jueves, 17 de noviembre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 





Jueves XIII después de Pentecostés
Lucas 11, 14-23
En aquel tiempo Jesús expulsó un demonio de un hombre enfermo que estaba mudo, y así que salió el demonio, el mudo habló. Las muchedumbres se admiraron, pero algunos de ellos dijeron: Por el poder de Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa Éste los demonios; otros, para tentarle, le pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo su pensamiento, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo será devastado, y caerá casa sobre casa. Si, pues, Satanás se halla dividido contra sí mismo, ¿Cómo se mantendrá su reino? Puesto que decís que por poder de Belcebú expulso yo los demonios. Si yo expulso a los demonios por Belcebú, vuestros hijos, ¿por quién los expulsarán? Por esto ellos mismos eran vuestros jueces. Pero, si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte bien armado guarda su palacio, están seguros sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá su botín. El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama.

Simeón el Nuevo Teólogo, 27 : SC 113,116-118
«El que no recoge conmigo, desparrama» (Lc 11, 23)
Los que son amigos de Dios y le aman, los que lo poseen en su interior como un tesoro inviolable, acogen los insultos y las humillaciones con una alegría y una felicidad indecibles (Mt 5,10-12). Rebosan amor y un amor sincero hacia los que les hacen sufrir todo esto, como bienhechores... El que no conoció caída alguna, el Señor Jesús nuestro Dios, fue golpeado, para que los pecadores que le imitan no sólo reciban el perdón, sino que lleguen a participar de su divinidad por su obediencia. El que no acepta las afrentas con humildad de corazón, el que se avergüenza de imitar los sufrimientos de su Maestro, entonces, también Cristo se avergonzará de él, en presencia de los ángeles (Lc 9,26)
Fue abofeteado, cubierto de escupitajos, crucificado: estremeceos, hombres, temblad, y soportad también vosotros con alegría los insultos que Dios sufrió por nuestra salvación. Dios recibe una bofetada del último de sus siervos (Jn 18,22) para darte un ejemplo de victoria; ¿y tú no aceptas el mismo tratamiento por parte de uno de tus semejantes? Si te avergüenzas de llegar a ser imitador de Dios, ¿cómo reinarás con él? Si, esperándolo, no eres paciente en las vejaciones, ¿Cómo serás glorificado con él en el Reino de los cielos?

San Cipriano de Cartago
«El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama» (Lc 11,23)
Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre. El Señor nos lo advierte cuando dice: «Quien no está conmigo está contra mí, quien no recoge conmigo, desparrama.» El que rompe la paz y la concordia de Cristo actúa contra Cristo. El que recoge fuera de la Iglesia, desparrama la Iglesia de Cristo.
El Señor dice: «El Padre y yo somos uno.» (Jn 10,30) Está escrito, a propósito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: «... los tres están de acuerdo.» (cf 1Jn 5,7) ¿Quién, a partir de aquí, creerá que la unidad que tiene su origen en esta armonía divina, pueda ser rota en pedazos en la Iglesia...por conflictos de la voluntad? El que no observa esta unidad no observa la ley de Dios ni la fe en el Padre ni en el Hijo; no obtendrá ni la vida ni la salvación.
Este sacramento de la unidad, este lazo de concordia en una cohesión indisoluble se nos muestra en el evangelio por la túnica del Señor. No puede ser dividida ni rota, sino que echarán la suerte para saber a quién le toca revestirse de Cristo. (cf Jn 19,24)... Es el símbolo de la unidad que viene de arriba.

Orígenes, Sobre Josué, 15, 1-4: SC 71, 331-345
«Estaba Jesús echando un demonio mudo» (Lc 11,14)
En la guerra contra los moabitas y amonitas, Josué [que lleva el mismo nombre que Jesús] «mató a todos los reyes con la espada» (Jos 11,12). Estábamos todos «bajo el domino del pecado» (Ro 6,12); todos, todos estábamos bajo el dominio de las malas pasiones. Cada uno mantenía en sí un rey particular que reinaba en él y le dominaba. Por ejemplo, a uno le dominaba la avaricia, a otro el orgullo, a otro la mentira; a uno le dominaban las pasiones carnales, otro sufría el reino de la cólera. Había, pues, en cada uno de nosotros y antes de tener fe, un reino de pecado.
Pero cuando vino Jesús, mató a todos los reyes que detentaban en nosotros los reinos del pecado, y nos enseñó a matarlos a todos sin dejar escapar a ninguno. Si se conserva en vida, aunque sea uno tan sólo, no se podrá pertenecer al ejército de Jesús. Porque el Señor Jesús nos ha purificado de toda clase de pecado; los ha destruido a todos. En efecto, todos «nosotros con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros» (Tit 3,3), con todas las clases de pecados que se encontraban en los hombres antes de creer. Es muy verdadero decir que Jesús mató a todos los que salían para armar guerra; porque no hay pecado tan grande que Jesús no pueda poner sus pies encima, él que es el Verbo y la «Sabiduría de Dios» (1Co, 1,24). Él triunfa de todo, es vencedor de todo.
¿No creemos que todos los pecados, cualesquiera que sean, son echados fuera de nosotros cuando venimos al bautismo? Es lo que dice el apóstol Pablo quien después de haber enumerado todas las clases de pecados, añade finalmente: «Así erais algunos. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios» (1Co 6,11).
Si las guerras (del Antiguo Testamento) no fueran símbolo de las guerras espirituales, pienso que nunca los libros históricos de los judíos se hubieran transmitido a los discípulos de Cristo que ha venido para traer la paz. Nunca los hubieran transmitido los apóstoles como lectura pública en las asambleas. ¿Para qué servirían tales descripciones de guerras a aquéllos que oyen a Jesús que dice: «La paz os dejo, mi paz os doy», (Jn 14,27) a aquéllos a quienes manda Pablo: «No os toméis la justicia por vuestra mano.»? (Ro 12,19) y «¿No sería preferible soportar la injusticia y permitir ser despojados?» (1Cor 6,7)
Pablo sabe muy bien que ya no tenemos que ganar batallas materiales, sino que hay que luchar con gran esfuerzo en nuestra alma contra nuestros adversarios espirituales. Como un jefe de ejército, nos da este precepto a los soldados de Cristo: «Revestíos de las armas que Dios os ofrece para que podáis resistir a las asechanzas del diablo.» (Ef 6,11) Y para poder aprovecharnos de los ejemplos de nuestros antepasados en las guerras espirituales, quiso que sea leído en la asamblea el relato de sus hazañas. Así, si somos hombres espirituales, nosotros que sabemos que la ley es «espiritual» (cf. Ro 7,14) nos acercamos en estas lecturas a las realidades espirituales en términos espirituales. (cf. 1Cor 2,13) Así contemplamos a través de estas naciones que atacaron materialmente al pueblo de Israel, el poder de las «naciones espirituales» enemigas interiores, los espíritus malos que están en el aire (cf. Ef 6,12) que levantan las guerras contra la Iglesia del Señor, el nuevo Israel.

San Basilio el Grande, Homilías y discursos, Homilía IX, IX-X.
Se le llama Satanás porque se opone al bien. Tiene este significado en lengua hebrea, como sabemos por los Libros de los Reyes: Y el Señor hizo surgir un satanás contra Salomón levantó a Hader, el Idumeo (III Reyes, 11,14). Se le llama diablo porque es a la vez cómplice de nuestro pecado y acusador; se regocija en nuestra pérdida, pero también denuncia nuestras obras. Su naturaleza es incorpórea, según las palabras del apóstol: Nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra los (…) espíritus del mal (Ef 6,12). Su oficio es el de un líder, también según las palabras del apóstol: Nuestra lucha es contra los príncipes, contra los maestros de esta oscuridad (Ef 6, 2). El lugar donde se asienta su regla es el aire, como dice el mismo apóstol: Según el gobernante de la potestad del aire, del espíritu que ahora opera en los hijos de la desobediencia (Ef 2,2). Por eso también se le llama el soberano del mundo, porque su dominio se ejerce alrededor de la tierra. Así dice el Señor: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera (Jn 12,31); y otra vez: Viene el príncipe de este mundo, y nada hallará en mí (Jn 14,30). Pero porqué del ejército del diablo se dijo que son espíritus del mal en los lugares celestiales (Ef 6,12), se ha de saber que la Escritura suele llamar cielo al aire, como en los siguientes textos: Las aves del cielo (Mt 6, 26) y: Asciende a los cielos (Sal 106, 26), es decir, asciende a las regiones más altas del aire. Por eso también el Señor vio a Satanás caer del cielo como un rayo (Lc 10, 18)

No hay comentarios: