lunes, 28 de noviembre de 2022

¿CÓMO SE PUEDE SALVAR UN LAICO? San Paisi (Velichkovsky) de Neamnt

 



Os aconsejo que leáis con más diligencia las Divinas Escrituras y las enseñanzas de nuestros Santos Padres Teóforos, a quienes por la gracia del Santísimo Espíritu les ha sido dado comprender los misterios del Reino de Dios, es decir, el verdadero significado de la Sagrada Escritura. En su enseñanza iluminada por el espíritu, encontrarás todo lo que necesitas para la salvación. Y yo, pecador, según mi débil mente, respondo a tu pregunta:

El Dios Misericordioso obra nuestra salvación por la fe ortodoxa, las buenas obras y Su gracia. La fe ortodoxa es la que lleva la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica; sin esta fe ortodoxa, nadie puede salvarse. Las buenas obras son los mandamientos del Evangelio, que, junto con la fe, son también necesarias para que cualquiera se salve. La Fe Ortodoxa sin buenas obras está muerta, y las buenas obras sin fe también están muertas. Aquellos que desean la salvación deben tener ambos juntos: tanto la Fe Ortodoxa con buenas obras como las buenas obras con la Fe Ortodoxa; y entonces, con la ayuda de la gracia de Dios, que favorece nuestras buenas obras, serán salvos según la palabra de Cristo, que dice: Separados de mí nada podéis hacer (Jn 15,5).

Y se ha de saber que Cristo Salvador, nuestro Dios verdadero, que quiere que todos los hombres se salven, ha establecido como ley las buenas obras, es decir, sus mandamientos salvadores del Evangelio, por igual para todos los cristianos ortodoxos, tanto monjes como laicos que conviven con sus esposas e hijos, y exige de todos los cristianos ortodoxos su más diligente cumplimiento, porque sus santos mandamientos no exigen grandes trabajos corporales, sino sólo la buena dispensación del alma: El yugo de sus santos mandamientos es fácil y la carga de cumplirlos es luz para ellos (Mt. 11:30).

Los santos mandamientos de Cristo, con la gracia de Dios, pueden ser cumplidos fácilmente por cualquier cristiano ortodoxo, cualquiera que sea su rango, sexo o edad: tanto los jóvenes como los ancianos, los sanos y los enfermos, si tan sólo tienen una buena disposición del alma. Por tanto, los que los transgredan y no se arrepientan serán condenados al tormento eterno junto con los demonios en la segunda venida de Cristo.

Los mandamientos del Santo Evangelio, especialmente los principales, son tan necesarios para la salvación que, si nos falta uno solo de ellos, nuestra alma no se salvará. Estos son los mandamientos sobre el amor a Dios y al prójimo, la mansedumbre y la humildad, la paz con todos y la paciencia, perdonar de corazón a los demás, no condenar a nadie, no tener odio, amar a los enemigos, dar limosnas espirituales y corporales en todo lo que podamos, y obligándonos con toda diligencia a cumplir todos los demás mandamientos de Cristo que están escritos en el Santo Evangelio.

Y, sobre todo, amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra mente, y amar al prójimo como a nosotros mismos; e imitando la mansedumbre de Cristo, luchar contra la pasión de la ira hasta derramar (la propia) sangre en la lucha.

Vivir en paz con todos es tan necesario que el Señor se vio en la necesidad de repetirlo más de una vez a sus santos discípulos y apóstoles: Paz a vosotros (Lc 24,36); La paz os dejo, mi paz os doy (Jn. 14:27). Y donde está la paz de Cristo, allí está Cristo mismo; pero si no hay paz en el alma, entonces Cristo no está allí.

La paciencia también es necesaria para la salvación. Cristo dice: En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Lc. 21:19). Y es necesario perseverar no sólo por un tiempo, sino hasta la misma muerte: El que persevere hasta el fin, ése será salvo (Mt. 10:22).

El que de todo corazón perdona las ofensas de su prójimo, recibirá de Dios el perdón de sus ofensas. El que no condena a su prójimo no será condenado por Dios. El que desea la salvación debe guardar también todos los demás mandamientos del Evangelio como tesoro de su corazón.

Y la humildad, que es el fundamento de todos los mandamientos del Evangelio, es tan necesaria para la salvación como la respiración para la vida. Como es imposible vivir sin respirar, así es imposible salvarse sin humildad. Los Santos de Dios se salvaron de varias maneras, pero ninguno se salvó sin humildad, lo cual sería imposible.

Por lo tanto, quien quiera salvarse debe considerarse de todo corazón pecador ante Dios, el más pecador de los hombres, peor que cualquier criatura de Dios; debe considerarse a sí mismo como polvo y cenizas, y en lo más recóndito de su corazón, debe reprocharse a sí mismo por todo, y culparse solo a sí mismo por cada uno de sus pecados.

Así, cumpliendo todos los mandamientos evangélicos con humildad de corazón, ofreciendo frecuentemente a Dios una oración con el corazón quebrantado para el perdón de sus pecados, el hombre es tenido por digno de la misericordia de Dios y del perdón de los pecados; La gracia de Dios lo visita, y sin duda será salvado por la misericordia de Dios.

Además, un cristiano ortodoxo también debe observar los mandamientos de la Iglesia como se establece en el libro de la Confesión Ortodoxa, pues también son necesarios para la salvación. El Sacramento de la Confesión consiste en arrepentirse de los pecados ante Dios, desecharlos y tener el firme propósito de, con la ayuda de Dios, no volver nunca más a ellos. Entonces, ante tu padre espiritual, como ante Dios mismo, confiesa todos tus pecados y recibe de él la absolución de los mismos.

Debemos prepararnos para comulgar de los Misterios Divinos con el ayuno, la tierna y sincera confesión de nuestros pecados, por la plena reconciliación con todos, leyendo toda la regla de la Iglesia en el tiempo señalado según la costumbre cristiana, y procediendo a la Sagrada Comunión con temor y temblor, con fe y amor, con la reverencia debida al único Dios.

Puedes encontrar las instrucciones más completas sobre cómo comportarse en la familia y sobre otros deberes cristianos en los escritos inspirados por Dios de San Juan Crisóstomo y otros hombres santos, pues el mismo Dios nos ilumina cuando leemos sus libros con la debida atención.

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