26 de octubre
Lucas 6, 46-49; 7,1
En aquel tiempo dijo nel Señor: ¿Por qué me decís: “Señor,
Señor” y no hacéis lo que digo? Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y
las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que
edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una
crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque
estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a
uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el
río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella
casa». Cuando terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaúm.
San Afraates, Explicación del Sermón de la Montaña, 19.
«El que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en
práctica, edifica sobre la roca» (cf. Lc 6,47s).
Escúchame que voy a hablarte de la fe cimentada sobre la
roca y del edificio que se levanta sobre esa roca. En efecto, el hombre
comienza por creer, y cuando cree, ama; cuando ama, espera; cuando espera, es
justificado; cuando está justificado, está acabado; cuando está acabado, llega
a la cima. Cuando todo su edificio está levantado, llegado a la cima y acabado,
llega a ser casa y templo habitado por Cristo/el Mesías. Esto es lo que dice el
bienaventurado apóstol Pablo: «Sois templo de Dios, y el Espíritu de Cristo
habita en vosotros» (1Cor 3,16; 6,19). Y nuestro Señor mismo dice a sus
discípulos: «Vosotros estáis en mí y yo en vosotros» n 14,20).
Cuando el edificio llega a ser casa habitada, entonces el
hombre comienza a preocuparse de lo que le pide el que habita en esta casa. Es
como una casa en la que vive el rey o un hombre de noble familia que lleva un
nombre real. Entonces se piden para el rey todas las insignias de la realeza y
todo el servicio que corresponde a su dignidad real. Nunca un rey vive en una
casa vacía. Así ocurre con el hombre que ha llegado a ser casa habitada por
Cristo/el Mesías: atiende a lo que conviene para el servicio del Mesías que le
habita, a las cosas que le dan gusto.
En efecto, ese hombre primero construye su edificio sobre
roca, es decir, sobre el mismo Cristo. Sobre esta piedra pone su fe. El
bienaventurado Pablo dice estas dos cosas: «Como hábil arquitecto coloqué el
cimiento. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es
Jesucristo» (1C 3,10.11) Y también: «El Espíritu de Cristo/el Mesías habita en
vosotros» porque nuestro Señor dice: «Mi Padre y yo somos uno» (Jn 10,30).
Desde entonces se realiza la palabra según la cual el Mesías habita en los
hombres que creen en él, y él es el fundamento sobre el cual se levanta todo el
edificio.
San Hilario de Poitiers, Comentario al salmo 126, PL 9, 696.
«Arremetió el río contra aquella casa, y no pudo
tambalearla» (Lc 6,48).
«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los
albañiles» (Sl 126,1). «Sois el templo de Dios, y el Espíritu del Dios habita
en vosotros» (1C 3,16). Esta casa es este templo de Dios, lleno de las
enseñanzas y de las gracias de Dios, esta morada que contiene la santidad del
corazón de Dios, y que el mismo profeta ha dado testimonio de ello: «Tu templo
es santo, maravilloso por la justicia» (Dan 3, 53). La santidad, la justicia,
la castidad del hombre son un templo para Dios.
Esta casa, pues, debe ser construida por Dios. Una
construcción levantada con el trabajo de los hombres, no dura; lo que ha sido
instituido por las doctrinas de este mundo no se aguanta; nuestros vanos
trabajos y nuestros desvelos son guardianes inútiles. Será preciso, pues, construir
de otra manera, guardar de otro modo esta casa. Es preciso no fundamentarla
sobre el suelo, sobre arena movediza; es necesario poner sus fundamentos sobre
los profetas y los apóstoles.
Es preciso levantarla con piedras vivas, mantenerla a través
de la piedra angular, hacerla subir con estructuras progresivas hasta alcanzar
la talla del hombre perfecto, la estatura del cuerpo de Cristo (1P 2,5; Ef
2,20; 4,12-13). Se la debe decorar con el esplendor y la belleza de las gracias
espirituales. Si así debe ser construida por Dios, es decir, según sus
enseñanzas, no caerá. Y esta casa se extenderá a muchas otras, porque lo que
edifica cada fiel aprovecha a cada uno de nosotros para el embellecimiento y
crecimiento de la ciudad bienaventurada.
San Ireneo de Lyon, Contra las herejías III, 24, 1-2.
«Una casa sólidamente construida» (Lc 6,48).
La predicación de la Iglesia presenta, desde todos los
puntos de vista, una inquebrantable solidez; permanece idéntica a sí misma y se
beneficia del testimonio de los profetas, de los apóstoles y de todos sus
discípulos, testimonio que engloba «el principio, el entremedio y el fin», la
totalidad del designio de Dios ordenado infaliblemente a la salvación de los hombres
y siendo el fundamento de nuestra fe. Desde entonces, esta fe que hemos
recibido de la Iglesia, la conservamos con sumo cuidado… Es a esta Iglesia a la
que se le ha confiado el «don de Dios» (Jn 4,10) –como el aliento que había
sido confiado a la primera obra que Dios había modelado, Adán (Gn 2,7)- a fin
de que todos los miembros de la Iglesia puedan participar de ella y por ella
ser vivificados. Es en ella que ha sido depositada la comunión con Cristo, es
decir, el Espíritu Santo, arras del don de incorruptibilidad, confirmación de
nuestra fe y escalera de nuestra ascensión a Dios: «En la Iglesia, escribe san
Pablo, Dios ha colocado a los apóstoles, a los profetas, a los que tienen
encargo de enseñar» y a todo el resto, por la acción del Espíritu (1Co12,
28.11).
Porque donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios;
y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia. Y el
Espíritu es Verdad (1Jn 5,6). Por eso los que se excluyen de él ya no se nutren
más de los pechos de su Madre para recibir la vida y ya no participan de la
fuente límpida que mana del cuerpo de Cristo (Jn 7,37), sino que «se hacen
cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen» (Jr 2,13)… Llegados a
ser extraños a la verdad, es fatal que sigan rodando en el error y sean
bamboleados por él, que… no tengan doctrina firmemente establecida, puesto que
prefieren ser razonadores de palabras antes que discípulos de la verdad. Porque
no están fundamentados sobre la Roca única, sino sobre arena.
San Juan Crisóstomo, Homilías a Mateo, homilía LV, III.
“Cristo pone a cada uno cara a cara con su alma. ¿De qué
aprovechará si ganan el mundo, pero pierden su alma? Dime, ¿qué ganarías con
ser amo, sino ver a tus siervos gozar y tú sufrir terriblemente? ¡Nada! ¡Piensa
lo mismo acerca de tu alma! Cuando el cuerpo se complace y se enriquece, el
alma espera su destrucción. ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma? Cristo
vuelve a insistir en lo mismo. ¿Tienes otra alma, dice el Señor, para darla a
cambio de tu alma? ¡No la tengo! Si pierde dinero, aún puede reparar el daño
con dinero; así es si pierdes casas, esclavos o cualquier otra cosa de tus
posesiones; pero si pierdes tu alma, no puedes cambiarla por otra alma. Si
tuvieras el mundo entero, si fueras el rey del mundo, no podrías comprar una
sola alma, ¡incluso si le dieran todas las riquezas del mundo, junto con el
mundo! ¿Y si esto le sucede al alma, lo mismo le sucede al cuerpo? ¡Si llevas
innumerables coronas en tu cabeza, pero tu cuerpo está enfermo con una
enfermedad incurable, no podrás curar tu cuerpo, aunque entregaras todo tu
reino, innumerables cuerpos, ciudades y dinero! Piensa lo mismo sobre el alma;
pero, mejor dicho, aún mucho más sobre el alma. ¡Pero deja todo a un lado y
gasta todo tu celo solo en el alma!
San Basilio el Grande, Palabras ascéticas (III), cap. II.
Si hubo algo útil para la edificación de las almas, sólo esto
debe ser discutido; en buen orden y en el momento adecuado, y sólo por aquellas
personas capaces de hacerlo. Y si alguno de los más jóvenes quiere hablar, que
espere la aprobación del superior. Murmurar y hablar al oído y asentir
aceptaciones, todo esto sea eliminado, siendo reprensible, porque el susurro
produce la sospecha de la calumnia, y el asentir puede tomarse como prueba de
que algo se insinúa secretamente contra un hermano. Y tales cosas se convierten
en el comienzo del odio y la sospecha.
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