14 de octubre
Marcos 8, 34-38; 9, 1
“El Señor dijo: El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a
sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la
perderá, y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Porque
¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué
podría dar el hombre a cambio de su alma? Porque el que se avergonzare de mí y
de mis palabras, en esta nación depravada y pecadora, el Hijo del Hombre
también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre, con los
santos ángeles. Y les dijo: En verdad os digo, que hay algunos de los que están
aquí que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios viniendo en
poder.
San Beda el Venerable, In Marcum 2,36
Después de manifestar a sus discípulos el misterio de su
pasión y resurrección, los exhorta a la vez que a la multitud a seguir el
ejemplo de su pasión. «Después -continúa- convocando al pueblo con sus
discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo».
Renunciamos a nosotros mismos cuando, renunciando a nuestra
antigua vida, nos esforzamos por alcanzar el ideal que nos ofrece nuestra
vocación. Llevamos, pues, nuestra cruz, mortificando al cuerpo con la
abstinencia, o al alma con la compasión de los males ajenos.
O bien se refieren estas palabras del Señor al sacrificio a
que debemos someternos en tiempo de persecución, puesto que en el de paz
debemos quebrantar los apetitos terrenos. Esto es lo que da a entender cuando
dice: «¿De qué le servirá a un hombre el ganar el mundo entero?». Y como la
vergüenza impide a la mayor parte de los hombres que digan lo que ha visto su
alma en su rectitud, añade: «Ello es que quien se avergonzare de mí», etc.
Por una piadosa providencia sucede que la contemplación por
un momento de una dicha permanente, nos hace soportar mejor la adversidad.
O bien: el reino de Dios es la Iglesia presente. Algunos de
los discípulos no debían morir en tanto que no viesen fundada y elevada la
Iglesia contra la gloria del mundo, porque era preciso prometer algo de la
presente vida a los discípulos aun torpes, a fin de hacerlos más fuertes para
el porvenir.
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San
Mateo 55,1-3; 56, 1
Que es como si dijera a San Pedro: Tú me reprochas que
quiera sufrir la pasión, pero yo te digo que no sólo es perjudicial el impedir
que yo la sufra, sino que tú mismo no podrás salvarte más que sufriendo. «Si
alguno quiere venir -prosigue- en pos de mí», esto es: Os llamo a bienes que
todos deben querer, y no a males ni a nada nocivo como pensáis. El que usa de
violencia no logra frecuentemente lo que desea, pero el que deja a su oyente
libertad de elección, lo atrae más a su propósito. Renuncia, pues, a sí mismo
el que no se aferra a su cuerpo, sufriendo con paciencia la flagelación u otro
tormento semejante.
No dice que nos dispensemos del castigo sino, lo que es
mucho más, que renunciemos a nosotros mismos, como si no tuviéramos nada de
común con nosotros y como si, al encontrarnos en un peligro, se tratara de
otro. Y esto es perdonarse a sí mismo, porque son benévolos los padres con sus
hijos, cuando los entregan a sus maestros previniéndoles que les corrijan sus
faltas. Y nos dice hasta dónde debe llevar nuestra abnegación en estas
palabras: «Y cargue con su cruz». Esto equivale a decir: hasta la muerte más
afrentosa.
Dice esto porque puede suceder que algunos de los que sufren
no sigan a Cristo, lo cual acontece cuando no se sufre por El. Sigue a Cristo
quien va detrás de El y se conforma con su muerte, despreciando a los príncipes
y a las potestades, bajo las cuales pecaba antes de la venida de Cristo. «Pues
quien quisiere salvar -dice- su vida, la perderá; mas quien perdiese su vida»,
etc. Que es como si dijera: Os mando esto por mi misericordia hacia vosotros,
porque el que no corrige a su hijo lo pierde, y le salva el que lo corrige. Es
conveniente, pues, que estemos siempre preparados para la muerte, porque, si el
que está preparado para ella es el mejor soldado en las batallas materiales, no
obstante que no ha de poder resucitar, mucho más lo será el que esté preparado
para ella en los combates espirituales, teniendo tanta seguridad en que ha de
resucitar y salvarse al perder la vida.
Porque después de haber dicho: «pues quien quisiere salvar
su vida la perderá», para que no se estimen iguales esta pérdida y aquella
salvación añade: «Por cierto ¿de qué le servirá al hombre», etc. Como si
dijese: No se salva quien evita los peligros de la cruz, porque aunque en esta vida
llegase a conquistar el mundo entero, qué habría ganado perdiendo su alma? ¿Por
ventura tiene otra alma para darla por la suya? Podemos cambiar nuestra casa
por dinero, pero si perdemos nuestra alma, no podemos dar otra en cambio. Dice,
pues, el Señor prudentemente: «Por cierto de qué le servirá al hombre», etc.
Porque por nuestra salvación dio en cambio Dios la preciosa sangre de
Jesucristo.
No declaró los nombres de los que habían de subir con El al
Tabor, para no despertar en los otros discípulos un sentimiento humano. Les
hace, no obstante, esta predicción, a fin de hacerlos más dóciles en lo que a
esta contemplación se refiere.
Aunque San Lucas dice: «Ocho días después», no hay
contradicción en esto, porque contó el día en que dijo Cristo lo que queda
expuesto y el día en que tomó consigo a sus discípulos. Los tomó, pues de allí
a seis días, para que más inflamado su deseo en este espacio de tiempo
considerasen solícita y atentamente lo que veían.
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