jueves, 20 de octubre de 2022

ALIMENTO PARA EL ALMA

 

20 de octubre

 Lucas 6, 12–19

 En aquel tiempo, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche en oración a Dios. Y cuando se hizo de día, llamó a sí a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que llamó apóstoles: Simón, a quien llamó Pedro, y Andrés su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago de Alfeo, Simón llamado el Zelote, Judas de Santiago, y Judas Iscariote, el que le entregó. Y descendiendo con ellos, se sentaron, Él y sus discípulos, y una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén, y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los atormentados por espíritus inmundos fueron sanados y la multitud procuraba tocarle.

 

San Clemente de Roma, Carta a los corintios: Autenticidad de la sucesión apostólica n. 42-44

 Los apóstoles recibieron del Señor la buena nueva para trasmitirla a nosotros (cf. Lc 6,13).

 Jesucristo ha sido enviado por Dios. Por tanto, Cristo viene de Dios, los apóstoles de Cristo. Estos dos envíos o misiones vienen nada menos que de la voluntad de Dios. Los apóstoles, revestidos de la certeza de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, equipados con sus instrucciones, afianzados por la palabra de Dios, se pusieron en camino, asistidos por el Espíritu Santo para anunciar que el Reino de Dios está cerca. Predicaron en el campo y en las ciudades donde establecieron sus primicias y donde discernían con la ayuda del Espíritu Santo quienes serían los obispos y los diáconos de los futuros fieles.

 ¿Es de extrañar que aquellos hombres que Dios proveyó de esta misión en Cristo, hayan establecido, a su vez, los ministros que acabo de nombrar? Nuestros apóstoles sabían, gracias a Nuestro Señor Jesucristo, que los hombres discutirían sobre la función del obispo. Esta es la razón por la que, en su presciencia perfecta, establecieron los ministros mencionados más arriba e instituyeron que después de su muerte otros hombres, debidamente probados, seguirían en la sucesión.

 

San Cirilo de Alejandría,

 Comentario sobre el evangelio de San Juan, 3,130. Misión de salvar al mundo.

 «Eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles» (Lc 6,13).

 Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y “administradores de sus divinos misterios” (1Co 4,1), y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: “Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama” (He 5,4). (…)

 Si el Señor tenía la convicción de que había de enviar a sus discípulos como el Padre lo había enviado a Él (Jn 20,21), era necesario que ellos, que habían de ser imitadores de uno y otro, supieran con qué finalidad el Padre había enviado al Hijo. Por esto, Cristo, exponiendo en diversas ocasiones las características de su propia misión, decía: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.” (Lc 5,32) Y también: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. (Jn 6,38) Porque “Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Jn 3,17)

 De este modo, resume en pocas palabras la regla de conducta de los apóstoles, ya que, al afirmar que los envía como el Padre lo ha enviado a Él, les da a entender que su misión consiste en invitar a los pecadores a que se arrepientan y curar a los enfermos de cuerpo y de alma, y que en el ejercicio de su ministerio no han de buscar su voluntad, sino la de aquel que los ha enviado, y que han de salvar al mundo con la doctrina que de él han recibido.

 

Homilía sobre la primera carta a los Corintios; 4, 3; PG 61,34. Los apóstoles, testigos del Cristo resucitado.

 «Eligió a Doce de entre sus discípulos» (Lc 6,13).

 San Pablo decía: «Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1Co 1,25). Esta fuerza de la predicación divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que, cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado.

 ¿Cómo se explica, pues, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después una vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? El, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? […]». Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada.

 

San Juan Crisóstomo, Hom. 42 ad prop. Antioch 12-16.

 Levántate tú también durante la noche, porque entonces es cuando el alma está más pura; las mismas tinieblas y el silencio convidan al alma de una manera eficaz al recogimiento. Además, si miras al cielo, agujereado de estrellas, como si estuviese alumbrado por infinitas luces, y si consideras que los que de día danzan e injurian en nada se diferencian de los muertos; entonces detestarás todo exceso humano. Todas estas cosas son muy a propósito para elevar el espíritu; entonces no mortifica la vanagloria, ni fastidia la pereza, ni preocupa la envidia; no quita el fuego el color del hierro tan perfectamente como la oración nocturna cambia el proceder de los pecadores. Del mismo modo que aquel que siendo mortificado de día por los rayos del sol se refrigera por la noche, así las lágrimas, que se derraman por la noche, sirven como de rocío, y aprovechan para vencer la concupiscencia y desterrar cualquier temor; pero si el hombre no se refresca con este rocío, se secará durante el día. Por cuya razón, aun cuando no reces mucho de noche, ora siquiera una vez cuando te despiertes, y esto es suficiente; muestra que la noche no es buena solamente para el descanso del cuerpo, sino también para el alma.


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