viernes, 4 de noviembre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

Lucas 9, 12-18

 

En aquel tiempo, acercándose los Doce a Jesús, le dijeron: Despide a la muchedumbre, para que vayan a las aldeas y alquerías de alrededor, donde se alberguen y encuentren alimentos, porque aquí estamos en el desierto. Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos le dijeron: No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos a comprar provisiones para todo este pueblo. Porque eran unos cinco mil hombres. Y dijo a sus discípulos: Hacedlos recostarse por grupos de cincuenta. Lo hicieron así, diciéndoles que se recostasen todos, y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, los bendijo y se los dio a los discípulos para que los sirviesen a la muchedumbre. Comieron, se saciaron todos y se recogieron de las sobras doce cestos de trozos de pan. Aconteció que, orando él a solas, estaban con Él sus discípulos.

 

San Juan Crisóstomo, Homilías a la I Carta a los Corintios, Homilía IV.

«Comieron todos y se saciaron» (Lc 9,17)

Cristo nos dio su carne para saciarnos, invitándonos a una amistad cada vez más íntima. Acerquémonos, pues, a Él con fervor y con una ardiente caridad, y no incurramos en castigo. Pues cuanto mayores fueren los beneficios recibidos, tanto más gravemente seremos castigados si nos hiciéramos indignos de tales beneficios.

Los Magos adoraron también este cuerpo recostado en un pesebre. Y siendo hombres irreligiosos y paganos, abandonando casa y patria, recorrieron un largo camino, y al llegar, lo adoraron con gran temor y temblor. Imitemos al menos a estos extranjeros nosotros que somos ciudadanos del cielo. Ellos se acercaron efectivamente con gran temor a un pesebre y a una gruta, sin descubrir ninguna de las cosas que ahora te es dado contemplar: tú, en cambio, no lo ves en un pesebre, sino sobre un altar; no contemplas a una mujer que lo tiene en sus brazos, sino al sacerdote que está de pie en su presencia y al Espíritu, rebosante de riqueza, que se cierne sobre las ofrendas. No ves simplemente, como ellos, este mismo cuerpo, sino que conoces todo su poder y su economía de salvación, y nada ignoras de cuanto él ha hecho, pues al ser iniciado, se te enseñaron detalladamente todas estas cosas. Exhortémonos, pues, mutuamente con un santo temor, y demostrémosle una piedad mucho más profunda que la que exhibieron aquellos extranjeros para que, no acercándonos a él temeraria y desconsideradamente, no se nos tenga que caer la cara de vergüenza.

Digo esto no para que no nos acerquemos, sino para que no nos acerquemos temerariamente. Porque, así como es peligroso acercarse temerariamente, así la no participación en estas místicas cenas significa el hambre y la muerte. Pues esta mesa es la fuerza de nuestra alma, la fuente de unidad de todos nuestros pensamientos, la causa de nuestra esperanza: es esperanza, salvación, luz, vida. Si con este bagaje saliéramos de aquel sacrificio, con confianza nos acercaríamos a sus atrios sagrados, como si fuéramos armados hasta los dientes con armadura de oro.

¿Hablo quizá de cosas futuras? Ya desde ahora este misterio te ha convertido la tierra en un cielo. Abre, pues, las puertas del cielo y mira; mejor dicho, abre las puertas no del cielo sino del cielo de los cielos, y entonces contemplarás lo que se ha dicho. Todo lo que de más precioso hay allí, te lo mostraré yo aquí yaciendo en la tierra. Pues, así como lo más precioso que hay en el palacio real no son los muros ni los techos dorados, sino el rey sentado en el trono real, así también en el cielo lo más precioso es la persona del Rey.

Y la persona del Rey te es dado contemplarla ya ahora en la tierra. Pues no te presento a los ángeles, ni a los arcángeles, ni a los cielos, ni a los cielos de los cielos, sino al mismo Señor de todos ellos. ¿Te das cuenta cómo en la tierra contemplas lo que hay de más precioso? Y no solamente lo ves, sino que además lo tocas; y no sólo lo tocas, sino que también lo comes; y después de haberlo recibido, te vuelves a tu casa. Purifica, por tanto, tu alma, prepara tu menté a la recepción de estos misterios.

 

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo, homilía LXIX, III.

"¿Quién pone los cimientos en un campo de batalla? ¡Nadie! Por el contrario, si alguien intentara hacer tal cosa, sería asesinado como traidor. ¿Quién compra acres de tierra en un campo de batalla? ¿Quién hace negocios? ¡Nadie! Y con razón. ¡Has venido a pelear, se te puede decir, no a regatear! ¿Por qué te afanas en un lugar del que te irás después de un tiempo? ¡Haz esto cuando volvamos al país! Estas palabras también os las digo ahora: Haced esto cuando vayamos a la ciudad alta. Pero, mejor dicho, ahí no tienes que preocuparte; El Rey celestial hará todo por ti. (...) Así deben vivir los cristianos. Vivir como viajeros de paso en la tierra, haciendo la guerra al diablo y liberando a los que él tenía cautivos;

 

San Gregorio de Nisa, Sobre el Padrenuestro, Homilía IV.

Pide el Pan de vida. Con esto la naturaleza te ha hecho deudor del cuerpo. Y todo lo que ha brotado encima, a través de las invenciones de aquéllos que se entregan a los placeres, son malas hierbas añadidas a la semilla. La simiente del dueño de la casa es el trigo, y del trigo se hace pan. Y los placeres son la cizaña sembrada por el enemigo, junto al trigo. Pero las personas, dejando el servicio de la naturaleza por las cosas de necesidad, verdaderamente se ahogan, como dice la Palabra en alguna parte, afanándose en las cosas vanas y quedando infructuosas, ocupándose siempre su alma en ellas.

 

San Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de San Juan, Libro III, Cap. IV.

No os afanéis diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? (Mateo 6, 31), considerando que el alma es mayor que el alimento, y el cuerpo mayor que el vestido, porque son más honorable que el que cuidamos".

No hay comentarios: