jueves, 27 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 27 de octubre

 Lucas 7, 17-30

 En aquel tiempo, la fama de Jesús corrió por toda Judea y por todas las regiones vecinas. Los discípulos de Juan dieron a éste noticia de todas estas cosas, y, llamando Juan a dos de ellos, los envió al Señor para decirle: ¿Eres tú el que viene o esperamos a otro? Llegados a Él, le dijeron: Juan el Bautista nos envía a ti para preguntarte: ¿Eres tú el que viene o esperamos a otro? En aquella misma hora curó a muchos de sus enfermedades y males y de los espíritus malignos, y le dio la gracia de la vista a muchos ciegos; y, tomando la palabra, les dijo: Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados; y bienaventurado es quien no se escandaliza de mí. Cuando se hubieron ido los mensajeros de Juan, comenzó Jesús a decir a la muchedumbre acerca de Él: ¿Qué habéis salido a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con molicie? Los que visten suntuosamente y viven con regalo están en los palacios de los reyes. ¿Qué salisteis, pues, a ver? ¿Un profeta? Sí, y yo os digo, y más que un profeta. Éste es aquél de quien está escrito: “He aquí que yo envío delante de tu faz a mi mensajero, que preparará mi camino delante de ti.” En verdad os digo, que no hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. Todo el pueblo que le escuchó y los publícanos reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan; pero los fariseos y doctores de la Ley anularon el consejo divino respecto de ellos no haciéndose bautizar por Él.

 

San Basilio el Grande, Homilías y discursos, Homilía XV, II.

 La Palabra viva, que es Dios y está con Dios (Juan 1, 2) y no fue traída a la existencia; existente antes de toda la eternidad y no adquirida después; Hijo, no posesión; Hacedor, no criatura; Constructor, no edificio; es todo lo que es el Padre. Dije: Hijo y Padre. ¡Guarda estos atributos para mí! Siendo, pues, el Hijo por la vía de la existencia, es sin embargo todo lo que es el Padre, según las palabras del Señor, que dice: Todo lo que tiene el Padre es mío (Jn 16, 15). Un retrato, en efecto, debe tener todo lo que se encuentra en su original. (...) Recibir es propio de lo creado; tener por naturaleza es propio del Engendrado. Como Hijo tiene, naturalmente, las que tiene el Padre; como el Unigénito, lo tiene todo reunido en sí mismo, sin compartirlos con otro. De esta designación de Hijo se nos ha enseñado que participa de la naturaleza del Padre. No fue creado por mandato del Padre, sino que resplandece inseparable del ser del Padre, eternamente unido al Padre, igual en bondad, igual en poder, partícipe de la gloria. ¿Qué es Él sino el sello y la imagen, mostrando en sí mismo al Padre enteramente?

 

San Ambrosio de Milán, Comentario al evangelio de Lucas, 5, SC 45.

 «¿Eres tú el que ha de venir?» (Mt 11,3)

 

El Señor, sabiendo que nadie puede alcanzar la fe en plenitud sin el evangelio, -porque, aunque la Biblia comienza con el Antiguo Testamento, alcanza su plenitud en el Nuevo Testamento-, aclara las cuestiones que se le ponen sobre él mismo más que por palabras, por sus actos. «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,4). Este testimonio está completo porque de él fue profetizado: «El Señor libera a los cautivos, da luz a los ciegos, endereza a los que ya se doblan. El Señor reina por siempre» (cf. Sal 145,7).

No obstante, estos no son más que remotos ejemplos del testimonio que Cristo nos trae. El fundamento de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Es así porque, después de la respuesta que hemos citado, él dice más adelante: «... y dichoso el que no halle escándalo en mí» (Mt 11,6). En efecto, la cruz podía provocar la caída de los elegidos mismos, pero no hay testimonio más grande de una persona divina, nada que sobrepase más las fuerzas humanas que esta ofrenda de uno solo por el mundo entero. Es aquí donde el Señor se revela plenamente. Además, así lo testifica Juan: «He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

 

San Clemente de Alejandría, Protréptico I, 4-7: SC 2, 38-39.

Los cojos andan» (Lc 7,22)

Dice el apóstol Pablo: «...también nosotros fuimos en otro tiempo insensatos, rebeldes, descarriados, esclavos de toda clase de concupiscencias y placeres, llenos de maldad y de envidia; éramos aborrecidos y nos odiábamos unos a otros. Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres. Él nos salvó, no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia...» (Tito 3,3-5). ¡Considerad la fuerza del «cántico nuevo» (Sal 149,1) del Verbo de Dios: de las piedras saca hijos de Abrahán! (cf. Mt 3,9) Los que se comportaban como bestias salvajes los transformó en hombres civilizados. Y los que estaban muertos, -que no tenían parte en la vida verdadera y real-, cuando escucharon el cántico nuevo resucitaron a la vida.

Todo lo ordenó con sabiduría y equidad... para hacer del mundo entero una sinfonía... Este descendiente de David, el músico, que existía antes que David, el Verbo de Dios, dejando el arpa y la cítara (Sal 57,9) instrumentos sin alma, afinó todo el universo, particularmente este universo en pequeño que es el hombre, su cuerpo y su alma, mediante el Espíritu Santo. Él toca este instrumento de mil voces para alabar a Dios y canta con su voz al acorde de este instrumento humano... El Señor, enviando su soplo a este hermoso instrumento que es el hombre (cf. Gn 2,7) reprodujo su propia imagen. El mismo es también un instrumento de Dios, armonioso, afinado y santo, sabiduría más allá de este mundo y Palabra que viene de lo alto. ¿Qué quiere este instrumento, el Verbo de Dios, el Señor, y su cántico nuevo? Quiere abrir los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos, conducir a los cojos y los descarriados a la justicia, manifestar a Dios a los hombres insensatos, acabar con la corrupción, vencer la muerte, reconciliar con el Padre los hijos desobedientes...

Este cantor y salvador ¡no penséis que es nuevo como un mueble o una casa son nuevos! Porque él «existía antes de la aurora» (Sal 109,3) y «Al principio ya existía la Palabra. La palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1,1).

 

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el Eclesiastés, 10,2

«La Buena Nueva es anunciada a los pobres» (Lc 7,22)

La luz del sol, vista con los ojos de nuestro cuerpo, anuncia el Sol espiritual, el «Sol de justicia» (Mal 3,20). Verdaderamente, es el más dulce sol que haya podido amanecer para los que, en aquel tiempo, tuvieron la dicha de ser sus discípulos, y pudieron mirarle con sus ojos todo el tiempo que él compartió la misma vida de los hombres como si fuera un hombre ordinario. Y, sin embargo, por naturaleza era Dios verdadero; por eso fue capaz de devolver la vista a los ciegos, hacer andar a los cojos y oír a los sordos; purificó a los leprosos y, con sólo una palabra, llamó a los muertos a la vida.

Y aún ahora no hay nada más dulce que fijar la mirada de nuestro espíritu sobre él para contemplar y representarse su inexpresable y divina belleza; no hay nada más dulce que estar iluminados y embellecidos por esta participación y comunión con su luz, tener el corazón pacificado, el alma santificada, y estar llenos de esta alegría divina todos los días de la vida presente. En verdad, este Sol de justicia es, para los que le miran, el proveedor del gozo, según la profecía de Isaías: «¡Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría!» Y también: «¡Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren!» (Sal 67,4; 33,1)

 

San Eusebio de Cesarea, Sobre el libro del profeta Isaías, Cap. 40: PG 24, 366-367

«¿Qué habéis salido a ver en el desierto?» (Lc 7,24)

Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.

Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sion; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sion sino aquella misma que antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se refiere cuando dice: El monte Sion donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os habéis acercado al monte Sion. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?

Y esta Sion y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra.

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