
San Beda el Venerable
51 «Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» Cesen, pues, los paganos de insultar como hombre crucificado a Aquél que previó ciertamente (como Dios) el tiempo de su crucifixión y que ha venido Él mismo (como para ser crucificado voluntariamente) al lugar donde había de ser crucificado, con semblante firme, esto es con intención decidida y resuelta.
53 «Pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén» Ven que va a Jerusalén y los Samaritanos no reciben al Señor; pues los judíos no se comunican con los samaritanos, como dice San Juan (Jn 4).
54 «Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»» Muchos santos, sabiendo que la muerte que separa el alma del cuerpo no debe temerse, castigaron con la pena de muerte algunos pecados. Con lo cual buscaban infundir miedo útil a los vivos, y a los que eran castigados con la muerte, ésta les era menos funesta que el pecado que podría aumentarse si viviesen.
55 «Pero volviéndose, les reprendió» Reprendió el Señor en ellos, no el ejemplo de un profeta santo, sino la ignorancia de vengarse que había en ellos, rudos aún, haciéndoles ver que no deseaban la enmienda por amor, sino la venganza por odio. Así es que, a pesar de haberles enseñado lo que era amar al prójimo como a sí mismo, e infundiéndoles también el Espíritu Santo, no faltaron tales venganzas, aunque fueron mucho más raras que en el antiguo Testamento. Por ello prosigue: «El Hijo del hombre no había venido a perder las almas, sino a salvarlas»; como diciendo: Y vosotros, pues, que lleváis el sello de su espíritu, imitad también sus acciones, ahora obrando bien y después juzgando con rectitud.
San Ambrosio de Milán
53 «Pero no le recibieron…» Observa que no quiso ser recibido por aquellos que no eran sencillos de corazón. Porque si hubiese querido, de indevotos los hubiese vuelto devotos. El Señor llama a los que quiere y hace religioso a quien le place. El Evangelista dice por qué no lo recibieron: «Porque tenía intención de ir a Jerusalén».
54 «Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»» Sabían que Finees fue tenido por justo cuando mató a unos sacrílegos (cf. Núm 15,7ss.; Sal 105,30ss), y que por los ruegos de Elías había bajado fuego del cielo, con el que quedó vengada la injuria del Profeta (cf. 1Re 18,38).
54 «Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»» Aunque sea vengado el que teme, el que no teme no busca la venganza. Además, se nos da a conocer que los apóstoles tenían los méritos de los profetas, cuando presumen que su petición tendrá derecho al poder que mereció el profeta; por ello presumen, con razón, que a su súplica bajaría fuego del cielo, puesto que son hijos del trueno.
55 El Señor no se indignó contra ellos para manifestar que la verdadera virtud no es vengativa y que no hay verdadera caridad allí donde existe la ira. No debe repudiarse la flaqueza humana, sino que debe ser confortada; la indignación debe estar muy distante de los que profesan la religión. Lejos de los que tienen un alma grande el deseo de la venganza. Y prosigue: «Pero volviéndose, les reprendió».
No siempre conviene castigar al que obra mal, porque en ocasiones aprovecha más la clemencia. A ti para la paciencia y al reo para la corrección. Por último, los samaritanos, de quienes ahora aparta el fuego, creyeron más pronto.
San Agustín de Hipona, Meditaciones, c. 18
El camino hacia Jerusalén
El peso de nuestra fragilidad hace que nos inclinemos del lado de las realidades de aquí abajo; el fuego de tu amor, Señor, nos eleva y nos lleva hacia las realidades de allá arriba. Subimos hasta ellas por el impulso de nuestro corazón, cantando los salmos de la subida. Quemamos con tu fuego, el fuego de tu bondad; es él el que nos transporta.
¿Adónde nos haces subir de esta manera? Hacia la paz de la Jerusalén celestial. «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor» (Sal 121,1). Tan sólo el deseo de permanecer allí eternamente puede hacernos llegar hasta ella. Mientras estamos en nuestro cuerpo caminamos hacia ti. Aquí abajo no tenemos ciudad permanente; buscamos sin cesar nuestra morada en la ciudad futura (Hb 13,14). Que tu gracia, Señor, me conduzca hasta el fondo de mi corazón para cantar allí tu amor, a ti mi Rey y mi Dios… Acordándome de esta Jerusalén celestial, mi corazón subirá hasta ella: hacia Jerusalén mi verdadera patria, Jerusalén mi verdadera madre (Gal 4,26). Tú eres su Rey, su luz, su defensor, su protector, su pastor; tú eres su gozo inalterable; tu bondad es la fuente de todos sus bienes inexpresables… -tú, mi Dios y mi divina misericordia.
Bernabé, Epístola, Cap. V, 10-14,
“Si no hubiera venido en la carne, ¿Cómo podrían los hombres permanecer vivos mirándolo, ya que no pueden mirar con los ojos abiertos los rayos del sol, que es obra de sus manos, y que ha de dejar de ser? Por tanto, el Hijo de Dios para esto vino en la carne para colmar la medida de los pecados de aquellos que persiguieron a muerte a sus profetas. Así que por esto sufrió. Porque Dios dice que de ellos sale la herida de su cuerpo: cuando golpean a su pastor, entonces perecerán las ovejas del rebaño. Él mismo quiso sufrir así que tuvo que sufrir sobre el madero. El Profeta que profetizó de Él dice: “Libra mi alma de la espada”; y en otro lugar: “Traspasaron mi cuerpo, porque las asambleas de los impíos se levantaron contra mí.”
San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, Libro IX, Introducción,
Porque la medida del amor es grande. De este modo, es propio que aquéllos que han decidido amar se den a conocer en todas partes y a través de todo que son discípulos de Cristo: adornándose con la corona del amor y usándola como un signo de este hecho de amarse unos a otros. Y esto lo mostraré brevemente. Porque si alguno de nosotros es artesano en cosas de bronce o en telas, ¿no se considerará, y aún muy claramente, que fue aprendiz de un artesano maestro en estas artes? ¿Y quién es un obrero en los edificios no mostrará, por el hecho de que puede construir bellamente, que tuvo un maestro en la construcción? Del mismo modo, pienso, los que han realizado el poder del amor hacia Dios dan a conocer sin dificultad que fueron discípulos del Amor, o de Cristo, que tiene en Él el amor supremo. Porque la amó tanto que dio su vida por ella (I Juan 4, 10); (...) Él mismo, diciendo a sus discípulos: Nadie tiene mayor amor que éste, que da su alma por sus amigos (Juan 15, 13)."

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