viernes, 14 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 14 de octubre

 Marcos 8, 34-38; 9, 1

 “El Señor dijo: El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podría dar el hombre a cambio de su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, en esta nación depravada y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre, con los santos ángeles. Y les dijo: En verdad os digo, que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios viniendo en poder.

 San Beda el Venerable, In Marcum 2,36

 Después de manifestar a sus discípulos el misterio de su pasión y resurrección, los exhorta a la vez que a la multitud a seguir el ejemplo de su pasión. «Después -continúa- convocando al pueblo con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo».

 Renunciamos a nosotros mismos cuando, renunciando a nuestra antigua vida, nos esforzamos por alcanzar el ideal que nos ofrece nuestra vocación. Llevamos, pues, nuestra cruz, mortificando al cuerpo con la abstinencia, o al alma con la compasión de los males ajenos.

 O bien se refieren estas palabras del Señor al sacrificio a que debemos someternos en tiempo de persecución, puesto que en el de paz debemos quebrantar los apetitos terrenos. Esto es lo que da a entender cuando dice: «¿De qué le servirá a un hombre el ganar el mundo entero?». Y como la vergüenza impide a la mayor parte de los hombres que digan lo que ha visto su alma en su rectitud, añade: «Ello es que quien se avergonzare de mí», etc.

 Por una piadosa providencia sucede que la contemplación por un momento de una dicha permanente, nos hace soportar mejor la adversidad.

 O bien: el reino de Dios es la Iglesia presente. Algunos de los discípulos no debían morir en tanto que no viesen fundada y elevada la Iglesia contra la gloria del mundo, porque era preciso prometer algo de la presente vida a los discípulos aun torpes, a fin de hacerlos más fuertes para el porvenir.

 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo 55,1-3; 56, 1

Que es como si dijera a San Pedro: Tú me reprochas que quiera sufrir la pasión, pero yo te digo que no sólo es perjudicial el impedir que yo la sufra, sino que tú mismo no podrás salvarte más que sufriendo. «Si alguno quiere venir -prosigue- en pos de mí», esto es: Os llamo a bienes que todos deben querer, y no a males ni a nada nocivo como pensáis. El que usa de violencia no logra frecuentemente lo que desea, pero el que deja a su oyente libertad de elección, lo atrae más a su propósito. Renuncia, pues, a sí mismo el que no se aferra a su cuerpo, sufriendo con paciencia la flagelación u otro tormento semejante.

 No dice que nos dispensemos del castigo sino, lo que es mucho más, que renunciemos a nosotros mismos, como si no tuviéramos nada de común con nosotros y como si, al encontrarnos en un peligro, se tratara de otro. Y esto es perdonarse a sí mismo, porque son benévolos los padres con sus hijos, cuando los entregan a sus maestros previniéndoles que les corrijan sus faltas. Y nos dice hasta dónde debe llevar nuestra abnegación en estas palabras: «Y cargue con su cruz». Esto equivale a decir: hasta la muerte más afrentosa.

 Dice esto porque puede suceder que algunos de los que sufren no sigan a Cristo, lo cual acontece cuando no se sufre por El. Sigue a Cristo quien va detrás de El y se conforma con su muerte, despreciando a los príncipes y a las potestades, bajo las cuales pecaba antes de la venida de Cristo. «Pues quien quisiere salvar -dice- su vida, la perderá; mas quien perdiese su vida», etc. Que es como si dijera: Os mando esto por mi misericordia hacia vosotros, porque el que no corrige a su hijo lo pierde, y le salva el que lo corrige. Es conveniente, pues, que estemos siempre preparados para la muerte, porque, si el que está preparado para ella es el mejor soldado en las batallas materiales, no obstante que no ha de poder resucitar, mucho más lo será el que esté preparado para ella en los combates espirituales, teniendo tanta seguridad en que ha de resucitar y salvarse al perder la vida.

 Porque después de haber dicho: «pues quien quisiere salvar su vida la perderá», para que no se estimen iguales esta pérdida y aquella salvación añade: «Por cierto ¿de qué le servirá al hombre», etc. Como si dijese: No se salva quien evita los peligros de la cruz, porque aunque en esta vida llegase a conquistar el mundo entero, qué habría ganado perdiendo su alma? ¿Por ventura tiene otra alma para darla por la suya? Podemos cambiar nuestra casa por dinero, pero si perdemos nuestra alma, no podemos dar otra en cambio. Dice, pues, el Señor prudentemente: «Por cierto de qué le servirá al hombre», etc. Porque por nuestra salvación dio en cambio Dios la preciosa sangre de Jesucristo.

 No declaró los nombres de los que habían de subir con El al Tabor, para no despertar en los otros discípulos un sentimiento humano. Les hace, no obstante, esta predicción, a fin de hacerlos más dóciles en lo que a esta contemplación se refiere.

 Aunque San Lucas dice: «Ocho días después», no hay contradicción en esto, porque contó el día en que dijo Cristo lo que queda expuesto y el día en que tomó consigo a sus discípulos. Los tomó, pues de allí a seis días, para que más inflamado su deseo en este espacio de tiempo considerasen solícita y atentamente lo que veían.

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