miércoles, 16 de noviembre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA






Miércoles XXIII después de Pentecostés
Lucas 11, 9-13
En aquel tiempo dijo el Señor a sus discípulos: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá; porque quien pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si el hijo le pide un pan, le dará una piedra? ¿O, si le pide un pez, le dará, en vez del pez, una serpiente? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

San Macario el Grande, Homilía 16, 3ª colección.
«¡Cuánto más vuestro Padre celestial os dará el Espíritu Santo!» (Lc 11,13).
Para obtener el pan para el cuerpo, el mendigo no experimenta ninguna dificultad para llamar a puerta y pedir; si no lo recibe, entra más adentro y sin enfado por el pan, pide vestidos o sandalias para aliviar su cuerpo. Mientras no recibe algo, no se va, aunque se le eche. Nosotros, que buscamos el pan celeste y verdadero para fortalecer nuestra alma, que deseamos revestir los hábitos celestiales de luz y aspiramos a calzar las sandalias inmateriales del Espíritu para consuelo del alma inmortal, cuánto más debemos, incansable y resolutamente, con fe y amor, siempre pacientes, llamar a la puerta espiritual de Dios y pedir, con una constancia perfecta, ser dignos de la vida eterna.
Es así que el Señor “propuso una parábola para explicar cómo tenían que orar siempre sin desanimarse” (Lc 18,1) y después añadió estas palabras: “Cuanto más vuestro Padre celestial hará justicia a los que le piden día y noche” (v. 6). Y además, refiriéndose al amigo: “Si no es por ser amigo que se lo da, se levantará a causa de su insistencia y le dará todo lo que tenga necesidad”. Y añade entonces: “Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre”. Y prosigue: “Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial os dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!” Es por esto que el Señor nos exhorta a pedir siempre, incansablemente y con tenacidad, a buscar y llamar continuamente: porque él ha prometido dar a los que piden, buscan y llaman, no a los que no piden nunca. Él quiere darnos la vida eterna siendo rogado, suplicado y amado.

San Rábano Mauro, abad. Tres libros a Bonosio, libro 3,4 : PL 112, 1306.
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«Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas…» (Lc 11,13).
No debes desconfiar de Dios ni desesperar de su misericordia… Canta al Señor estas palabras del profeta: «Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia. Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios (Sl 122, 2-3). Si estamos saturados de desprecio y cubiertos de ultrajes por numerosos pecados, nuestros ojos deben, sin embargo, seguir mirando al Señor nuestro Dios hasta que se apiade de nosotros. En efecto, es propio del alma constante y tenaz no dejarse apartar de la perseverancia en la oración por desesperar de ser escuchada, sino que persiste incansablemente en la oración hasta que Dios le hace misericordia.
Y para que no se te ocurra pensar que ofendes al Señor por seguir importunándole con tus oraciones cuando no mereces ser oído, recuerda la parábola del Evangelio; en ella descubrirás que los que oran a Dios con importuna perseverancia le son agradables, pues dice: «Si no se levanta a dárselo por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite» (Lc 11,8). Comprende, pues, que el diablo es quien nos sugiere desesperar de ser escuchados, a fin de que se nos retire esta esperanza en la bondad de Dios, que es el ancla de nuestra salvación, el fundamento de nuestra vida, el guía del camino que conduce al cielo. El Apóstol dice: «En esperanza fuimos salvados» (Rm 8, 24).

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo, homilía XIX, IV.
Por tanto, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mateo 6, 9). Veis que inmediatamente despertó la atención de los oyentes, recordando incluso, a través de la primera palabra de la oración, todos los beneficios de Dios. El que llama a Dios Padre, por este único nombre, ha dado testimonio: el perdón de los pecados, el levantamiento de la pena, la justicia, la santidad, la redención, la herencia, la adopción como hermano con el Unigénito, la dádiva del Espíritu. No es posible llamar a Dios Padre, si no has adquirido todas estas cosas buenas. Cristo, pues, hace sabia la atención de sus oyentes por dos cosas: por la dignidad de aquel a quien llaman Padre, y por la grandeza de los bienes que disfruta. Cuando dice: Que estás en los cielos, no lo dice para encerrar a Dios en los cielos, sino para quitar de la tierra al que ora, y elevarlo a las alturas. A través de estas palabras, nos enseña también a orar comunitariamente por todos nuestros hermanos. No dijo: Padre mío que estás en los cielos, sino: Padre nuestro, mandándonos a elevar oraciones por todas las personas y nunca a perseguir nuestro propio beneficio, sino siempre el beneficio de nuestro prójimo. Con esto destruye la enemistad, destruye el orgullo, destierra la envidia, engendra el amor, la madre de todos los bienes, destierra la desigualdad entre los hombres, muestra que el rey y los pobres tienen el mismo honor, porque todos participamos en común de los mayores y más necesarios bienes. Que daño tenemos en nuestro origen inferior, cuando, en nuestro origen superior, todos somos iguales, nadie tiene algo más que otro, ni el rico más que el pobre, ni el amo más que el siervo, ni el señor más que el súbdito, ni el emperador más que el soldado, ni el filósofo más que el bárbaro, ni el sabio más que el necio. A todos se nos ha dado la misma nobleza, haciéndonos a todos igualmente dignos de llamar a Dios: Padre.

San Cipriano, A Donatus, XV.
“Orad y leed regularmente (las Sagradas Escrituras); así hablas con Dios y Dios contigo. Que os forme, que os eduque en el espíritu de sus enseñanzas. A quien Él ha enriquecido nadie empobrecerá. El alma que se festeja con el manjar celestial ya no puede faltar.

Orígenes, Sobre la oración, Introducción, XXVII, 1-4.
Como algunos piensan que aquí se nos dice que oremos por el pan de la carne, es apropiado que en lo que sigue corrijamos esta opinión errónea y expongamos la verdad acerca del pan de la carne. Debemos preguntarles: ¿Cómo puede mandarnos tal cosa el que nos ha pedido que oremos por cosas grandes y celestiales? Como si hubiera olvidado lo que nos enseñó en otro tiempo, ¿Ahora nos pide que oremos a Dios por cosas terrenales e insignificantes?
(...) Y Mi Padre, dice, os dará el verdadero pan (Juan 6, 32) del cielo, porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. El verdadero pan es el que alimenta al verdadero hombre, el construido a imagen de Dios, elevándolo y haciéndolo semejante al Creador. ¿Qué es más adecuado para el alimento del alma que la Palabra? ¿O qué puede ser más precioso para una mente comprensiva que la sabiduría de Dios? ¿Y qué puede ser más deseable para un ser racional que la verdad?
Sin embargo, si alguien objetara, diciendo que Cristo no nos habría enseñado a orar por nuestro pan de cada día, entonces escuchen cómo también se habla en el Evangelio según Juan otra vez como si el pan fuera Él mismo: Moisés les dio el maná, pero mi Padre os dará el verdadero pan del cielo (Juan 6, 32). En otra ocasión, sin embargo, le pidieron: Danos siempre este pan (Juan 6, 34). Habla de sí mismo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre y el que en mí cree, no tendrá sed jamás (Juan 6, 35). Y un poco después: Yo soy el Pan vivo, bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que daré por la vida del mundo es mi cuerpo (Juan 6, 51).
Y porque a cualquier alimento se le llama pan en las Escrituras, (...) así mismo la palabra que significa alimento es diversa y variada, porque no todos pueden ser alimentados con las duras y severas enseñanzas divinas.

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