martes, 8 de noviembre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA



8 de noviembre

Lc 9, 23-27

 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quisiere salvar su vida, la perderá; pero quien quisiere perder su vida por amor de mí, la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena? Porque quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos ángeles. En verdad os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte antes que vean el reino de Dios.

 

Teodoro de Mopsuestia, Sobre el Evangelio de San Juan, 116, 171-172

 «Si alguien quiere servirme, que me siga» (Jn 12,26)

 «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado» (Jn 12,23). Se acerca la hora, dice Jesús, en que seré glorificado ante la mirada de todo el mundo... Y añade: «Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante.» ... Después de estos anuncios que se referían a él, Jesús exhorta a los discípulos a seguirlo: «Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.» Así que, no os tiene que escandalizar mi pasión ni haceros dudar de mis palabras que serán confirmadas por los acontecimientos, sino que tenéis que estar dispuestos a padecer vosotros los mismos sufrimientos para dar los mismos frutos. Porque aquel que se preocupa de su vida terrena y no quiere aceptar las pruebas, la perderá en el mundo venidero, mientras que aquel que no retiene su vida de aquí bajo y acepta los sufrimientos que se presentan, recogerá mucho fruto...

Luego, el Señor añade: «Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo.» Pero, uno podría añadir y preguntarle: ¿qué ganarán los que sufren contigo? Jesús responde: «Dónde estoy yo estará también mi siervo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.» Aquel que participa en mis sufrimientos tendrá parte en mi gloria; estará para siempre conmigo en el mundo venidero y participará en el gozo del reino de los cielos. Así honrará mi Padre a aquellos que me habrán servido fielmente.

 

San Anastasio de Antioquía, Sermón 4, 1-2: PG 89, 1347-1349

Era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria.

Después que Cristo se había mostrado, a través de sus palabras y sus obras, como Dios verdadero y Señor del universo, decía a sus discípulos, a punto ya de subir a Jerusalén: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, se burlen de él y lo crucifiquen. Esto que decía estaba de acuerdo con las predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano el final que debía tener en Jerusalén. Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio la muerte de Cristo y todo lo que sufriría antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su cuerpo, después de muerto; con ello predecían que este Dios, al que tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal; y no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos; a saber, en su pasión y en su impasibilidad; como también el motivo por el cual el Verbo de Dios, por lo demás impasible, quiso sufrir la pasión: porque era el único modo como podía ser salvado el hombre. Cosas, todas éstas, que sólo las conoce él y aquellos a quienes él se las revela; él, en efecto, conoce todo lo que atañe al Padre, de la misma manera que el Espíritu sondea la profundidad de los misterios divinos.

El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese; y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la pasión, y que había de ser atribuida al guía de nuestra salvación, como nos enseña la carta a los Hebreos, cuando dice que él es el guía de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos.

Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido; dice, en efecto, san Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua que dijo el Salvador que manaría como un torrente de las entrañas del que crea en él. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado; aquí el evangelista identifica la gloria con la muerte en cruz. Por eso el Señor, en la oración que dirige al Padre antes de su pasión, le pide que lo glorifique con aquella gloria que tenía junto a él, antes que el mundo existiese.

 

Isaac de Siria, Discursos, Primera serie, 71-74

La Pasión de Cristo, signo del amor de Dios

El Señor entregó a su propio Hijo a la muerte en cruz a causa del ardiente amor por la creación... No porque no hubiera podido rescatarla de otro modo, sino porque ha querido manifestar así su amor desbordante, como una enseñanza para nosotros. Por la muerte de su Hijo único nos ha reconciliado consigo. Sí, si hubiera tenido algo más precioso, nos lo habría entregado para que volviéramos enteramente a él.

A causa de su gran amor hacia nosotros, no quiso violentar nuestra libertad, aunque hubiera podido hacerlo. Antes bien prefirió que nosotros nos acercáramos a Él por amor.

A causa de su amor por nosotros y por la obediencia a su Padre, Cristo aceptó gozosamente los insultos y la aflicción. De la misma manera, cuando los santos llegan a su plenitud, desbordando de amor por los demás y por la compasión hacia todos los hombres, se parecen a Dios.

 

San Juan Casiano, Instituciones cenobíticas, Libro IV, cap. 32-43,

El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí (Mateo 10, 38). Pero se podría decir, quizás: ¿cómo podría el hombre llevar continuamente su cruz, o de qué manera puede vivir uno crucificado? Escucha brevemente la explicación: Nuestra cruz es el temor del Señor. Así como el hombre crucificado ya no puede mover sus miembros a voluntad, de la misma manera ya no debemos guiar nuestras necesidades y deseos según lo que nos agrada y nos deleita en el momento, sino según la ley del Señor, donde Él la llevará a cabo. Y como el clavado en el madero de la cruz, ya no mira el presente, ya no piensa en sus sentimientos, ya no lo atormenta la ansiedad y la preocupación por el mañana, ya no lo motiva ningún deseo de riqueza, ya no está encendido por ningún orgullo, por ninguna lucha, ya no sufre de ninguna ofensa presente, ya no recuerda las soportadas, y, aunque todavía respira en su cuerpo, se cree muerto para todo el mundo, la vista de su corazón está dirigida allí, donde ya no duda de que pronto pasará, así también nosotros, traspasados ​​por el temor del Señor, deberíamos estar muertos a todas estas cosas, es decir, no sólo a las pasiones de la carne, sino aun a las mundanas; allí estarán fijos los ojos del alma, donde debemos esperar a cada instante partir. De esta manera podremos realmente matar todos los deseos de la carne.

 

San Atanasio el Grande, Vida de nuestro Padre San Antonio, XXXV.

Así que cuando los demonios vengan a ti por la noche y quieran decirte el futuro y te digan: “Somos ángeles”, no les hagas caso, porque están mintiendo. E incluso para alabar tu esfuerzo y hacerte feliz, no les hagas caso y no les creas. Más bien sellaos vosotros y vuestra casa con la señal de la cruz y orad. Y los veréis haciéndose invisibles, porque son cobardes y tienen mucho miedo de la señal de la cruz del Señor, porque por ella el Salvador los desnudó y los descubrió.

 

San Basilio el Grande, Epístolas, epístola 293.

En aquellos que cambian fácilmente de opinión, es bastante natural que la vida misma sea desordenada, pero aquellos cuyos planes son determinados, firmes y siempre iguales, se espera que lleven una vida de acuerdo con sus principios. En efecto, no está en poder del marinero poder calmar las olas cuando quiere, pero es muy fácil hacer una vida tranquila y sin olas si sabemos silenciar los ruidos que las pasiones levantan en nosotros y si ayudamos a la voluntad a ser más fuerte que cualquier cosa que pueda venir de afuera. Porque ni las pérdidas, ni las enfermedades, ni otras penalidades de la vida podrán tocar al hombre virtuoso mientras mantenga su mente lo suficientemente alta para caminar sobre los pasos de Dios, para mirar hacia el futuro y dominar con facilidad y destreza la tempestad que sube de la tierra.

 

San Metodio de Olimpo, El Banquete o Sobre la Castidad, Discurso VIII.

Los sabios han dicho con razón que nuestra vida es un juego; venimos a la vida para defender nuestra parte en el drama de la Verdad, para abogar por la santidad, y nuestros adversarios son Satanás y los demonios. Nos corresponde, pues, tener la frente en alto y remontarnos hacia el cielo, para evitar más de lo que los marineros evitaban a las sirenas y sus deleites.

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